miércoles, 29 de diciembre de 2010
Sombra Vaga
Lourdes Arregui había pasado horas jugando con aquel inestable banco. Sabía que tal vez ese sería su último día con vida. Los malos recuerdos estaban a punto de hacerla sucumbir ante la desesperación y la inestabilidad.
Cada cierto tiempo, pensaba en todo lo que la hizo llegar a esa desesperada situación. Recordaba tristezas que la desesperaban y de inmediato empezaba a jugar con sus pies para que el banco tambaleara y desapareciera toda la estabilidad.
En los segundos que sentía que iba a caer, y la soga empezaba a apretar su cuello, el miedo y los pocos recuerdos alegres afloraban como pidiéndole vivir, y la obligaban a detener su brusco movimiento.
Se preguntaba porque no podía acabar de una vez con todo. Le daba asco sentirse atrapada en ese lugar, con una soga al cuello y de pie ante el triste y desconocido futuro de la mortalidad.
Aquella noche, mientras Lourdes se encontraba en su momento de mayor indecisión, luego de largas horas jugando a morir, apareció una sombra silenciosa y la encontró cara a cara.
Un frio vomitivo inundo su cuerpo de pavor cuando lo vio aparecer. A la altura de sus rodillas, mirándola hacia arriba, aquella imagen borrosa apenas dejaba ver sus ojos tras las sombras.
Lourdes no tuvo reacción al observar los cuencos de los ojos de aquel diabólico personaje completamente vacíos. De pronto vio su vida pasar en pequeños segundos por su cabeza. Alegrías, tristezas, amaneceres, esperanzas, besos, muerte y llantos la tenían tan confundida que no comprendía si al fin había pateado aquel pequeño banco o si simplemente alucinaba ante tan inverosímil aparición.
Solo sabía que jamás sintió tanto temor. Ni siquiera hacía unos minutos cuando jugaba a la vida y la muerte intentando patear aquel banco que la mantenía con vida.
Fueron esos minutos de tensión incomprensible, en los que los dedos de sus pies tomaban el banco con todas sus fuerzas, los que le hicieron entender que la única forma de decidir sería enfrentando a sus demonios cara a cara.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
La complejidad de los instantes marchitos
La vida es un cúmulo de instantes, y hay instantes en donde las cosas parecen nos funcionar. A veces son tan pequeños como un parpadeo, y otras, tan largos como el mas frio invierno.
Mientras va pasando el tiempo, esos momentos nos van acosando, incomodando y hasta destruyendo. Porque no sabemos cómo enfrentarlos, ni entendemos como huir de su macabra forma de hacernos sentir raros.
Sucumbimos ante su poder, y nos roban, en tan solo segundos, la estabilidad. Esa estabilidad pasajera y frágil que nos es tan difícil de capturar, interiorizar y acoger. Pero cuando las cosas no van bien, la calma que parecía entrar en nuestras vidas, desaparece en esos pequeños instantes que nos hacen llegar a la más pura desesperación.
Es esos momentos solo dudamos. Pensamos en el futuro y lo vemos como algo triste. Dudamos de nuestra realidad, de nuestras ganas de seguir buscando felicidad. Nos acogemos a la melancolía y esta se vuelve una triste compañera inseparable, de la cual no podemos escapar con tan solo decidirlo.
Pasamos el día intentando mentirnos. Diciendo que estamos bien y tranquilos. Sonreímos sin gracia a cada persona que se nos cruza, a cada chiste que nos cuentan. Tratamos de alejar esa carga pesada que nos envejece y marchita, pero hay cosas en la vida que no se arreglan con tan solo quererlo.
Lamentablemente cuando estamos en esos estados en donde solo nos hundimos, cavamos profundo para seguir cayendo en el abismo que nos invade. Cavamos hasta conocer la melancolía cara a cara. Como si no fuera suficiente el calvario por el que esos instantes nos hacen pasar.
¿Por qué no podemos escapar? ¿Por qué preferimos seguir destruyéndonos?
Porque somos ociosos y es más fácil esperar que intentar. Nos recostamos y divagamos en salidas que jamás aparecerán. Perdemos la noción de lo que vale una sonrisa porque no la encontramos o porque cuando la encontramos no le damos la importancia que se merece. Somos flojos y preferimos no buscar la alegría. La necedad se vuelve nuestra verdad por no intentar dejar la tristeza atrás, para seguir cayendo en aquel abismo que nos quita los años, los sueños y las ganas de seguir viviendo.
martes, 30 de noviembre de 2010
Exámenes Psicológicos
Así tuve que hacerlo. Escribí de mi vida, logros deportivos, de los clubes a los que pertenecí y de los trabajos que hice. Tuve que mentir en muchas situaciones, porque los entrevistadores de las primeras cuarenta citas solo se fijaban un segundo en mi y luego miraban altaneros como diciendo "el siguiente por favor".
