sábado, 31 de julio de 2010

La ley de Murphy

Entraba en su oficina todos los días y leía un gran banner pegado encima de la puerta de entrada que decía: “MÁS VALE PREVENIR QUE LAMENTAR”. Él mismo lo había colocado allí desde que le dieron la jefatura del proyecto. Esperaba que la gente en el trabajo lo notara y lo volviéra una máxima en sus vidas.
Edward Murphy era un tipo calmado y pesimista. Siempre ordenaba las cosas con total cuidado, e intentaba que su trabajo lindara con la perfección. Sabía, como todo buen jefe, que las probabilidades de que las cosas no salieran bien estaban presente en todo momento.
Fue así, que en un experimento para medir la fuerza g en los cuerpos, encargó a Harris, teniente adjunto, hacer las conexiones necesarias para poder medir el efecto causado por la fuerza g en el ser humano.
Demoraron cinco días en terminar el proyecto. Al sexto día, cuando lo probaron, no funcionó.
Murphy, siempre apacible, pregunto uno a uno a todo el personal sobre porque no había funcionado la medición. Nadie le dio una clara respuesta. Luego de unas horas, encontraron que había otra forma de colocar aquellos medidores, pero estaban contra el tiempo. Les tomaría cinco días mas hacer que funcionara.
El experimento, a pesar de su simpleza, demoró un mes en estar terminado.
Cuando lo superiores conocieron de la demora, a Murphy, ingeniero en jefe del proyecto, lo retiraron del cargo, aduciendo como excusa que era imposible tomarse tanto tiempo en algo que debía de estar hecho en diez días.
Murphy no reclamó, el sabía que el tiempo y las dificultades en la vida a veces son demasiado engañosas. Así fue que tomó las cosas de su escritorio y cuando estuvo listo para irse, leyó con paciencia aquel gran banner que estaba colocado encima de la puerta. Respiró hondo, como recordando sus buenos momentos en el trabajo, y regreso a su oficina.
Estuvo tres horas sentado frente a su computadora, escribiendo sin detenerse bajo la atenta mirada de sus ex compañeros de trabajo. Cuando terminó fue a la impresora y retiró un nuevo banner para cambiarlo por el antiguo. Este decía “TODO LO QUE PUEDA SALIR MAL, SEGURAMENTE SALDRÁ MAL”.
Es así que Murphy se fue entre aplausos, como un alquimista que había descubierto la piedra filosofal. Aquel día se creó el famoso enunciado de la Ley de Murphy, que muy pocos conocen. Ella hizo entender a las personas que era necesario prestar la máxima atención a lo que hacían, sobretodo conociendo el gran problema humano, su falibilidad.
No había duda, gracias a Murphy el pesimismo nunca se volvió a ver desde el lado incorrecto.

jueves, 15 de julio de 2010

Realidad y fantasía

Embrutecido frente a la pantalla del televisor, con los ojos rojos y secos por jugar durante más de ocho horas Mario Bros, fue cuando Adolfo Farías supo que sería mas difícil de lo que pensaba acabar con aquel indomable juego.
Cada vez que Mario perdía una vida, comprendía que no era lógico seguir, porque era prácticamente imposible finalizar con vida cada mundo. Luego, dejaba todo e iba a su cama.
Cuando intentaba dormir, al cerrar los ojos secos y adoloridos, recordaba la imagen de Peach, la bella princesa de mirada angelical que vivía apresada y necesitaba ser salvada en el juego. Como todo niño, tenía la gran ilusión de rescatarla para saber que ocurriría al final de la historia.
Se levantaba al alba y retomaba el juego. A pesar de sus increíbles esfuerzos por terminarlo, se le hacía imposible. Pasaba sus mañanas, tardes y noches intentando encontrar la forma de acabar. En el colegio preguntaba trucos para avanzar mundos sin tener que recorrerlos, pero aún así, no conseguía finalizar lo que había empezado hace algún tiempo atrás.
Cada noche dormía menos. Aquel juego se había vuelto un vicio, una droga para el pequeño. Todas sus energías estaban puestas en rescatar a la princesa. Una princesa esquiva que tal vez nunca salvaría.
Al no lograrlo, su carácter empezó a cambiar. Sus notas en el colegio bajaron y la comunicación con sus amigos y familia desaparecieron. Vivía inmerso en un mundo de fantasía, en donde el personaje principal jamás había logrado completar su misión, rescatar a su princesa.
Aquella fijación por terminar se había vuelto un delirio desquiciante. Necesitaba, antes que cualquier otra cosa en la vida, rescatar de las garras del terrible Bowser a la bella princesa.
Trascurrieron los años y no acabar el juego se volvió un estigma incurable para Farías. Le había crecido un gran bigote azabache en su antes lampiña cara. Un gorro rojo, del cual nunca se separaba era su otra compañía indispensable junto al negro mostacho. No tenia amigos, ni familia ni mujer, solo lo acompañaba aquel juego que seguía impecable, como si su consola de Nintendo aún fuese nueva.
No había duda, no haber podido rescatar a Peach de las manos de aquel rechoncho dragón-tortuga hizo que Farías se transformará y desapareciera en el olvido. Nunca se supo nada más de él, solo que cambio su nombre a Mario y se dedico a vagar por el mundo, preparando pizzas y buscando en sus eternas noches de soledad a alguna princesa que rescatar.