martes, 30 de noviembre de 2010

Exámenes Psicológicos

Terminar una carrera en la Universidad no me aseguró un trabajo. Habían pasado dos meses desde mi última clase y aún no lograba conseguirlo. Indague a profesores y compañeros sobre el problema, y me dijeron que sin currículo vitae sería imposible lograrlo.
Así tuve que hacerlo. Escribí de mi vida, logros deportivos, de los clubes a los que pertenecí y de los trabajos que hice. Tuve que mentir en muchas situaciones, porque los entrevistadores de las primeras cuarenta citas solo se fijaban un segundo en mi y luego miraban altaneros como diciendo "el siguiente por favor".
Fue así que llego la desesperación a mi vida por no encontrar trabajo. Mande el currículo a todas partes. Transnacionales y pequeñas empresas. Laboratorios y hospitales. Pero nada ocurría. Me llamaban una vez y luego no volvían a decir nada, solo desaparecían y dejaban una gran angustia destruyendo mis nervios.
Finalmente me llamaron por segunda vez. Era una empresa transnacional de calzados. Me pidieron que vaya temprano al día siguiente. Yo creía que el trabajo era mío. Todos en casa se alegraron, en sus rostros se notaba la felicidad más pura. Al fin podría traer algo a la mesa y así agradecer todo lo que mis padres habían hecho por mí.
Sudaba mientras me colocaba la mejor ropa que tenia. La situación me tenia tenso pero feliz, iba a conocer el lugar que me daría empleo luego de más de seis meses buscándolo.
Cuando llegue, una gran mesa con unas cuarenta personas sentadas y bien vestidas me esperaba. Llenaban algún tipo de formulario o examen. La psicóloga encargada me dijo que era la segunda convocatoria y que aún faltaban cuatro más para decidir a quién contratarían. Era el momento de los exámenes psicológicos.
¿Exámenes Psicológicos? Si yo no estaba loco, porque tendrían que hacerme algún examen de ese tipo. Pues bien, la alegría que tenia por pensar que había conseguido trabajo se volvió angustia. Amargado me senté a resolver aquel examen y lo termine lo antes posible. Entendía que las empresas necesitaban algún tipo de filtro para no tener que contratar a algún desquiciado, pero un examen de ese tipo, que había tirado mis esperanzas a la basura, solo me causaba impotencia.
Termine primero, y de inmediato, molesto y rabioso, me fui a casa a recostarme en cama e intentar escupir todas mis frustraciones al televisor.
¿Cómo fui tan iluso de pensar que ya estaba contratado?. Todavía faltaban cuatro convocatorias en las que seguro pasarían sobre mi nuevamente, intentando seguir filtrando información para conseguir, entre miles de personas, a aquel que los satisfaga. Utilizarían la necesidad de dinero que me tenía atrapado para hacer lo que ellos quisieran con mi información. Estaba seguro que no volverían a llamarme, de todos modos aún faltaban tantas convocatorias que mis ánimos, al tope antes de salir a la entrevista, ahora estaban por los suelos.
De pronto una llamada a mi celular, me decía que había pasado a la siguiente fase. Y yo, como siempre sucumbo ante mi estupidez, volví a sonreír de emoción y esperanza, pensando que esta vez si tenía el trabajo asegurado.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Las batallas de la razón

Colgó el teléfono y vio su reloj. Eran las nueve de la noche cuando se metió a la ducha y giró completamente la manija del agua caliente. Adoraba sentir el agua hirviendo tocar su piel, parecía como si todos sus problemas se disiparan junto al calor intenso y al vapor del agua que todo lo desaparecía a su alrededor. Pero esta vez no fue así, Mauro sabía que Carolina esperaba y estaba decidido en ir a su encuentro.

Ella odiaba verlo desarreglado y harapiento, siempre quiso a un príncipe azul mas que a un amante virtuoso. El solo quería recostarse durante días enteros en su abdomen, viendo a través de sus celestiales montañas , su rostro angelical.

Era medianoche cuando Mauro Cardona, salió de la ducha, limpió el espejo y se miró en el. Su barba había crecido tanto que logró esconder y transformar su rostro hasta hacerlo irreconocible. Se prometió, hace casi dos años, que no la cortaría hasta que lograra olvidar a Carolina y a ese sentimiento animal que se apoderaba de su cuerpo cada vez que pensaba en ella.

Recordó como ella detestaba esa barba larga y desarreglada de mendigo, y sin pensarlo, decidió afeitarse. Empezó bordeando su rostro con las tijeras hasta desaparecer todo el pelo que lo envolvía, para luego seguir con la navaja hasta dejarlo totalmente limpio. Una vez que terminó, se miró con paciencia y los recuerdos del pasado regresaron para revolverle el estomago de ganas y deseo. Iba a verla de nuevo y a pesar de la seguridad que tenía de recuperarla, no sabía si sería buena idea caer nuevamente en los lazos de su belleza hipnotizante.

El cuarto de baño se había librado en su totalidad del vapor, el teléfono sonaba sin parar, pero Mauro seguía mirándose al espejo. Su rostro ya sin barba no le agradaba, se sentía fuera de él, como si de nuevo hubiese cambiado de forma de ser por culpa de una mujer. Sabía que echarle la culpa a Carolina solo era mentirse, que no duraría mucho tiempo antes de volver a ser el mismo desarreglado de siempre. ¿La quería tanto como para cambiar o eran solo las ganas de volver a quererla y sentir su cuerpo las que lo hacían dudar?. Recién ahora, que estaba a punto de verla, se lo preguntaba y la respuesta de ningún modo era clara. Estaba librando la peor batalla entre la razón y su lado animal.

El tiempo había transcurrido imperceptible, como suele transcurrir cuando las ideas y los sentimientos incesantes no paran de fluir. Ya era la una de la mañana y el teléfono repicaba desesperado por quinta vez. El viento de la puerta abierta enfriaba su cuerpo desnudo y húmedo. La oscuridad de la noche no lo tocaba bajo la luz blanca del baño, y la sola idea de saber que la vería lo tenía atontado mirando en el espejo y de muy cerca el reflejo de su mirada. Intentaba buscar en sus pupilas dilatadas las respuestas que no conseguía. Quería ver si podía encontrar el modo de alejar esa angustia, pero era imposible.

Al fin, contestó el teléfono. Sabía que su instinto animal no podía olvidarla. De nuevo y sin darse cuenta, el embrujo de la belleza inigualable de Carolina había vencido a su razón. Nuevamente estaba envuelto, a pesar de no encontrarse, en su lado animal, un manto oscuro y perfecto de deseo, locura y pasión.