Fue así que llego la desesperación a mi vida por no encontrar trabajo. Mande el currículo a todas partes. Transnacionales y pequeñas empresas. Laboratorios y hospitales. Pero nada ocurría. Me llamaban una vez y luego no volvían a decir nada, solo desaparecían y dejaban una gran angustia destruyendo mis nervios.
Finalmente me llamaron por segunda vez. Era una empresa transnacional de calzados. Me pidieron que vaya temprano al día siguiente. Yo creía que el trabajo era mío. Todos en casa se alegraron, en sus rostros se notaba la felicidad más pura. Al fin podría traer algo a la mesa y así agradecer todo lo que mis padres habían hecho por mí.
Sudaba mientras me colocaba la mejor ropa que tenia. La situación me tenia tenso pero feliz, iba a conocer el lugar que me daría empleo luego de más de seis meses buscándolo.
Cuando llegue, una gran mesa con unas cuarenta personas sentadas y bien vestidas me esperaba. Llenaban algún tipo de formulario o examen. La psicóloga encargada me dijo que era la segunda convocatoria y que aún faltaban cuatro más para decidir a quién contratarían. Era el momento de los exámenes psicológicos.
¿Exámenes Psicológicos? Si yo no estaba loco, porque tendrían que hacerme algún examen de ese tipo. Pues bien, la alegría que tenia por pensar que había conseguido trabajo se volvió angustia. Amargado me senté a resolver aquel examen y lo termine lo antes posible. Entendía que las empresas necesitaban algún tipo de filtro para no tener que contratar a algún desquiciado, pero un examen de ese tipo, que había tirado mis esperanzas a la basura, solo me causaba impotencia.
Termine primero, y de inmediato, molesto y rabioso, me fui a casa a recostarme en cama e intentar escupir todas mis frustraciones al televisor.
¿Cómo fui tan iluso de pensar que ya estaba contratado?. Todavía faltaban cuatro convocatorias en las que seguro pasarían sobre mi nuevamente, intentando seguir filtrando información para conseguir, entre miles de personas, a aquel que los satisfaga. Utilizarían la necesidad de dinero que me tenía atrapado para hacer lo que ellos quisieran con mi información. Estaba seguro que no volverían a llamarme, de todos modos aún faltaban tantas convocatorias que mis ánimos, al tope antes de salir a la entrevista, ahora estaban por los suelos.
De pronto una llamada a mi celular, me decía que había pasado a la siguiente fase. Y yo, como siempre sucumbo ante mi estupidez, volví a sonreír de emoción y esperanza, pensando que esta vez si tenía el trabajo asegurado.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Las batallas de la razón
Colgó el teléfono y vio su reloj. Eran las nueve de la noche cuando se metió a la ducha y giró completamente la manija del agua caliente. Adoraba sentir el agua hirviendo tocar su piel, parecía como si todos sus problemas se disiparan junto al calor intenso y al vapor del agua que todo lo desaparecía a su alrededor. Pero esta vez no fue así, Mauro sabía que Carolina esperaba y estaba decidido en ir a su encuentro.
Ella odiaba verlo desarreglado y harapiento, siempre quiso a un príncipe azul mas que a un amante virtuoso. El solo quería recostarse durante días enteros en su abdomen, viendo a través de sus celestiales montañas , su rostro angelical.
Era medianoche cuando Mauro Cardona, salió de la ducha, limpió el espejo y se miró en el. Su barba había crecido tanto que logró esconder y transformar su rostro hasta hacerlo irreconocible. Se prometió, hace casi dos años, que no la cortaría hasta que lograra olvidar a Carolina y a ese sentimiento animal que se apoderaba de su cuerpo cada vez que pensaba en ella.
Recordó como ella detestaba esa barba larga y desarreglada de mendigo, y sin pensarlo, decidió afeitarse. Empezó bordeando su rostro con las tijeras hasta desaparecer todo el pelo que lo envolvía, para luego seguir con la navaja hasta dejarlo totalmente limpio. Una vez que terminó, se miró con paciencia y los recuerdos del pasado regresaron para revolverle el estomago de ganas y deseo. Iba a verla de nuevo y a pesar de la seguridad que tenía de recuperarla, no sabía si sería buena idea caer nuevamente en los lazos de su belleza hipnotizante.
