domingo, 24 de octubre de 2010

El tormento del recuerdo

Habían pasado más de cuatro días buscando un lugar donde saciar su sed. El sol de la sabana parecía hacerse mas grande con el pasar de las horas, como si fuese aumentando su volumen cada vez que se hacia un nuevo día.
El calor era tan asfixiante que hasta el verde de los árboles había desaparecido. Los campos se encontraban cubiertos de fuego y cenizas. Ninguna sombra era suficiente ante aquel calor que cuarteaba la piel de los elefantes.
El paso se hacía cada vez mas lento por la falta de forraje y, los elefantes de la manada de Drim iban cayendo uno a uno en la árida pampa. En lo alto se veía a los buitres rondando,esperando al próximo que sucumbiera ante la inanición y la sed.
Cuando caía al suelo moribundo un compañero de su manada, Drim continuaba su lerda caminata sin inmutarse ni voltear. Sabía que allí yacería alguno de sus antiguos compañeros y que no podría hacer nada para cambiarlo.
Mientras se alejaba del cadáver, Drim veía a la muerte convertida en luz llamarlo silenciosamente. Reaccionaba porque la tristeza le abofeteaba la cara por no recordar como encontrar agua para sobrevivir. Derramaba lágrimas secas por el recuerdo vívido que sentía por cada uno. El sentimiento de culpa por no ser un buen líder lo dañaba más que todo el sol de esos cuatro largos días a los árboles incinerados.
No quedaba más que seguir su camino en búsqueda de agua e ir muriendo por dentro al recordar cada instante que departió con el amigo que dejaba atrás. No hay animal en la tierra que recuerde como el elefante y cuando el recuerdo es tan nítido y fotográfico, la tristeza que se siente, siempre es un puñal candente en medio del corazón.
La manada solía estar compuesta por quince elefantes. Quince compañeros inseparables, de los cuales solo quedaban dos. Junto a Drim, seguía con vida su eterna compañera Dari. El sol la había afectado seriamente. Se veía cada vez mas cansada. Sus pasos eran tan lentos que apenas podía seguirlo. Su piel, a pesar de ser tan gruesa, se notaba inflamada y rojiza, y sus ojos casi cerrados y lacrimosos, terminaban por plasmar su pésimo estado.
Desde que empezó la sequía, tenían un pacto intrínseco para reservar sus fuerzas y así poder mantenerse con vida. A pesar de eso, a veces, Drim se ponía detrás de su compañera y la empujaba con fuertes golpes en el trasero para que siga caminando y no se deje vencer por el inclemente sol.
El camino se hacía cada vez más pesado. Drim recordaba no solo a sus compañeros perdidos, sino también que esa ruta solía ser por la que llevaba a la antigua manada a conseguir agua en un manantial escondido, que solo el conocía. Aún le tenía esperanzas de encontrar aquel oasis en medio de la nada.
Su mente recordaba con claridad como llegar al lugar, pero por las pocas fuerzas que les quedaban, la duda de si llegarían se volvía su realidad.
Al fin, cuando ya las fuerzas parecían dejarlos y su cuello cansado se dejaba vencer por el peso de Dari, llegaron al manantial. Vio a Dari entrar en él y sintió la vida volver a su gigantesco cuerpo, al verla salvarse.
Bebieron, jugaron y descansaron en aquel oasis maravilloso que escondido los esperaba para salvarlos.
Cuando se saciaron, Drim, el gran jefe, volteo a buscar a su manada como un acto reflejo. Al no verla, los sentimientos de tristeza lo volvieron a someter. Sentía la culpa de cada muerte y sabia que su vida jamás volvería a ser la misma. El peso y la nitidez del recuerdo de sus hermanos elefantes lo tendrían atrapado por siempre, sobretodo porque conocía el gran don de su especie, la voraz capacidad de recordar.

