jueves, 27 de enero de 2011

El arte de morir

Hace muy poco, por circunstancias que prefiero no recordar, estuve a punto de tocar la oscuridad insaciable y voraz de la muerte una vez más. En un solo segundo de duda, sentí el poder de todos los miedos golpeándome el cuerpo como una ráfaga de flechas asesinas. Jamás sospeche enfrentarla nuevamente. Pensé que si me portaba bien con la vida, esta no me traería tan horrendas y difíciles situaciones que enfrentar. Pero no fue así, el pasar de los días me sigue haciendo luchar con situaciones cada vez más letales y extrañas.
En el pasado, mas de una vez me sacudió el impacto abrumador de ver las puertas oscuras cara a cara. El susto venía acompañado por un tipo de helada y extraña electricidad que recorría mi espina dorsal, como si mi cuerpo utilizara toda su energía vital para electrocutarme.

No sé si enfrentar a la muerte sea un estigma o simplemente un triste don al que estoy atado por siempre. No sé si este predestinado a recibir sustos y golpes tan fuertes que afecten mi manera de ver la vida con el pasar de los días. Lo que se, es que vivir del modo que lo hago, con ganas sublimes de enfrentar lo indecible, me seguirá dando esos terribles sustos. Sustos, que por mas aterradores que sean, debo de intentar entenderlos y aprender de ellos, o probablemente no volveré a tener otra oportunidad de vivir.
Debo aceptar que la vida me planteo en diversas oportunidades la posibilidad de enfrentarla cara a cara. A pesar que hasta ahora siempre salí airoso, cada enfrentamiento dejó huella en mi forma de ver el mundo, y sobretodo en mi cuerpo y mente. Fueron golpes que calaron tan profundo que se volvieron
ideologías, temores y conocimiento.
Es momento de sentarme a pensar y respirar profundo. Para convencerme de aceptar que cada vez que me enfrento a un acontecimiento mortal, me acerco mas a comprender la vida. Y que aquella sonrisa fatal y tentadora que he visto más de una vez invitándome al lado oscuro, será una compañera eterna a la que debo de hacer esperar, porque aún no me he colmado de vida ni conocimiento, porque aún no he aprendido bien el arte de morir.

lunes, 24 de enero de 2011

Calmada ansiedad

La vi desde lejos flotando entre la gente como una gaviota sobre el mar. Fue como una estrella fugaz cruzando por la pista de baile y alumbrando todo a su paso por la oscuridad. Parecía como si fuera parte del viento , como si un pacto divino le hubiese dado el poder de conquistarlo.
La observé durante toda la noche con la paciencia intranquila de un halcón hambriento a su presa. La miraba fijamente intentando que volteara hacia mí. La ilusión infantil que me invadía y que me hacía pensar que en algún momento me vería, me causaba un raro placer. Porque podría quedarme quieto toda la noche esperando por una pequeña sonrisa, por un gesto que moviera mi mundo. Las ganas de acercarme me dificultaban respirar, como si me estuviera encogiendo. La calmada ansiedad que experimentaba embrujaba todos mis pensamientos.
Supuse que podría acercarme, pero jamás conté con que los nervios me jugarían una mala pasada. Y aún menos esperé que las cervezas que llevaba encima me mantuvieran petrificado. ¿Qué le diría cuando le hablara? Me encontraba estupefacto y con demasiadas dudas de hablarle. Suelen salir sublimes estupideces de mi boca en ese tipo de estados.
Así pasó la noche sin darme cuenta, entre monólogos interiores e indecisiones. De pronto y sin notarlo, como suele ocurrir debido al alcohol, el tiempo se esfumó y ella partió sin decir nada. No pude acercarme aquella noche y me odié por no calmar mi interior y haberla dejado ir. Ha pasado mucho tiempo desde ese día. Han ocurrido miles de situaciones en mi vida, y tal vez también en la de ella. Jamás supe su nombre ni su paradero. Pero la vida siempre da revanchas, sobre todo ahora, que la veo flotando a lo lejos en la pista de baile. Brilla con una luz especial entre todas las cabezas inertes del mar de gente que la rodea en la oscura nocturnidad. Me doy cuenta que lo único que no ha cambiado es su forma lejana de brindarme esa calmada ansiedad que destruye mis nervios por conocerla, pero que también brinda una alegría incomparable a mi oscuro silencio.