El cuarto de baño se había librado en su totalidad del vapor, el teléfono sonaba sin parar, pero Mauro seguía mirándose al espejo. Su rostro ya sin barba no le agradaba, se sentía fuera de él, como si de nuevo hubiese cambiado de forma de ser por culpa de una mujer. Sabía que echarle la culpa a Carolina solo era mentirse, que no duraría mucho tiempo antes de volver a ser el mismo desarreglado de siempre. ¿La quería tanto como para cambiar o eran solo las ganas de volver a quererla y sentir su cuerpo las que lo hacían dudar?. Recién ahora, que estaba a punto de verla, se lo preguntaba y la respuesta de ningún modo era clara. Estaba librando la peor batalla entre la razón y su lado animal.
El tiempo había transcurrido imperceptible, como suele transcurrir cuando las ideas y los sentimientos incesantes no paran de fluir. Ya era la una de la mañana y el teléfono repicaba desesperado por quinta vez. El viento de la puerta abierta enfriaba su cuerpo desnudo y húmedo. La oscuridad de la noche no lo tocaba bajo la luz blanca del baño, y la sola idea de saber que la vería lo tenía atontado mirando en el espejo y de muy cerca el reflejo de su mirada. Intentaba buscar en sus pupilas dilatadas las respuestas que no conseguía. Quería ver si podía encontrar el modo de alejar esa angustia, pero era imposible.
Al fin, contestó el teléfono. Sabía que su instinto animal no podía olvidarla. De nuevo y sin darse cuenta, el embrujo de la belleza inigualable de Carolina había vencido a su razón. Nuevamente estaba envuelto, a pesar de no encontrarse, en su lado animal, un manto oscuro y perfecto de deseo, locura y pasión.
domingo, 24 de octubre de 2010
El tormento del recuerdo
lunes, 18 de octubre de 2010
Ritos paganos
Camila, a pesar de no decirlo, sentía una rara clase de nerviosismo por tener que ir caminando a casa en la lúgubre nocturnidad. Las palabras se le hacían difíciles y el temor se esbozaba en sus sublimes y profundos ojos negros. Los cuales, finalmente, terminaron por convencerme de acompáñala.
Al verme solitario, Camila me trajo comida. Antes de recibir el plato repleto de potajes, mi curiosidad, que siempre me domina, le pregunto, ¿Por qué se le veía tan triste a su abuelo?. Ella, bajando los ojos, me confesó que desde hacía un tiempo no andaba lúcido, y que en estas fechas se ponía insoportable. Odiaba los ritos paganos comoñel les decía.
martes, 21 de septiembre de 2010
La angustia de la soledad
Miraba un punto fijo que no existía en las nubes, buscando respuestas a pesar que seria imposible encontrarlas, porque todo estaba dicho entre los dos.
El tiempo continua tan lento como si viera pasar mi muerte. Han pasado dos horas de su partida y yo sigo en el mismo lugar. El tic tac del segundero de mi reloj se escucha cada vez más fuerte ante la intensa soledad del lugar. El sonido es tan insoportable que decido quitármelo y arrojarlo con furia contra el suelo. Los potentes rayos de luz que el sol le ha dado a este día cálido me dejan ver como los cristales del artefacto explotan, esparciéndose desesperados por todos lados.
Ahora todo esta en silencio de nuevo y solo se escucha el vaivén del agua golpeando las maderas viejas y sueltas de este antiguo puente. Pensé que así lograría encontrar una salida, pero me equivoque. El olor de su perfume no me deja aclararme. El aroma suave del que estaba envuelta, empapa mi ropa y no permite alejar de mí su recuerdo.
La siento tan cerca como si aún estuviese recostada a mi lado. No puedo ir a casa porque todo tiene su olor y su recuerdo. Pareciera como si aún estuviese aquí escondiéndose en algún lugar por algún oscuro motivo.
Mi respiración se agita a cada exhalación. Tan solo la he dejado de ver unas cuantas horas y parece que hasta he olvidado la forma de respirar. La intranquilidad de saber que no la volveré a ver me ha dejado petrificado.
