La observé durante toda la noche con la paciencia intranquila de un halcón hambriento a su presa. La miraba fijamente intentando que volteara hacia mí. La ilusión infantil que me invadía y que me hacía pensar que en algún momento me vería, me causaba un raro placer. Porque podría quedarme quieto toda la noche esperando por una pequeña sonrisa, por un gesto que moviera mi mundo. Las ganas de acercarme me dificultaban respirar, como si me estuviera encogiendo. La calmada ansiedad que experimentaba embrujaba todos mis pensamientos.
Supuse que podría acercarme, pero jamás conté con que los nervios me jugarían una mala pasada. Y aún menos esperé que las cervezas que llevaba encima me mantuvieran petrificado. ¿Qué le diría cuando le hablara? Me encontraba estupefacto y con demasiadas dudas de hablarle. Suelen salir sublimes estupideces de mi boca en ese tipo de estados.
Así pasó la noche sin darme cuenta, entre monólogos interiores e indecisiones. De pronto y sin notarlo, como suele ocurrir debido al alcohol, el tiempo se esfumó y ella partió sin decir nada. No pude acercarme aquella noche y me odié por no calmar mi interior y haberla dejado ir. Ha pasado mucho tiempo desde ese día. Han ocurrido miles de situaciones en mi vida, y tal vez también en la de ella. Jamás supe su nombre ni su paradero. Pero la vida siempre da revanchas, sobre todo ahora, que la veo flotando a lo lejos en la pista de baile. Brilla con una luz especial entre todas las cabezas inertes del mar de gente que la rodea en la oscura nocturnidad. Me doy cuenta que lo único que no ha cambiado es su forma lejana de brindarme esa calmada ansiedad que destruye mis nervios por conocerla, pero que también brinda una alegría incomparable a mi oscuro silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario