martes, 29 de mayo de 2012

Guerra al amanecer

Pasaba las noches en completo reposo, como si el sueño le diera la tranquilidad envidiable de un oso hibernando. No despertaba con ruidos ni la inquietaban pesadillas en aquellas noches de completo descanso.
Sin duda, Soledad Barrett era una chica con suerte. De belleza inigualable, sin problemas que la aquejen, con un trabajo estupendo y una familia aún mejor. Jamás le faltó un pan en la mesa ni dinero para comprar lo que necesitaba.
Pero la vida es extraña y cuando parece que tenemos todo y que la felicidad total esta cerca, sucede algo que nos cambia. Algo que destruye los días perfectos y se lleva la calma de ellos. El transcurso claro del pasado, se transformó en un instante, en desesperación e impaciencia.
Soledad de pronto perdió esa calma perfecta y sus sueños fueron acabándose poco a poco, secándose como un charco de agua en el árido desierto. Lo que antes fue paciencia y tranquilidad, se transformó en nervios y dudas debido al cruel insomnio.
En el pasado solo despertaba cuando le dolía el cuerpo de tanto descanso. Ahora, no lograba juntar los párpados cuando su cuerpo cansado le pedía reposo.
Noches enteras en vela, durmiendo tan solo dos o tres siestas de media hora, la habían cambiado completamente. Su belleza incomparable y su sonrisa eterna se fueron marchitando. El cansancio hizo de su rostro lustroso una mascara de vejez. Ya no le importaba nada, no quería saber de su familia y aún menos de su trabajo.
Buscó salidas para al fin vencer a aquella tormenta que le quitaba la vida. Probó pastillas, relajantes y agua de azahar pero ninguna dio resultado. Fumó marihuana, orégano, calea entre otras plantas y tampoco pudo vencer aquel maligno insomnio.
Peleaba todas las noches con sus nuevas almohadas ortopédicas que prometían sueños perfectos y placenteros, y aún así jamás logró conciliar el sueño por mas de un par de horas.
Y una noche, en una de esas guerras que parecían durar toda la eternidad mientras la noche se volvía amanecer. Golpes de piedras en su ventana la levantaron como si estuviese poseída. Cuando se asomó vio una sombra que le pareció conocida. No estaba segura de quién la llamaba, solo lo supo cuando escuchó la voz que le decía, Discúlpame Sole.
En sus oídos penetró aquel sonido como viento dulce. Una sonrisa magnífica se esbozo en su rostro triste. Era lo que buscaba para vencer finalmente en aquella guerra infernal con el insomnio, y en ese instante, con una sonrisa resucitadora cayó en el suelo rendida, y al fin durmió.