martes, 20 de octubre de 2009

Desvarío en el tiempo

No era raro ver a mis padres reír juntos a carcajadas. Papá solía tener una personalidad magnética y divertida, capaz de sacarle una sonrisa hasta al rostro más parco. Su ojos de un negro tan profundo como una noche sin luna ni estrellas, destilaban bondad y seguridad en cada mirada. Las personas quedaban embelezadas cuando lo escuchaban hablar y reían cuando soltaba alguna de sus elocuentes ocurrencias. Mamá adoraba sus bromas, era siempre la primera en celebrarlo. Lo escuchaba atónita como si fuera parte de ella la que hablara.
El trabajo para Papá siempre estuvo en segundo plano y por eso decidió poner su taller en el sótano de casa, para así poder ver a Mamá cada vez que quisiera. A pesar que era el mejor relojero de la ciudad, hacia su trabajo sólo para cumplir con sus compromisos y traer dinero a casa. Pero Mamá murió y dejo de ser el mismo de antes.
Haber perdido a la mujer de su vida de modo tan imprevisible, lo transformo totalmente. El odio y la inseguridad se apoderaron de su mirada perdida. No volvió a reír y aún menos le importó hacer reír. De pronto se sumió en la mas triste realidad, en donde el silencio y la soledad terminaron por convertir a un hombre distinto y feliz, en una maquina triste de trabajo. Parecía como si la muerte de Mamá hubiese desaparecido al hombre distino, esposo perfecto y padre ejemplar, dejando solo al relojero enfermizo e incansable.
Su trabajo se volvió su nueva vida. Sus dias transcurrian entre pernos, engranajes y resortes. Se encerraba en el taller durante horas y a veces días, y sólo subía cuando tenía hambre, o si necesitaba algún libro sobre relojería de la estantería de casa.
Su encierro hizo que nos distanciáramos cada vez mas, porque pasaba su tiempo encerrado en el sótano intentando componer relojes vetustos e inservibles, o porque a mi no me interesaba mantener una conversación con alguien que actuaba como si estuviera muerto en vida y que solo me traía tristeza y amargura. Por eso decidí que era momento de independizarme y hacer mi vida solo.
Hace algún tiempo que Papá no aparecía por casa. Es raro que viniera de visita justo cuando las campanas de la Iglesia marcaban las doce del medio día. Él suele aparecer en ocasiones especiales como mi cumpleaños o navidad. Así que al verlo desde la ventana, con un reloj de pared en la mano, sentí infinita curiosidad por saber el motivo de su visita, una curiosidad parecida a la de un niño esperando que se haga navidad para abrir sus obsequios.
Mientras bajaba las escaleras para abrirle, pensaba en la inquietud del rostro de mi padre, parecido al que mostraba cuando salía de su taller al haber terminado el arduo trabajo de componer un viejo reloj; y en que haría llevando un reloj de pared entre las manos. Jamás lo había visto con un objeto como ese y hace mucho no le veía el rostro tan inquieto. La curiosidad hizo que acelerara el paso y llegara sudoroso, tras bajar los 5 pisos que llevan de mi cuarto a la salida, a recibirlo.
Lo salude parco y resentido. Dejarme de lado por sus relojes hizo que mi orgullo en su contra creciera tanto como para disipar toda la efusividad de mi. Él en cambio, como no ocurría desde que murió mama, me abrazo con la pasión de antes, la pensé había perdido. No intercambiamos palabras mientras volvíamos al departamento. Yo andaba sumido y confundido en mis pensamientos y mi padre en una extraña alegría junto a su gran reloj.
Subía las escaleras delante de él, y el reflejo del sol entrando por el ventanal me mostraba su sombra. Papá subía mirando a su reloj de pared y no a las escaleras. Esto, por cierto, hizo que mi curiosidad, que no es poca, me hiciera acelerar el paso para llegar lo antes posible y saber a que venia con tanto apuro.
Cuando llegamos, se puso a mirarme detenidamente, como lo suelen hacer los padres luego de no ver a sus hijos por un buen intervalo de tiempo. Sin decir nada, puso el reloj en la mesa del comedor. Me acerque a mirarlo y noté que se encontraba detenido. Antes de decirle mi obvia acotación, pude notar su belleza incomparable. Se veían todos sus infinitos y dorados engranajes a través del cristal que lo sellaba. Las agujas tan perfectas como la mirada de un ángel; e igual de doradas y brillantes que los engranajes. Los números que marcaban las horas eran de bellas esmeraldas talladas a mano. Lo que más me llamó la atención fue el calendario, que se encontraba en la parte baja del reloj. No me fijé en el por su gran belleza ni por la perfección con la que había sido hecho, sino porque había quedado grabada como ultima fecha el día en que murió mi madre. Era tan perfecto que no parecía una persona de este planeta.
- Papá, ¿Que es esto? ¿Que haces con un reloj que no funciona?-
- Aunque no lo creas- me dijo mientras me miraba con cara de asombro. - Este reloj es del siglo trece. Es uno de los primeros relojes de cuerda que se hizo. Míralo.-
Abrió la manecilla para darle cuerda, la giro unas cuantas veces y apenas la cerró, empezó a funcionar. Pero algo particular pasaba con este reloj. Sus agujas no avanzaban hacia la derecha como cualquier reloj, estas iban a la izquierda, en sentido antihorario.
- ¿Esto es lo maravilloso? ¿El reloj funciona al revés?
- Paciencia, todo a su momento- Y nuevamente abrió la manecilla para que no siga trabajando el reloj. - ¿Qué es el tiempo? ¿Podrías decírmelo? Nosotros percibimos la vida con los sentidos. Pero al tiempo es imposible percibirlo. No es uniforme, y a pesar de eso, se construyó un artefacto para medirlo. Algunas veces el tiempo se pasa volando, y otras, transcurre tan lento que ningún reloj podría decirnos porque es que transcurre de ese modo. Este reloj con sus infinitos engranajes me enseño que la vida es distinta y que si aprendes a encajar esos engranajes, todo lo conocido es factible de cambio. Este reloj es el único capaz de cambiar y transformar el tiempo y volverlo cíclico. -
En mi rostro se formo una obvia mueca de burla y por intentar esconderla preferí mantenerme en silencio. Papá, al ver mi rostro, de inmediato abrió de nuevo la manecilla y la giro varias veces hasta llegar a un minuto antes de las doce. Empezó de nuevo el tac tic. Cerré los ojos y me pase la mano por la cara, como diciendo "pobre de papa, el encierro y la tristeza lo volvieron loco".
Cuando los volví a abrir, el reloj seguí allí, pero Él había desaparecido.
Lo busque por mi pequeño departamento y no lo encontré. La puerta estaba cerrada y las llaves para abrir estaban guardadas en el bolsillo. Me preguntaba asombrado y curioso ¿A donde había ido?
En la confusión, escuche el timbre de casa. Desesperado me asome por la ventana. Cuando reconocí a mis padres riendo abrazados en su idilio perpetuo y esperándome en el pórtico, finalmente comprendí que todavía existían sentimientos capaces de hacer cosas más increibles que su mágico reloj.

