domingo, 31 de enero de 2010

Memoria Fugaz

Caminaba en la calle apurado sin pensar en nada y una mujer me miró. Sus ojos tenían un brillo especial y como sin querer me decían “a ti te conozco de algún lado”, pero no se atrevió a saludarme. Yo apenas la miré un segundo y seguí caminando raudo, como suelo hacerlo cuando el tiempo se vuelve mi enemigo por el apuro.
Mientras seguía mi camino, recordé aquella mirada rápida que me entrego aquella chica hacia unos minutos. No lograba recordar de donde la conocía, y aún menos el porque me miro de aquella manera, como esperando que le devolviera el saludo y empecemos una larga conversación.
A cada paso que daba, un recuerdo fugaz volvía, como imágenes que vuelven volátiles luego de una borrachera. Cada recuerdo me acercaba mas a esa mirada que por un instante, pareció que me conocía de toda la vida.
Me puse a pensar en quien podría ser aquella chica y mientras lo hacia, recordaba escenas de sueños que pensé había olvidado. Pequeños cortos de historias inconclusas que no sabía si eran realidad o fantasía.
Fue entonces cuando la duda se apoderó de mí y me dejo en silencio. En un silencio interno del que hasta hoy no puedo escapar y que me repite la misma mirada una y otra vez cuando intento olvidarla, como si esa mirada me enseñara porque a veces, cuando me conviene, solo me importa intentar mentirme olvidando.

miércoles, 27 de enero de 2010

Oscuridad

Conocía la casa como la palma de mi mano, pero esa noche, fue como si nunca antes la hubiese estado allí. Era extraño, la casa no había cambiado de estructura y mucho menos de lugar, pero yo no podía dar si quiera un paso porque la oscuridad no me lo permitía.
La falta de luz en el lugar era total. No lograba distinguir nada así lo tuviera al frente de mis ojos. Era como si no conociera en absoluto el lugar.
La realidad empezó a cambiar y mi tranquilidad se transformó en terror. Estaba atemorizado de no poder ver nada en absoluto, de no poder distinguir algo que era tan familiar hace algunas horas, pero que al no poder verlo, me parecía tan desconocido como el rostro de Dios.
Seguía pasmado e inmóvil en la puerta, esperando que mi mano encontrará el interruptor para al fin encontrar la luz que me devolviera la vista y poder transitar por la oscuridad de aquellos pasadizos.
Pero fue imposible, mi mano recorrió todas las paredes cercanas; de arriba a abajo y de lado a lado, pero nada. Parecía como si un ser maligno hubiese desaparecido los interruptores para hacer que la angustia en la oscuridad me tuviese en vilo. La tensión y el miedo me tomaron por sorpresa en esos instantes y me volvieron su presa. Estaba solo en la completa oscuridad. Los sonidos eran como puñales que se clavaban en mi espalda. Jamñas había sentido ese temor al escuchar algún sonido extraño. Encerrado, sin poder encontrar la luz ni la puerta de salida, y a pesar que conocía todo el lugar, la absoluta oscuridad me había vuelto prisionero de un temor que antes no sentí. Un temor tan grande que solo lo interioricé aquella noche luego de pasar horas buscando la luz.
Aquel día conocí el miedo real, y no fue gracias a una muerte, un susto o una amenaza, el miedo de aquella noche se debió a la incertidumbre de no comprender nada a mi alrededor, de escuchar cosas que tal vez no escuchaba, de no pensar por horas en nada absolutamente, tan solo en como encontrar la luz para volver a fluir.

miércoles, 6 de enero de 2010

Televidente

Pasar los días enteros tirado en el sofá mirando la televisión después del trabajo me estaban matando. El exceso de peso y el cansancio se habían vuelto mi rutina diaria. Casi no salía de casa y mi noche se pasaba en un segundo haciendo zapping sin encontrar algo que realmente me gustara.
Hasta que un día me di cuenta que me había vuelto un enfermizo televidente, y al sentirme mal conmigo mismo comprendí que algo debía de cambiar en aquella perezosa rutina para dejar de sentirme de ese modo.
Así fue que deje de ver televisión. Pasaba el día idiotizado frente a la caja de imágenes que solo me hacía perder el tiempo e intentar llenar junto a ella, esos vacíos que da la soledad cuando no la soportamos.
Que difícil se me hizo quitarme de la cabeza la necesidad de ver esa caja boba. Empecé a comerme las uñas, a fumar tabaco, a mirar el techo y hasta aprendí realmente que era la gula. Simplemente no sabía como cambiar aquella rutina que me tuvo idiotizado durante tanto tiempo. No encontraba el modo de sacar de mi organismo aquella infernal droga televisiva. Note que se había vuelto una rutina muy poderosa y desastrosa en mi vida, y me mantenía estupefacto frente a la pantalla como un zombie, sin decisión sobre mi vida.
Solo entonces fue que decidí salir a la calle a pensar en como lograr deshacerme de aquel maldito hábito con una larga caminata, y así aliviarme de la pesadez de pasar las horas haciendo nada.
Afuera mientras caminaba volví a sentirme respirar. Recordé como prestarle atención al viento y a las hojas de los árboles revoloteando ante su asombroso poder. Disfruté del olor de las flores, del dulzor del rocío y de un atardecer primaveral recostado bajo la sombra de un gran roble.
Al fin logré sentir de nuevo la vida y me dí cuenta que ella no estaba hecha para correr al televisor y ver un programa o repetir la misma rutina todos los días. Comprendí verdaderamente que aún había muchos caminos por conocer, muchos atardeceres con que soñar, muchos libros por leer, muchas miradas que disfrutar y muchas historias nuevas y distintas que vivir.
Finalmente pude dejar de ser un adicto de aquella droga, que a pesar de no parecer peligrosa, era la que me estaba quitando la vida, programa tras programa, comercial tras comercial.