miércoles, 22 de junio de 2011

Vicios y Virtudes

Hubo una época en que me encontraba desesperado, sin hallar un camino a pesar de los infructuosos intentos de saber cual era mi lugar en la vida. Luchando contra la inexperiencia y los deseos que nublan los pensamientos. Deseos que me empujaban a una batalla interna en búsqueda de mis virtudes. Era bueno para muchas cosas, pero ninguna me daba alegría.
Cada vez que despertaba, esperaba que alguna luz potente brillara dentro de mi mente y me diera claridad para enfrentar el día que estaba por transcurrir. Pero a veces, los días pasan lentos y desgarradores como las guerras, y la claridad jamás se asoma por la ventana.
Estudiando sin comprender el motivo por el cuál lo hacía. ¿Era por mi? ¿por mis padres? ¿por mi orgullo? Imposible saberlo, si ni siquiera tenía las agallas para tomar un camino propio.
Pasaba el tiempo mirando la puesta y la caída del sol, sintiéndome como una nube perdida al libre albedrío del viento.
El humo, el licor, la televisión, las apuesta, la noche y las mujeres me tenían perdido. Y en vez de utilizar mi tiempo para buscar en mi interior la respuesta a tantas dudas, simplemente me dejaba llevar por aquellos vicios que la ociosidad humana adora. Deliciosos vicios del placer que la juventud desconoce, y nos mantienen atrapados en pensamientos que terminan volviendo a los sueños, angustias.
¿Cómo sabría yo cuales eran mis virtudes si solo vivía de mis vicios? Escapaba de encontrar la verdad por dejar que los impulsos me llevaran a seguir a mis desesperados instintos humanos. Era tan tentador utilizar mi tiempo libre en desperdiciarlo, en vagar por la noche perdido entre amigos y copas que intentaban calmar angustias.
Con el tiempo comprendí que no necesitaba de alguien que me diera felicidad. Que los deseos de mis padres eran solo deseos. Que mis amigos vivían en silencio esa mismas angustias que me perdían. Y que me había aferrado a mis vicios por no esforzarme en enfocarme, y volverme uno con mi conciencia. Sólo así sería capaz de encontrar aquellas virtudes que se me escapaban de las manos como la arena seca del mar.
No hay nada peor que vivir en una lucha perenne con uno mismo. Era imposible vivir la vida llena de angustias. No saber donde ir, ni para que servir. Era momento de erradicar las dudas y buscar un cambio radical. Momento de fusionar lo vivido con lo aprendido, y de aceptar que la calma era una de mis virtudes y que sólo podría encontrar respuestas utilizándola y hurgando paciente en mis añejos vicios.

domingo, 5 de junio de 2011

Calmando tempestades

Con el maquillaje húmedo recorriéndole el rostro por culpa del llanto y la lluvia, siempre de madrugada, llegaba a casa Romina Quintana. Cargando un peso que no soportaba, como si luchara sola contra la vastedad del universo.
Quería volver a ser ella, mirarse al rostro impecable y obedecer a sus instintos y nunca mas una orden. Empapada y desarreglada corría a la ducha a sacudirse de toda aquella pintura que parecía ocultarla de la realidad.
Eran momentos de perfecto silencio, cuando el agua se apoderaba de su cuerpo. Con todas las curvas perfectas, con la piel de seda, cubierta de la belleza que da el resplandor de la juventud.
El trabajo y la gente le estaban quitando la vida. Porque la dejaban sin tiempo que dedicarse, sin tiempo para vivir una vida que no había vivido por mantenerse atrapada en intentar subsistir.
Solamente olvidaba el ajetreo diario cuando al fin giraba la manija que abría el corro gigante e interminable de agua. En ese ritual diario que le daba vida mientras refregaba su piel con toda su fuerza, como si quisiera arrancar de ella algún virus mortal.
Cada gota que golpeaba su belleza triste, era capaz de robar cada segundo de tensión del día. Como si toda la desesperanza que se reflejaba en su mirada, desapareciera cada vez que iba rauda en búsqueda de aquel poderoso chorro de agua.
Tan solo en ese lugar se sentía ella totalmente. Desnuda y frágil ante la tempestad que había creado. No existían conflictos ni problemas en aquel paraíso inventado por el silencio y sus deseos. Ya no se enfrentaba al bullicio eterno del mundo, ni lidiaba con las personas que la atosigaban. Tampoco luchaba por destacar ante el inminente paso de los años. Era en ese lugar en donde se sentía dueña de todo, como si girar la manija del agua la convirtiera en su propio dios.
En aquella calma silente era capaz de disiparse completamente, respirar profundo y apaciguar la tempestad que la carcomía por dentro. Para así finalmente olvidar, aunque sea por solo unos minutos, aquel horrible trabajo de caricias pagadas y orgasmos falsos.