miércoles, 22 de junio de 2011

Vicios y Virtudes

Hubo una época en que me encontraba desesperado, sin hallar un camino a pesar de los infructuosos intentos de saber cual era mi lugar en la vida. Luchando contra la inexperiencia y los deseos que nublan los pensamientos. Deseos que me empujaban a una batalla interna en búsqueda de mis virtudes. Era bueno para muchas cosas, pero ninguna me daba alegría.
Cada vez que despertaba, esperaba que alguna luz potente brillara dentro de mi mente y me diera claridad para enfrentar el día que estaba por transcurrir. Pero a veces, los días pasan lentos y desgarradores como las guerras, y la claridad jamás se asoma por la ventana.
Estudiando sin comprender el motivo por el cuál lo hacía. ¿Era por mi? ¿por mis padres? ¿por mi orgullo? Imposible saberlo, si ni siquiera tenía las agallas para tomar un camino propio.
Pasaba el tiempo mirando la puesta y la caída del sol, sintiéndome como una nube perdida al libre albedrío del viento.
El humo, el licor, la televisión, las apuesta, la noche y las mujeres me tenían perdido. Y en vez de utilizar mi tiempo para buscar en mi interior la respuesta a tantas dudas, simplemente me dejaba llevar por aquellos vicios que la ociosidad humana adora. Deliciosos vicios del placer que la juventud desconoce, y nos mantienen atrapados en pensamientos que terminan volviendo a los sueños, angustias.
¿Cómo sabría yo cuales eran mis virtudes si solo vivía de mis vicios? Escapaba de encontrar la verdad por dejar que los impulsos me llevaran a seguir a mis desesperados instintos humanos. Era tan tentador utilizar mi tiempo libre en desperdiciarlo, en vagar por la noche perdido entre amigos y copas que intentaban calmar angustias.
Con el tiempo comprendí que no necesitaba de alguien que me diera felicidad. Que los deseos de mis padres eran solo deseos. Que mis amigos vivían en silencio esa mismas angustias que me perdían. Y que me había aferrado a mis vicios por no esforzarme en enfocarme, y volverme uno con mi conciencia. Sólo así sería capaz de encontrar aquellas virtudes que se me escapaban de las manos como la arena seca del mar.
No hay nada peor que vivir en una lucha perenne con uno mismo. Era imposible vivir la vida llena de angustias. No saber donde ir, ni para que servir. Era momento de erradicar las dudas y buscar un cambio radical. Momento de fusionar lo vivido con lo aprendido, y de aceptar que la calma era una de mis virtudes y que sólo podría encontrar respuestas utilizándola y hurgando paciente en mis añejos vicios.

domingo, 5 de junio de 2011

Calmando tempestades

Con el maquillaje húmedo recorriéndole el rostro por culpa del llanto y la lluvia, siempre de madrugada, llegaba a casa Romina Quintana. Cargando un peso que no soportaba, como si luchara sola contra la vastedad del universo.
Quería volver a ser ella, mirarse al rostro impecable y obedecer a sus instintos y nunca mas una orden. Empapada y desarreglada corría a la ducha a sacudirse de toda aquella pintura que parecía ocultarla de la realidad.
Eran momentos de perfecto silencio, cuando el agua se apoderaba de su cuerpo. Con todas las curvas perfectas, con la piel de seda, cubierta de la belleza que da el resplandor de la juventud.
El trabajo y la gente le estaban quitando la vida. Porque la dejaban sin tiempo que dedicarse, sin tiempo para vivir una vida que no había vivido por mantenerse atrapada en intentar subsistir.
Solamente olvidaba el ajetreo diario cuando al fin giraba la manija que abría el corro gigante e interminable de agua. En ese ritual diario que le daba vida mientras refregaba su piel con toda su fuerza, como si quisiera arrancar de ella algún virus mortal.
Cada gota que golpeaba su belleza triste, era capaz de robar cada segundo de tensión del día. Como si toda la desesperanza que se reflejaba en su mirada, desapareciera cada vez que iba rauda en búsqueda de aquel poderoso chorro de agua.
Tan solo en ese lugar se sentía ella totalmente. Desnuda y frágil ante la tempestad que había creado. No existían conflictos ni problemas en aquel paraíso inventado por el silencio y sus deseos. Ya no se enfrentaba al bullicio eterno del mundo, ni lidiaba con las personas que la atosigaban. Tampoco luchaba por destacar ante el inminente paso de los años. Era en ese lugar en donde se sentía dueña de todo, como si girar la manija del agua la convirtiera en su propio dios.
En aquella calma silente era capaz de disiparse completamente, respirar profundo y apaciguar la tempestad que la carcomía por dentro. Para así finalmente olvidar, aunque sea por solo unos minutos, aquel horrible trabajo de caricias pagadas y orgasmos falsos.