lunes, 18 de octubre de 2010

Ritos paganos

La espesa bruma invernal no dejaba ver absolutamente nada aquella noche. El peor invierno desde hacía mucho tiempo azotaba la ciudad; y la niebla, que abarcaba todo, apenas dejaba ver los pies de las personas caminando en la calle.
Camila, a pesar de no decirlo, sentía una rara clase de nerviosismo por tener que ir caminando a casa en la lúgubre nocturnidad. Las palabras se le hacían difíciles y el temor se esbozaba en sus sublimes y profundos ojos negros. Los cuales, finalmente, terminaron por convencerme de acompáñala.
Cuando llegamos, al verme al borde de la congelación me dijo que por favor pasara, que era cumpleaños de su abuelo. En otras circunstancias me hubiese negado firmemente, sobretodo por el alboroto que se vivía dentro. Pero en este caso, embrutecido por su mirada y ante la inminente hipotermia a la que estaba expuesto, acepte de inmediato.
Llegue a un gran salón por un pasadizo abarrotado de globos y serpentinas. En el centro, una gran mesa repleta de bocaditos y empanadas. Una torta de tres pisos en el medio de la mesa, con dos grandes velas con el número cincuenta terminaban de adornarla.
Alrededor de la mesa los familiares charlaban y devoraban lo que estaba servido. Don Eugenio se encontraba sentado lejos, en una silla de ruedas al otro lado del salón. Su rostro, arrugado como la piel de un elefante, se veía triste y perdido. Los dobleces de su cara apenas dejaban ver sus ojos, que en algún otro momento debieron de ser tan imponentes como los de su nieta. Yo me encontraba solo y lejos del tumulto familiar. Don Eugenio me miraba fijamente y parecía balbuceaba palabras in entendibles.
Al verme solitario, Camila me trajo comida. Antes de recibir el plato repleto de potajes, mi curiosidad, que siempre me domina, le pregunto, ¿Por qué se le veía tan triste a su abuelo?. Ella, bajando los ojos, me confesó que desde hacía un tiempo no andaba lúcido, y que en estas fechas se ponía insoportable. Odiaba los ritos paganos comoñel les decía.
Ella me dejó solo de nuevo acudiendo al llamado de sus primos. De pronto su abuelo hizo un movimiento con su agarrotada mano para llamarme. Mire a mi alrededor para cerciorarme que era a mi al que buscaba. Dude en ir a su llamado, pero comprendí que al menos por la comida debía agradecerle.
Mientras caminaba a su encuentro, me preguntaba para que me llamaba aquel centenario señor. ¿Qué tendría que decirme a mí, un desconocido, en aquella casa abarrotada de sus familiares, de gente que era sangre de su sangre? Apenas llegué, me tomo de la chaqueta tan fuerte como se le agarra al peor bandido. Me dijo susurrando con voz potente,!sacame de aqui de inmediato!. Me tomó tan de sorpresa su fortaleza y su forma de escupirme aquellas palabras, que sin dudarlo le hice caso.
Todos comían y bebían en la gran mesa. Nadie, ni Camila, se inmuto que escapamos del gran salón en unos pocos segundos. Cuando abrí la puerta, Don Eugenio respiro profundamente mientras miraba la gran niebla que acechaba a la ciudad. Le dijo, vieja amiga estas de vuelta, y con un gesto de su rigida mano me pidió continuar.
Estuvimos paseando por largo rato, sintiendo el viento helado en mi rostro. Me iba hablando a pesar que no lo veía. Parecía como si me dijera las cosas al oído, como si tuviera unos audífonos llevando su voz nítida a mi cabeza. Me hablaba de todo un poco, nunca utilizaba una palabra de más. Era como si las ideas salieran perfectas de su cabeza. Cada idea la desarrollaba magníficamente y eso hacía que todo encajara con claridad en las mía.
En poco tiempo mi capacidad de comprender las cosas había cambiado. Me sentía raro, como si hubiese leído mil libros en una hora, como si en una hora hubiese aprendido lo que antes en un año. Quede ensimismado y aturdido con su conocimiento. Hacía un rato me burlaba de él y de pronto lo escuchaba asombrado como si se me hubiese presentado algún raro Dios.
Tuvo un momento de meditación y pausa en sus sublimes palabras. El silencio de aquella noche helada y tenebrosa me atrapó, y le dije que era mejor que regresáramos. Movió su cabeza en negación de lado a lado. Le pregunte porque no quería regresar, y sin dudar un segundo y como esperando mi pregunta me dijo con voz ronca y rasposa. Ellos son de mi sangre pero no se parecen a mí. Son mi familia pero no les interesa otra vida más que la suya. He pasado años diciéndoles que no quiero celebrar. Pero ellos no escuchan, siguen viniendo año a año a joder. ¿Por qué no entienden que no quiero celebrar? Tengo cien años y solo el tiempo me ha hecho comprender estas vanas y tristes celebraciones. Y sólo el tiempo me hizo comprender lo estúpidos que somos de celebrar un día mas de vida, porque en realidad, y a mi edad, solo celebramos el acercamiento a la muerte. Es como una cuenta regresiva hacia la tumba. Como si cada cumpleaños fuera una gota más que esta a punto de rebalsar el vaso. Cumplir años para mi, es una tortura, créeme, estoy a punto de encontrar la eternidad ¿Como querría morir? ¿Por que tendría que celebrar un día más hacia mi muerte si estoy a punto de tocar la gloria?
Luego de eso, me quede sin palabras, aturdido y ensimismado pensando en lo que dijo. Y seguimos paseando por aquella noche ciega. Yo aprendí en silencio y como nunca antes. Aquel inusitado maestro me enseño, solo con palabras y en el momento que menos lo esperaba, un gran secreto que jamás pensé comprender. Que la única forma de encontrar la eternidad era olvidando juicios previos, banalidades y celebraciones paganas. Que el futuro y el pasado son solo nostalgia de nuestros deseos. Y que la única manera de vivir y encontrar la verdadera eternidad era en el ahora, que es siempre todavía.