Ya es de noche y, por el modo en que lucho con mis entrañas, se que no podré dormir. Sin saber como olvidar, ni sentir su tacto, su sonrisa y su encanto sublime, me pregunto si seguiré caminando eternamente en este lugar, me pregunto ¿Qué será de mi mañana?
lunes, 13 de septiembre de 2010
El Guardían de sueños
- Duerme que ya es tarde. - le dije mientras apagaba la televisión y prendía la tenue luz de la mesa de noche para leer algo. Sabía que no podría dormir por su terrible insomnio e intentaba ayudarla apagando la televisión.
Ella era nerviosa e hiperactiva. Buscaba hacer siempre algo nuevo, porque sentía a todo momento que perdía el tiempo si no era así. Nunca la escuché decirme que tenía sueño. Siempre dormía luego de mí que soy un insaciable soñador, y la mayoría de las veces no lo lograba.
Me encontraba feliz que me dijera eso, porque me demostraba que tenía la capacidad de relajarse junto a mi y al fin descansar como tanto lo deseábamos.
Intente leer pero no lo logré. Mis ojos recorrían las líneas del libro pero no llegaba a comprender absolutamente nada luego de terminar cada párrafo. Mi mente seguía pensando en ella y su dificultad para dormir y descansar totalmente.
Deje el libro y la empecé a mirar. Pensaba que ella había cerrado los ojos solo para aparentar que dormía, como siempre lo hacía, pero esta vez no fue así. Su descanso era tan placentero como el de un niño cansado tras jugar sin parar toda la mañana. Sus grandes pestañas se posaban en la parte superior de su mejilla, y su rostro envolvía con un brillo sereno toda la habitación.
Habían sido muy pocas veces las que la vi dormida, y ahora que podía hacerlo, disfrutaba más que nunca del encantador ruido sigiloso que acompañaba a su respiración mientras lo hacía.
Pasaron las horas y continué mirándola. Tal vez porque nunca la observé dormir fue que me quede atónito al verla tan tranquila y calmada.
Así pasaron los días. Cuando trataba de descansar, recordaba su rostro casi angelical recostado en la almohada y volvía a abrir los ojos para espiar su pacifico sueño. Muy dentro de mí quería entender como había logrado tan increíble hazaña luego de tanto tiempo despierta de noche.
Ninguna pastilla o droga la había llevado a descansar como desde hace un tiempo a ahora. Yo pensaba que era gracias a mi, pero eso no me convencía del todo, al contrario, me mantenía en vilo todas las noches respirando su exquisito olor a frambuesas y lirios.
Fue solo entonces que noté que era yo el que pasaba las noches despierto. De pronto, y sin saber como, me había convertido en el guardián de sus sueños. Era raro, pero estaba feliz por no dormir y a pesar de todo se me hacía imposible decírselo. Sabía que apenas abriera la boca y le contara la verdad, ella no podría volver a dormir, porque sentiría pena por mí, por no dormir por su culpa; y seríamos dos los que quedaríamos atrapados en este interminable y dulce insomnio.
sábado, 31 de julio de 2010
La ley de Murphy
Edward Murphy era un tipo calmado y pesimista. Siempre ordenaba las cosas con total cuidado, e intentaba que su trabajo lindara con la perfección. Sabía, como todo buen jefe, que las probabilidades de que las cosas no salieran bien estaban presente en todo momento.
Fue así, que en un experimento para medir la fuerza g en los cuerpos, encargó a Harris, teniente adjunto, hacer las conexiones necesarias para poder medir el efecto causado por la fuerza g en el ser humano.
Demoraron cinco días en terminar el proyecto. Al sexto día, cuando lo probaron, no funcionó.
Murphy, siempre apacible, pregunto uno a uno a todo el personal sobre porque no había funcionado la medición. Nadie le dio una clara respuesta. Luego de unas horas, encontraron que había otra forma de colocar aquellos medidores, pero estaban contra el tiempo. Les tomaría cinco días mas hacer que funcionara.
El experimento, a pesar de su simpleza, demoró un mes en estar terminado.
Cuando lo superiores conocieron de la demora, a Murphy, ingeniero en jefe del proyecto, lo retiraron del cargo, aduciendo como excusa que era imposible tomarse tanto tiempo en algo que debía de estar hecho en diez días.
Murphy no reclamó, el sabía que el tiempo y las dificultades en la vida a veces son demasiado engañosas. Así fue que tomó las cosas de su escritorio y cuando estuvo listo para irse, leyó con paciencia aquel gran banner que estaba colocado encima de la puerta. Respiró hondo, como recordando sus buenos momentos en el trabajo, y regreso a su oficina.