martes, 31 de mayo de 2011

El sabor de la claridad

Siempre cargando papeles, con el pelo lacio sobre el rostro, un cigarro encendido en la boca y la mirada perdida en las lineas del asfalto, se le veía caminar silencioso a Roberto Farje.
Era como un fantasma escondido en la penumbra. Jamás se comunicaba, solo se dedicaba a hacer su labor de mensajero en el más extremo silencio. No era raro que casi nadie en el trabajo supiera su nombre y que pasara totalmente desapercibido.
Era un tipo enclenque, introvertido, que vivía atemorizado y que no disfrutaba la vida. La angustia lo había llevado a pensar en acabar con ella cada día que despertaba. Pero Roberto no tenía el suficiente valor para enfrentar sus temores y entregarse de lleno a sus sueños de muerte.
Demasiado débil de carácter. Tan débil que el mismo se daba asco de desear tanto y no lograrlo por falta de agallas. No encontraba un motivo tan triste y desgarrador que lo hiciera decidir al fin saltar al vacio y experimentar esa partida a lo desconocido que tanto deseaba.
Solo dos cosas le daban alegría en la vida y lo hacían olvidar la angustia terrible que lo acosaba a todo momento en su eterna soledad: el tabaco y el chocolate. Los consumía a diario y en cantidades grotescas. Disfrutaba del paraíso cada vez que prendía un tabaco o abría algún chocolate, como si fuese el ultimo bastión de alegría que lo aferraba a la vida.
Se acercaba navidad y en la soledad de su pequeño departamento del piso 15, recibio la pequeña canasta de la empresa. Era una canasta navideña simple, de esas que reciben absolutamente todos en los trabajadores en las empresas. Contenía un paneton, algunos productos lácteos, un vino en caja, unas cajetillas de cigarrillos y un chocolate de taza. Dejó de lado lo demás y tomó el chocolate y el tabaco.
Estaba perplejo al ver aquel chocolate que jamás había probado. Lo observaba con cierto grado de lujuria, con una felicidad escondida. Se acomodo en el sofá y puso un cigarrillo en su boca. Abrió el chocolate y lo dejó de lado mientras prendía el cigarrillo. Su emoción era tan grande que que lo encendió por el lado del filtro. Un sabor cancerígeno penetro por sus boca y pulmones haciéndolo toser convulsivamente. Intentando escapar de aquel asco nauseabundo, introdujo en su boca un pequeño pedazo de aquel chocolate de taza al que miraba con lujuria.
Esperaba que el dulce sabor opacara el intolerable asco que sentía al encender el tabaco por el lado erróneo.
Pero cuando lo probó, un sabor amargo, desagradable y pastoso se apoderó de sus nervios. Desesperado, como si tuviese algún bicho vivo en la boca, vomitó todo lo que pudo por la ventana. Sabía que no podría olvidar aquel sabor asqueroso en su boca nunca más. Y al mirar por la ventana del piso 15 de su pequeño departamento, lleno de nauseas aún, supo de inmediato como encontraría valor para saltar.