jueves, 15 de octubre de 2009

En búsqueda de lo perdido

Hace algún tiempo decidí dejar de escribir, pero nunca pensé que duraría tanto sin hacerlo.
Los primeros meses fueron por decisión propia; pero luego, cuando quise retormarlo, se volvió imposible. Pasaron seis meses, no reencontraba la hilación en lo que escribía y era por un motivo concreto: las ideas no fluían claras por mi cabeza.
Normalmente escribo para aclarar mi mente y buscar tranquilidad por medio de cada idea que plasmo en el papel; pero se volvió tan difícil conseguir pensamientos que aclararan mi mente con su frescura, que fue preferible no luchar y tirar a la basura todos los lapiceros que aún quedaban regados sobre mi escritorio.
En ese momento, supuse que alguna extraña enfermedad del pensamiento se había apoderado de mis ideas. Temía tomar un papel y no poder escribir en el, porque no encontraba claridad ni esperanza en lo que hacia. Plasmaba oraciones sin pies ni cabeza, ni sujetos ni predicados; una fila de palabras sin conexión que terminaban siendo simples bosquejos surreales. ¿Por qué deje de escribir? ¿Qué paso para que eso ocurriera? ¿Cuál fue el motivo para no lograr conseguir las ideas que buscaba para seguir haciéndolo? Las preguntas se acumulaban en mi cabeza, pero ninguna respuesta concreta ni clara asomaba.
Tuve que dejar pasar los días e intentar hacer que el tiempo disipe mis ansias. Estas, al no poder verse satisfechas, me llenaban de una tristeza tan profunda que se iba transformando muy dentro de mi, en inseguridad.
Escribir era una necesidad que no podía ver satisfecha, porque había llegado el terrible momento en donde mi alma no quería dejar salir las ideas que mi cabeza creaba. Cuando intentaba escribir sobre amor, terminaba escribiendo sobre como vuelan las aves; cuando quería escribir un cuento triste, terminaba escribiendo la receta sobre como hacer algún aderezo de ensaladas. ¿Era la locura lo que me esperaba ya que mi alma y mente al parecer no querían expresar todo lo que sentían y mucho menos interactuar entre ellas para completarme? o ¿era la tristeza que me causaba no poder escribir la que me hizo dejar de intentar?
Entonces, y luego de plantearme infinitas preguntas sin ninguna respuesta, entendí que no era necesario hacer tanto. Solo necesitaba una única y verdadera pregunta que englobe a todas las demás. Una pregunta que me ayude a encontrarme, y regresar a mi habitual forma de conocerme escribiendo sobre el papel. Lo triste fue que para lograrlo no pude hacerlo solo. Necesite mil botellas de cerveza, un espejo para ver mi rostro inseguro y olvidar mis sueños de grandeza para al fin, encontrar la pregunta precisa.
Solo, ebrio y desesperanzado frente al espejo, mirándome como se mira un borracho cuando busca en el fondo de su mirada las respuestas que no tiene, encontré la pregunta que le daría una nueva salida a todo lo que hiciera. Justo cuando mis ojos se cubrían de lágrimas de impotencia luego de tantos meses de no poder expresarme como quería, la opresión de la angustia en mí pecho se traslado a mis labios y me preguntó: ¿Quién eres realmente?
Ahora que me recuperé, estoy seguro que el papel, que todo lo aguanta, me dará la respuesta.