martes, 23 de febrero de 2010

Viviendo por una canción

Hacía poco un descomunal terremoto había destruido gran parte del país. Las radios y noticias vaticinaban la destrucción total de muchos otros lugares en tan solo pocos días. El pánico azotaba las calles, el caos se había apoderado de la ciudad y el miedo generalizado era la normalidad en la gente.
Pero para algunas personas y a pesar de todo, los días seguían su curso y la vida continuaba.
Víctor Arismendí, un personaje de la nocturnidad, los problemas que enfrentaba la ciudad no le afectaban. El se dejaba llevar noche tras noche, junto al alcohol y la música que inundaban su cuerpo de ritmo. El discjockey había estado tocando Lavoe, algo del gran Combo y un poco de salsa dura desde hacia un buen rato, y cuando Víctor pensó que ninguna canción lo haría bailar con más ganas que las anteriores, empezó a sonar la inigualable voz de Rubén Blades y su Canción del Final del Mundo. Las demás parejas, sin saber que canción era, llenaron la pista de baile casí de inmediato, al sentir el ritmo sin par de aquella maravillosa canción. Cuando escucharon al coro cantándole al final del mundo, los rostros de algarabía empezaron a transformarse, y perdidos, comenzaron a buscar otras miradas que les explicaran que estaba pasando. Tal vez los sucesos que habían estado ocurriendo hasta ese momento los tenían tensos. Tal vez eran las predicciones que se escuchaban en todos lados. Tal vez solo era una estupidez más de aquellos que le temen a todo y que no son capaces de ser felices ni en un lugar de felicidad como aquella pista de baile, y con una canción tan perfecta como esa.
Los cuerpos fueron deteniendo su acalorado baile y el miedo se apodero de las parejas que fueron quedando poco a poco inmóviles.
Víctor seguía bailando, como lo hacía siempre, entregándolo todo en cada paso, como si fuera el último día de su vida. Fue raro porque junto con esa maravillosa canción, sus torpes pasos y su cansada pareja, quedó solo en la pista de baile. Los demás que se habían quedado de pie observándolo con cara de espanto, diciendo para adentro “¿cómo es posible que este tipo baile un oda a la destrucción total como esta?”.
Su pareja asustada, también se detuvo y se quedó mirándolo. En cambio Víctor, que desde un principio sabía lo que ocurría, siguió bailando y cantando solo, disfrutando de aquel instante mágico en donde todos prefirieron quejarse de algo que aún no había ocurrido, como si el planeta fuera a destruirse porque una canción lo decía.
Era claro para él. Esa noche Víctor comprendió que pasara lo que pasara en el futuro, bailando seria el único modo en el que enfrentaría a la muerte sin temor.

martes, 9 de febrero de 2010

Vomitando avispas

A veces nos equivocamos, y a pesar que lo sabemos, buscamos el modo de ocultarlo. Así, no tenemos que disculparnos con nadie, a pesar que realmente lo necesitamos, porque el peso de mentir en la conciencia es una carga demasiado difícil de llevar.
Otras veces la casualidad juega a nuestro favor y conocemos a la persona que nos gustaría tener al lado, pero no encontramos el modo de acercarnos. La miramos, la idolatramos, la amamos en un silencio oscuro que nos hace perder la vida en segundos, pero no logramos decir todo lo que deberíamos para que no se vaya.
Suele ocurrir también que al quedarnos callados tanto tiempo, la rabia empieza a acumularse pura e insensata en algún lugar alejado de la razón. El lugar es secreto y escondido, es por eso que no logramos expulsarla. No entendemos ni nos damos cuenta realmente en donde es que se acumula todo ese odio escondido.
También sucede que buscamos el modo de decir muchas cosas que callamos por temor al que dirán. Pero no encontramos la forma de lograrlo. Así que tomamos una botella de alcohol y empezamos a buscar en el fondo de un vaso las respuestas que no encontramos solos. Y sentimos algo raro en el estomago. Como si este fuera un gran panal de avispas que nos van picando por dentro, y a las que no encontramos la manera de expulsar. El estomago se siente extraño. El dolor a veces pasa desapercibido, pero otras veces es inaguantable. Como si el enjambre picara con la intensa necesidad de defender su panal.
Es raro como a veces preferimos cargar nuestro inmenso panal de abejas laboriosas por avispas asesinas. Estas nos van matando desde adentro y no encontramos el modo de expulsarlas. Preferimos guardar el miedo y la verdad en ese lugar secreto que no conocemos muy dentro de nosotros.
Solo algunas veces escapamos de ese nauseabundo sentir. Pero normalmente aquellas avispas jamás salen. Si logran hacerlo, no pueden escapar pasivas, sino que las vomitamos furiosas. Prefiriendo acabar con una vida, antes de decir la verdad total para liberarnos de eso dolor tan agudo y profundo que se acumula en el estómago por no decir todo lo que deberíamos decir.