martes, 17 de mayo de 2011

Estado de Gracia

Es raro como el clima afecta en el humor de las personas. Normalmente el cielo azul nos trae esperanzas y nuevos retos. La lluvia con su efecto soporífero clama por encerrarnos en su letargo. Las nubes atraen la melancolía y la tristeza, y el frío al cansancio.
En mi caso, el clima suele llevarme por estados a los que no encuentro razón. Porque no afectan de forma directa mi animo. Solamente me pausan y me convierten en un ser sin emociones, donde indiferencia es el termino mas adecuado a utilizar para explicar ese inalterable sentimiento.
Es así que ciertas veces me encuentro en un estado de gracia. En donde las cosas que suceden a mi alrededor no me afectan. El viento no sopla suficientemente fuerte como para enfriarme, y el calor no es tan potente como para hacerme sudar.
Es un estado letárgico en el que las personas que caminan alrededor dejan de existir. La mirada firme sobre el horizonte hace que mi mente quede en blanco. Todas las ideas tristes y las felicidades sublimes se esfuman de mis pensamientos de modo fugaz como el humo del tabaco.
La angustia desaparece y así ocurra una guerra o brutal catástrofe, dejo de interesarme. El bien de los otros y las enseñanzas religiosas que me fueron enseñadas repetitivamente durante años, suenan a esperanto.
No persigo el dinero ni el poder, solo suplico la paz en mi interior para destruir y eliminar las banalidades que me intoxican con el día a día. Olvido los conflictos que acosan a la sociedad. Intento aprovechar ese estado superior y opto por acostarme en la yerba alta de los campo y dejar que el viento tenue me sople el rostro mientras lleno mis pulmones con su tibieza.
Y tan solo quedarme allí recostado, sin pensar ni dudar. Festejando en silencio esa increíble manera que me brinda la vida de olvidarme de ser humano por fin y entender la verdadera forma de comprender lo que es vivir en paz.

viernes, 15 de abril de 2011

Sueños premonitorios

Eusebio Benza despertó jadeando, con los ojos inundados de lágrimas y empapado en sudor. Los músculos agarrotados y el corazón retumbando potente en su pecho como el de un caballo desbocado en la pampa. Su sueño había sido tan real que temblaba aterrado sin poder detenerse.
Aquel temblor no era coincidencia. Desde hacía un tiempo ya no soñaba imágenes disparatadas e inconexas, historias ficticias o incompletas, ni mucho menos ideas incongruentes ni desfachatadas. Ahora, como si fuera una maldición, todo lo que soñaba se volvía realidad.
Desesperado acudió a varios especialista. Sicologos y siquiatras no fueron capaces de entender lo que le ocurría, ni siquiera de acercarse a comprenderlo. Lo miraban como si estuviese fuera de si, dispuestos a encerrarlo antes que se sometiera ante la demencia.
Cerraba los ojos y temblaba de terror. Temía dormir y tener que recordar cada instante de su sueño sin poder hacer nada para cambiarlo. Y luego tener que despertar, para ver como todo lo que soñaba se volvía realidad. No podía lidiar con ello más, pero era imposible mantenerse despierto toda la vida.
Desde hacía unos meses empezó a tener aquellos sueños premonitorios. Sin saber como, acertó con los números de la lotería, sin jugarla. Vió ganar a tenistas que no conocía, pero recordaba. Meter goles a futbolistas antes que empezaran los partidos. Preveer catástrofes y hasta ver morir personas que aún no estaban listas para ello.
Eusebio Benza despertó jadeando, con los ojos inundados de lágrimas y empapado en sudor. Los músculos agarrotados y el corazón retumbando potente en su pecho como el de un caballo desbocado en la pampa. Había soñado con el acontecimiento más infausto de su vida, su propia muerte.





