domingo, 5 de junio de 2011

Calmando tempestades

Con el maquillaje húmedo recorriéndole el rostro por culpa del llanto y la lluvia, siempre de madrugada, llegaba a casa Romina Quintana. Cargando un peso que no soportaba, como si luchara sola contra la vastedad del universo.
Quería volver a ser ella, mirarse al rostro impecable y obedecer a sus instintos y nunca mas una orden. Empapada y desarreglada corría a la ducha a sacudirse de toda aquella pintura que parecía ocultarla de la realidad.
Eran momentos de perfecto silencio, cuando el agua se apoderaba de su cuerpo. Con todas las curvas perfectas, con la piel de seda, cubierta de la belleza que da el resplandor de la juventud.
El trabajo y la gente le estaban quitando la vida. Porque la dejaban sin tiempo que dedicarse, sin tiempo para vivir una vida que no había vivido por mantenerse atrapada en intentar subsistir.
Solamente olvidaba el ajetreo diario cuando al fin giraba la manija que abría el corro gigante e interminable de agua. En ese ritual diario que le daba vida mientras refregaba su piel con toda su fuerza, como si quisiera arrancar de ella algún virus mortal.
Cada gota que golpeaba su belleza triste, era capaz de robar cada segundo de tensión del día. Como si toda la desesperanza que se reflejaba en su mirada, desapareciera cada vez que iba rauda en búsqueda de aquel poderoso chorro de agua.
Tan solo en ese lugar se sentía ella totalmente. Desnuda y frágil ante la tempestad que había creado. No existían conflictos ni problemas en aquel paraíso inventado por el silencio y sus deseos. Ya no se enfrentaba al bullicio eterno del mundo, ni lidiaba con las personas que la atosigaban. Tampoco luchaba por destacar ante el inminente paso de los años. Era en ese lugar en donde se sentía dueña de todo, como si girar la manija del agua la convirtiera en su propio dios.
En aquella calma silente era capaz de disiparse completamente, respirar profundo y apaciguar la tempestad que la carcomía por dentro. Para así finalmente olvidar, aunque sea por solo unos minutos, aquel horrible trabajo de caricias pagadas y orgasmos falsos.

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