Camila, a pesar de no decirlo, sentía una rara clase de nerviosismo por tener que ir caminando a casa en la lúgubre nocturnidad. Las palabras se le hacían difíciles y el temor se esbozaba en sus sublimes y profundos ojos negros. Los cuales, finalmente, terminaron por convencerme de acompáñala.
Cuando llegamos, al verme al borde de la congelación me dijo que por favor pasara, que era cumpleaños de su abuelo. En otras circunstancias me hubiese negado firmemente, sobretodo por el alboroto que se vivía dentro. Pero en este caso, embrutecido por su mirada y ante la inminente hipotermia a la que estaba expuesto, acepte de inmediato.
Llegue a un gran salón por un pasadizo abarrotado de globos y serpentinas. En el centro, una gran mesa repleta de bocaditos y empanadas. Una torta de tres pisos en el medio de la mesa, con dos grandes velas con el número cincuenta terminaban de adornarla.
Alrededor de la mesa los familiares charlaban y devoraban lo que estaba servido. Don Eugenio se encontraba sentado lejos, en una silla de ruedas al otro lado del salón. Su rostro, arrugado como la piel de un elefante, se veía triste y perdido. Los dobleces de su cara apenas dejaban ver sus ojos, que en algún otro momento debieron de ser tan imponentes como los de su nieta. Yo me encontraba solo y lejos del tumulto familiar. Don Eugenio me miraba fijamente y parecía balbuceaba palabras in entendibles.
Al verme solitario, Camila me trajo comida. Antes de recibir el plato repleto de potajes, mi curiosidad, que siempre me domina, le pregunto, ¿Por qué se le veía tan triste a su abuelo?. Ella, bajando los ojos, me confesó que desde hacía un tiempo no andaba lúcido, y que en estas fechas se ponía insoportable. Odiaba los ritos paganos comoñel les decía.
Al verme solitario, Camila me trajo comida. Antes de recibir el plato repleto de potajes, mi curiosidad, que siempre me domina, le pregunto, ¿Por qué se le veía tan triste a su abuelo?. Ella, bajando los ojos, me confesó que desde hacía un tiempo no andaba lúcido, y que en estas fechas se ponía insoportable. Odiaba los ritos paganos comoñel les decía.
Ella me dejó solo de nuevo acudiendo al llamado de sus primos. De pronto su abuelo hizo un movimiento con su agarrotada mano para llamarme. Mire a mi alrededor para cerciorarme que era a mi al que buscaba. Dude en ir a su llamado, pero comprendí que al menos por la comida debía agradecerle.
Mientras caminaba a su encuentro, me preguntaba para que me llamaba aquel centenario señor. ¿Qué tendría que decirme a mí, un desconocido, en aquella casa abarrotada de sus familiares, de gente que era sangre de su sangre? Apenas llegué, me tomo de la chaqueta tan fuerte como se le agarra al peor bandido. Me dijo susurrando con voz potente,!sacame de aqui de inmediato!. Me tomó tan de sorpresa su fortaleza y su forma de escupirme aquellas palabras, que sin dudarlo le hice caso.
Todos comían y bebían en la gran mesa. Nadie, ni Camila, se inmuto que escapamos del gran salón en unos pocos segundos. Cuando abrí la puerta, Don Eugenio respiro profundamente mientras miraba la gran niebla que acechaba a la ciudad. Le dijo, vieja amiga estas de vuelta, y con un gesto de su rigida mano me pidió continuar.
Estuvimos paseando por largo rato, sintiendo el viento helado en mi rostro. Me iba hablando a pesar que no lo veía. Parecía como si me dijera las cosas al oído, como si tuviera unos audífonos llevando su voz nítida a mi cabeza. Me hablaba de todo un poco, nunca utilizaba una palabra de más. Era como si las ideas salieran perfectas de su cabeza. Cada idea la desarrollaba magníficamente y eso hacía que todo encajara con claridad en las mía.
En poco tiempo mi capacidad de comprender las cosas había cambiado. Me sentía raro, como si hubiese leído mil libros en una hora, como si en una hora hubiese aprendido lo que antes en un año. Quede ensimismado y aturdido con su conocimiento. Hacía un rato me burlaba de él y de pronto lo escuchaba asombrado como si se me hubiese presentado algún raro Dios.
Tuvo un momento de meditación y pausa en sus sublimes palabras. El silencio de aquella noche helada y tenebrosa me atrapó, y le dije que era mejor que regresáramos. Movió su cabeza en negación de lado a lado. Le pregunte porque no quería regresar, y sin dudar un segundo y como esperando mi pregunta me dijo con voz ronca y rasposa. Ellos son de mi sangre pero no se parecen a mí. Son mi familia pero no les interesa otra vida más que la suya. He pasado años diciéndoles que no quiero celebrar. Pero ellos no escuchan, siguen viniendo año a año a joder. ¿Por qué no entienden que no quiero celebrar? Tengo cien años y solo el tiempo me ha hecho comprender estas vanas y tristes celebraciones. Y sólo el tiempo me hizo comprender lo estúpidos que somos de celebrar un día mas de vida, porque en realidad, y a mi edad, solo celebramos el acercamiento a la muerte. Es como una cuenta regresiva hacia la tumba. Como si cada cumpleaños fuera una gota más que esta a punto de rebalsar el vaso. Cumplir años para mi, es una tortura, créeme, estoy a punto de encontrar la eternidad ¿Como querría morir? ¿Por que tendría que celebrar un día más hacia mi muerte si estoy a punto de tocar la gloria?
Luego de eso, me quede sin palabras, aturdido y ensimismado pensando en lo que dijo. Y seguimos paseando por aquella noche ciega. Yo aprendí en silencio y como nunca antes. Aquel inusitado maestro me enseño, solo con palabras y en el momento que menos lo esperaba, un gran secreto que jamás pensé comprender. Que la única forma de encontrar la eternidad era olvidando juicios previos, banalidades y celebraciones paganas. Que el futuro y el pasado son solo nostalgia de nuestros deseos. Y que la única manera de vivir y encontrar la verdadera eternidad era en el ahora, que es siempre todavía.
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