jueves, 14 de abril de 2011

Bruma asesina

Es triste decirlo, pero vivo en una tierra tan extraña que en ella el sol jamás ilumina. Un lugar en donde las nubes grises se apoderan del cielo y parecen percudirlo, ocultando todo rayo de luz que intenta emerger.
En las noches jamás aparecen luna ni estrellas en el firmamento. Solo nubes cada vez mas oscuras que se mueven a lo alto como una bruma asesina, dispuesta a aniquilar los sueños de quien busque respuestas en el infinito.
Lo mas difícil fue aceptar que vivir en este horrendo lugar me estaba matando de a pocos. Sabía que si continuaba me seguiría perdiendo de atardeceres perfectos, cielos azules de nubes de algodón y paisajes de aquellos que solo sirven para alimentar el alma.
No podía quejarme, la vida me sonreía. Tenía un buen trabajo y ganaba aún mejor. Una linda chica se preocupaba por mi y me brindaba su calor todas las noches. Junto a ella tenía planes que me hacían pensar que me encontraba cerca de la felicidad total que tanto anhelaba.
Pero no me sentía conforme. La mayor parte del tiempo no sonreía. Mi pelo flojo se desprendía fácilmente y adornaba gran parte de mi bañera. Me quejaba al levantarme por tener que disfrazarme para trabajar. Al salir temprano, odiaba el color plomizo y vomitivo que alumbraba la calle en el alba. Detestaba sentarme en el mismo escritorio todos los días. Además de la sonrisa burocrática e hipócrita de mi jefe que solo tenía dos fines: Vernos como bestias de trabajo y hacer que el estúpido capital siga creciendo.
En pocas palabras, sentía que moría en silencio. Como si no encontrara claridad a pesar que todo era claro. Sabía que con el tiempo, escapar de aquella rutina se volvería cada vez más tediosa y difícil.
Buscaba respuestas en el cielo en la mañana, por la tarde y en la noche. Pero sentía que aquel gris plomizo se apoderaba de mis ganas de continuar. Mi mente ya no imaginaba, solo deseaba que transcurran el tiempo y los días.
Temía buscar salidas porque ya no era un niño para jugar con la vida si ya estaba encaminada.
Y es que eso le estaba pasando a mi vida, mis ideas antes claras y en búsqueda constante de felicidad, se habían infectado de aquella bruma asesina que bañaba las nubes de su nauseabundo color. Estaba a punto de empezar una nueva etapa con la que ya no podría luchar sino escapaba de ese lugar, de esa rutina desastrosa. El momento que jamás nadie espera, pero que llega en un parpadeo fugaz. La triste y lenta marcha hacía la muerte.

lunes, 28 de marzo de 2011

Vanos Rituales

Debo de aceptar que en la pubertad, entre tantas dudas, hubo un momento en el que me volví un esclavo del espejo. Me preguntaba ¿como me verán los otros? cuando me veía en él todos los días. Lavaba mis dientes, y hasta me peinaba buscando en el fondo de mi mirada alguna respuesta a todas las dudas que me daba el crecer.
Así fue que un día, luego de bañarme, limpie el vapor del agua en el espejo para repetir el ritual al que estaba acostumbrado. Siempre adoré la calidad de reflejo que daba ese espejo en particular. A veces algunos espejos nos muestran como queremos vernos: despejados, jóvenes y felices. Pero esta vez, me note distinto. No me recordaba así. Mi reflejo no era el que solía ser, me veía raro, como si mi rostro hubiese cambiado, como si no fuera yo el que se analizaba allí.
Pensé que el vapor del agua había estropeado el espejo. Tal vez había engordado o bajado de peso, pero la balanza me hizo entender todo lo contrario. Intente verificar mediante un concienzudo analisis de mi rostro cual era el cambio. En mis ojos, nariz y boca no encontré diferencia. La barba rala y precoz, me mostraba un rostro distinto, pero no era ese el problema; y mucho menos algún nuevo golpe, protuberancia o deformidad se habian apoderado de mi extraña faz.
Entonces me quedé pensando, sin dejar de mirarme. Tocaba mis mejillas y nariz . Estiraba mis orejas y parpados. Y no encontré un motivo para verme tan distinto. Me angustiaba no encontrar una respuesta válida para convencerme. El desgano crecía dentro de mi y se apoderaba de la poca paciencia que me quedaba.
¿Qué había pasado? ¿Cuál era el motivo para no reconocerme?
No supe nunca que pasó conmigo. Tal vez fueron los años que me jugaron una mala pasada, y sin notarlo transcurrieron imperceptibles en segundos. O pudo ser que algún bromista simplemente cambió el espejo del baño. Lo que supe fue que al no encontrar respuestas, algo cambió dentro de mi.
Deje de peinarme y muy pocas veces volví a mirarme, o lavarme los dientes frente al espejo. De algún modo ese cambio hizo surgir mi capacidad de abstracción para dejar atrás las banalidades, y concentrarme en ir en búsqueda de la verdad. Para al fin dejar de preocuparme por idioteces ególatras como solía hacerlo cuando era niño.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cruciales encrucijadas de una mente despistada

