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Lourdes Arregui había pasado horas jugando con aquel inestable banco. Sabía que tal vez ese sería su último día con vida. Los malos recuerdos estaban a punto de hacerla sucumbir ante la desesperación y la inestabilidad.
Cada cierto tiempo, pensaba en todo lo que la hizo llegar a esa desesperada situación. Recordaba tristezas que la desesperaban y de inmediato empezaba a jugar con sus pies para que el banco tambaleara y desapareciera toda la estabilidad.
En los segundos que sentía que iba a caer, y la soga empezaba a apretar su cuello, el miedo y los pocos recuerdos alegres afloraban como pidiéndole vivir, y la obligaban a detener su brusco movimiento.
Se preguntaba porque no podía acabar de una vez con todo. Le daba asco sentirse atrapada en ese lugar, con una soga al cuello y de pie ante el triste y desconocido futuro de la mortalidad.
Aquella noche, mientras Lourdes se encontraba en su momento de mayor indecisión, luego de largas horas jugando a morir, apareció una sombra silenciosa y la encontró cara a cara.
Un frio vomitivo inundo su cuerpo de pavor cuando lo vio aparecer. A la altura de sus rodillas, mirándola hacia arriba, aquella imagen borrosa apenas dejaba ver sus ojos tras las sombras.
Lourdes no tuvo reacción al observar los cuencos de los ojos de aquel diabólico personaje completamente vacíos. De pronto vio su vida pasar en pequeños segundos por su cabeza. Alegrías, tristezas, amaneceres, esperanzas, besos, muerte y llantos la tenían tan confundida que no comprendía si al fin había pateado aquel pequeño banco o si simplemente alucinaba ante tan inverosímil aparición.
Solo sabía que jamás sintió tanto temor. Ni siquiera hacía unos minutos cuando jugaba a la vida y la muerte intentando patear aquel banco que la mantenía con vida.
Fueron esos minutos de tensión incomprensible, en los que los dedos de sus pies tomaban el banco con todas sus fuerzas, los que le hicieron entender que la única forma de decidir sería enfrentando a sus demonios cara a cara.
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