lunes, 2 de julio de 2012

Imanes de luz

Era domingo y empezaba a amanecer,  la ventana entreabierta dejaba pasar tan solo algunos rayos de luz.tras las persianas. Se posaban como por arte de magia sobre su cuerpo, alumbrándolo  de manera celestial como si la desnudez bendijera mi cama.
El tiempo transcurría imperceptible. Los rayos de sol no se saciaban de tocar y buscar su cuerpo dormido. No se posaban en el suelo, ni la cama , solo en su piel. Como si sus jugosas piernas y  muslos fuesen imanes de luz.
En la penumbra la contemplaba. Atónito y voraz me perdía en la luz que recorría su cuerpo como si quisiera mostrarme la eternidad. El tiempo no transcurría con normalidad, no estaba guiado por minutos ni segundos, tan solo por aquella luz a la que su blanca piel daba un brillo sobrenatural.
Por momentos pensé en despertarla, y dejar que la poesía que escribíamos juntos en esa cama, nos embista sin contemplaciones ante la desnudez. Pero preferí mirarla, con aquella luz milagrosa que entraba por la ventana y parecía convertirla en una visión celestial.
¿Como era posible que aquellos deseos impuros que sacudían  mi mente  se convirtieran en luz? ¿Qué energía cósmica la recorría para no dejar que la luz se separe de tan desnuda perfección? Tal vez solo eran mis terribles deseos por ella, o simplemente aquella energía vital que nos recorría y me hacía divinizarla.
De pronto despertó, y al mirarme con sus grandes ojos marrones y su sonrisa de niña traviesa, comprendí que el deseo tenía razón.
Tuve suerte de ver como aquella luz disfrutó de explorarla tanto como yo. Y que  estuvimos juntos aquella madrugada para aprender que el tiempo, cuando es seducido por el deseo, se vuelve imperceptible y eterno.