Hay características innatas en cada uno de nosotros. Características con las que nacemos y que nos persiguen durante toda la vida. Quien sabe porque extraño motivo jamás logramos controlarlas. Están inmersas en nosotros hasta los huesos, y la inconsciencia no nos deja esconderlas, ni tampoco huir de su implacable seguimiento.
¿Por qué no podemos escapar? Tal vez sea porque las llevamos en los genes desde que nacemos. Porque nos las transmiten durante generaciones. O porque existen energías incontrolables dentro de un mistico y profundo universo personal e interior.
La verdad, es que a pesar que intentamos cambiarlas, siempre volvemos a sucumbir ante ellas. Son poderosas, y nos dominan a tal punto, que se convierten en nuestras enemigas mas intimas.
La sociedad y los maestros luchan por enseñar a los niños a que sigan las pautas que ellos les enseñan. No se acepta a aquellos niños de mentes que buscan e indagan, no es lógico festejar a aquellos pequeños que viven intentando encontrar respuestas a lo inconcebible. Los predeterminan a obedecer y no a soñar. Los sueños son malos para una sociedad progresista, porque tal vez esos sueños jamás se conviertan en realidad, y el tiempo que costo aquel sueño inconcluso, es dinero quemado.
De pequeño, a pesar de los intentos de mis maestros, jamas pude escapar de mi mayor característica, ser despistado. No podía luchar con mi verdad, solo dejarme llevar por mi interminable forma de flotar ante la nada.
En el colegio, solía entrar en trance por culpa de canciones dentro de la mente que me alejaban totalmente de las clases. Recordaba cada letra y la tarareaba como si fuese parte de ella. En otras ocasiones, miraba la luz del fluorescente durante horas, como si en ella hubiese un mundo nuevo por descubrir.
Fue pasando el tiempo, y pesar que me enseñaron a luchar con el fluir ilimitado de mis ideas, comprendí que solo ello me brindaba una felicidad distinta a la de los otros. No vivía pensando en dinero ni mujeres, no me interesaba el poder ni el reconocimiento, lo único que pedía, que al llegar la noche, logrará ver el cielo lleno de estrellas en las noches plomas, y perderme en él.
En la universidad continuo. Pasaba las clases escribiendo, pero jamas lo que el profesor dictaba. Y aún ahora que ha transcurrido el tiempo, hay días en que quedo atrapado pensando en cosas tan insulsas como porque el viento del sur siempre sopla en mi contra, y el del norte siempre es cálido. O tan solo quedarme varado en la cama luego de despertarme, y dejar todo de lado para respirar profundo por horas, intentando comprender al aire que inunda mis pulmones de vida.
Se que allá afuera existen muchas personas como yo. Personas que intentan recordar la verdadera felicidad de la infancia, cuando aún eran totalmente libres. Cuando no luchaban por sexo, razas ni dinero, porque la sociedad no lograba convertirlos en sus secuaces.
Se que hay personas que sueñan e indagan. Personas que viven la vida dentro de encrucijadas que parecen vanas, pero que son cruciales porque nos enseñan a vivirla en su máximo esplendor sin necesidad de dinero ni poder. Aquellas encrucijadas a las que la sociedad progresista no les hace caso, porque son creadas por mentes felizmente despistadas.

lunes, 21 de febrero de 2011

Hogar, dulce hogar

Rashid Zamidar olvidó lo que era ser un tipo apacible desde que dejo su casa. La guerra lo transformó en un ser grotesco y despiadado. Lo que solía ser un niño lleno de ilusión se convirtió en un bastardo asesino transtornado por la impiedad bélica.
Tenía los ojos negros y la mirada vacía como la de un cuervo en la absoluta oscuridad. Las cuajadas venas de sus ojos parecian ríos de fuego al deslizarse por lo poco que se podía ver del iris casi mostaza. En una mano, un cigarrillo de tabaco negro subía a su boca cada cierto tiempo. En la otra, reposaba inerte, un revolver calibre 38 exhalando humo como un dragón dormido.

Sus ojos no se separaban del monitor que repetía el mismo programa. La luz del televisor consumía su piel, iluminándolo como apoderándolo de un resplandor radioactivo. Su cuerpo empezaba a bañarse de esa luz extraña que lo mantenía en estado de trance y reposo. La sensación que lo sedaba lo mantenía inmóvil. El momento lo envolvía en un sentimiento de paciencia y calidez. Volver, luego de tanto tiempo, al hogar en el que nació, lo hacía recordar momentos cálidos que afuera jamás encontró.
La poca luz creaba tristes y suaves colores al difuminarse con el cristal de vaso lleno de arak. Se encontraba tan cómodo y tranquilo, que no se percataba del alboroto que acontecía fuera del lugar.
Un estado de felicidad sublime lo empapaba debido a aquella luz. Solo su brazo se movía de arriba a abajo llevando el cigarrillo una y otra vez a su boca, para luego de cada potente calada acercarse a entender al placer. En ese estado de extremo reposo, sentía el humo penetrando aturdido por sus pulmones cuando lo inhalaba. Podía percibir cada partícula de tabaco incinerado rebotando alocado dentro de sus pulmones.
Había logrado callar su interior para encontrar la paz que necesitaba, la niñez olvidada. Estaba tan sumido en ese sentimiento que no se percataba de los brutales golpes que amenazaban con tumbar su puerta.
Cuando la puerta cedió, la policía entro para quedar estupefacta con lo que veía. Tres cuerpos bañados en sangre, cubiertos de agujeros de bala yacían regados en el suelo.
El arma descansaba sin furia en su mano y aún exhalaba humo. No intento defenderse. Solo escucho a su espalda los gatillos cargándose y luego los insaciables disparos de la policía. Cuando el plomo frio ingreso a su cuerpo, supo que sabor tenía la muerte, y sonrió.
Estaba listo para enrumbarse hacia lo desconocido. Había recuperado el lugar donde encontraba tranquilidad, su palacio perdido. Dispuesto a morir y matar por él, todo valía la pena ahora que tenía una verdadera razón para ello.

martes, 8 de febrero de 2011

Los vicios del placer

Se sentó delante de mí con una falda diminuta y cruzando las piernas como si no existiera frente a ella. Mostraba sus placenteros dotes como sin saberlo y no dejaba nada a la imaginación. El pequeño pedazo de tela que envolvía apenas a sus jugosos muslos de terciopelo, era capaz de embrutecer hasta a la mente mas clara.
Me preguntaba que hacía una mujer tan perfecta sentándose de ese modo frente a mi. Pensaba que alguien se burlaba para tentarme y robar la tranquilidad que tanto me había costado conseguir.
Sus piernas me cantaban un soneto hipnotizante con su diabólico y brillante bronceado. Yo intentaba ser un caballero y no mirar, para no quedar atrapado en aquella exitante visión. Estaba seguro que si lo hacia, caería presa de la vehemencia que suele capturarme en este tipo de exóticas y turbias situaciones. Desde muy dentro afloraraban desesperadas las ansías de mirar, pero quería probarme que no sucumbiría ante tan perfecta tentación. Los deseos suelen llevarme por vicios de los cuales no puedo escapar con solo decidirlo. Vicios de placer tan poderosos, que destruyen mi capacidad de negarme, al hacerse imposible dejarlos pasar.
En realidad, estaba cansado de mentirme. Escapar de la verdad no me dejaba descansar. Dormir se me hacía cada vez más difícil. No aceptar que necesitaba regresar a aquellas noches de insomnio y placer que tanto anhelaba, me hacia buscar a todo momento salidas que no me convencían. Pero en la vida me he mentido suficiente para convencerme de muchas cosas, y al parecer, esta era una ocasión para entenderlo. ¿Como podía yo, un simple humano, negarme ante aquella oportunidad que me presentaba la propia divinidad?
Mientras divagaba en aquel pensamiento, mis ojos decidieron bajar y perderse en aquella diosa sentada frente a mí. Deje de inmediato de pensar en negarme, y acepté que estaba cansado de luchar ante aquel irrefrenable deseo animal. No hay peor forma de correr de la realidad que mentirse, y yo no quería mas eso para mi.
El mundo siempre nos presenta modos de comprendernos cada vez más raros. Y es que a veces el azar nos enfrenta a situaciones y personas a las que no debemos de dejar pasar. Porque de eso esta hecha la vida, aprender a reconocer como dejar de mentirnos para ser felices.

jueves, 27 de enero de 2011

El arte de morir

Hace muy poco, por circunstancias que prefiero no recordar, estuve a punto de tocar la oscuridad insaciable y voraz de la muerte una vez más. En un solo segundo de duda, sentí el poder de todos los miedos golpeándome el cuerpo como una ráfaga de flechas asesinas. Jamás sospeche enfrentarla nuevamente. Pensé que si me portaba bien con la vida, esta no me traería tan horrendas y difíciles situaciones que enfrentar. Pero no fue así, el pasar de los días me sigue haciendo luchar con situaciones cada vez más letales y extrañas.
En el pasado, mas de una vez me sacudió el impacto abrumador de ver las puertas oscuras cara a cara. El susto venía acompañado por un tipo de helada y extraña electricidad que recorría mi espina dorsal, como si mi cuerpo utilizara toda su energía vital para electrocutarme.

No sé si enfrentar a la muerte sea un estigma o simplemente un triste don al que estoy atado por siempre. No sé si este predestinado a recibir sustos y golpes tan fuertes que afecten mi manera de ver la vida con el pasar de los días. Lo que se, es que vivir del modo que lo hago, con ganas sublimes de enfrentar lo indecible, me seguirá dando esos terribles sustos. Sustos, que por mas aterradores que sean, debo de intentar entenderlos y aprender de ellos, o probablemente no volveré a tener otra oportunidad de vivir.
Debo aceptar que la vida me planteo en diversas oportunidades la posibilidad de enfrentarla cara a cara. A pesar que hasta ahora siempre salí airoso, cada enfrentamiento dejó huella en mi forma de ver el mundo, y sobretodo en mi cuerpo y mente. Fueron golpes que calaron tan profundo que se volvieron
ideologías, temores y conocimiento.
Es momento de sentarme a pensar y respirar profundo. Para convencerme de aceptar que cada vez que me enfrento a un acontecimiento mortal, me acerco mas a comprender la vida. Y que aquella sonrisa fatal y tentadora que he visto más de una vez invitándome al lado oscuro, será una compañera eterna a la que debo de hacer esperar, porque aún no me he colmado de vida ni conocimiento, porque aún no he aprendido bien el arte de morir.

lunes, 24 de enero de 2011

Calmada ansiedad

La vi desde lejos flotando entre la gente como una gaviota sobre el mar. Fue como una estrella fugaz cruzando por la pista de baile y alumbrando todo a su paso por la oscuridad. Parecía como si fuera parte del viento , como si un pacto divino le hubiese dado el poder de conquistarlo.
La observé durante toda la noche con la paciencia intranquila de un halcón hambriento a su presa. La miraba fijamente intentando que volteara hacia mí. La ilusión infantil que me invadía y que me hacía pensar que en algún momento me vería, me causaba un raro placer. Porque podría quedarme quieto toda la noche esperando por una pequeña sonrisa, por un gesto que moviera mi mundo. Las ganas de acercarme me dificultaban respirar, como si me estuviera encogiendo. La calmada ansiedad que experimentaba embrujaba todos mis pensamientos.
Supuse que podría acercarme, pero jamás conté con que los nervios me jugarían una mala pasada. Y aún menos esperé que las cervezas que llevaba encima me mantuvieran petrificado. ¿Qué le diría cuando le hablara? Me encontraba estupefacto y con demasiadas dudas de hablarle. Suelen salir sublimes estupideces de mi boca en ese tipo de estados.
Así pasó la noche sin darme cuenta, entre monólogos interiores e indecisiones. De pronto y sin notarlo, como suele ocurrir debido al alcohol, el tiempo se esfumó y ella partió sin decir nada. No pude acercarme aquella noche y me odié por no calmar mi interior y haberla dejado ir. Ha pasado mucho tiempo desde ese día. Han ocurrido miles de situaciones en mi vida, y tal vez también en la de ella. Jamás supe su nombre ni su paradero. Pero la vida siempre da revanchas, sobre todo ahora, que la veo flotando a lo lejos en la pista de baile. Brilla con una luz especial entre todas las cabezas inertes del mar de gente que la rodea en la oscura nocturnidad. Me doy cuenta que lo único que no ha cambiado es su forma lejana de brindarme esa calmada ansiedad que destruye mis nervios por conocerla, pero que también brinda una alegría incomparable a mi oscuro silencio.