Estuvo tres horas sentado frente a su computadora, escribiendo sin detenerse bajo la atenta mirada de sus ex compañeros de trabajo. Cuando terminó fue a la impresora y retiró un nuevo banner para cambiarlo por el antiguo. Este decía “TODO LO QUE PUEDA SALIR MAL, SEGURAMENTE SALDRÁ MAL”.
Es así que Murphy se fue entre aplausos, como un alquimista que había descubierto la piedra filosofal. Aquel día se creó el famoso enunciado de la Ley de Murphy, que muy pocos conocen. Ella hizo entender a las personas que era necesario prestar la máxima atención a lo que hacían, sobretodo conociendo el gran problema humano, su falibilidad.
No había duda, gracias a Murphy el pesimismo nunca se volvió a ver desde el lado incorrecto.
jueves, 15 de julio de 2010
Realidad y fantasía
Cada vez que Mario perdía una vida, comprendía que no era lógico seguir, porque era prácticamente imposible finalizar con vida cada mundo. Luego, dejaba todo e iba a su cama.
Cuando intentaba dormir, al cerrar los ojos secos y adoloridos, recordaba la imagen de Peach, la bella princesa de mirada angelical que vivía apresada y necesitaba ser salvada en el juego. Como todo niño, tenía la gran ilusión de rescatarla para saber que ocurriría al final de la historia.
Se levantaba al alba y retomaba el juego. A pesar de sus increíbles esfuerzos por terminarlo, se le hacía imposible. Pasaba sus mañanas, tardes y noches intentando encontrar la forma de acabar. En el colegio preguntaba trucos para avanzar mundos sin tener que recorrerlos, pero aún así, no conseguía finalizar lo que había empezado hace algún tiempo atrás.
Cada noche dormía menos. Aquel juego se había vuelto un vicio, una droga para el pequeño. Todas sus energías estaban puestas en rescatar a la princesa. Una princesa esquiva que tal vez nunca salvaría.
Al no lograrlo, su carácter empezó a cambiar. Sus notas en el colegio bajaron y la comunicación con sus amigos y familia desaparecieron. Vivía inmerso en un mundo de fantasía, en donde el personaje principal jamás había logrado completar su misión, rescatar a su princesa.
Aquella fijación por terminar se había vuelto un delirio desquiciante. Necesitaba, antes que cualquier otra cosa en la vida, rescatar de las garras del terrible Bowser a la bella princesa.
Trascurrieron los años y no acabar el juego se volvió un estigma incurable para Farías. Le había crecido un gran bigote azabache en su antes lampiña cara. Un gorro rojo, del cual nunca se separaba era su otra compañía indispensable junto al negro mostacho. No tenia amigos, ni familia ni mujer, solo lo acompañaba aquel juego que seguía impecable, como si su consola de Nintendo aún fuese nueva.
No había duda, no haber podido rescatar a Peach de las manos de aquel rechoncho dragón-tortuga hizo que Farías se transformará y desapareciera en el olvido. Nunca se supo nada más de él, solo que cambio su nombre a Mario y se dedico a vagar por el mundo, preparando pizzas y buscando en sus eternas noches de soledad a alguna princesa que rescatar.
viernes, 18 de junio de 2010
Eternas dudas
Crecer y no saber quienes somos, es aún peor. Buscamos una identidad que nos permita caminar tranquilos y que nos haga sentir reconfortados, pero casi nunca la conseguimos.
Intentamos encontrar en el grupo de amigos la forma de encajar. Pero un laberinto de dudas vuelve a irrumpir en nuestras vidas, al darnos cuenta que buscamos rodearnos de gente para no tener que lidiar con nuestras equivocaciones.
Dudamos día y noche, despiertos y en sueños. Dudamos desde niños cuando no somos capaces de acercarnos a quien nos gusta. Perdemos el don maravilloso con el que vinimos a la vida, por dudar de nosotros mismos.
En la adolescencia las cosas se complican más aún. Los cambios corporales y el miedo a nos saber que pasará, nos hunden en pensamientos sin sentido. Pensamientos que muchas veces solo hacen que nuestra capacidad de raciocinio se vea afectada y sólo volvamos a dudar.
Luego crecemos, y creemos que esas dudas desaparecerán con el reconocimiento laboral o con el dinero. Sentimos que eso hará que nuestras dudas de vivir desaparezcan, y a pesar que eso parece, finalmente nunca ocurre.
Pensamos que casándonos con la primera persona que conocemos encontraremos eso que buscamos en silencio desde que nacemos. Creemos que alguien, en base a cariño, nos quitará las eternas dudas que a veces parecen no querer dejarnos respirar.
Es tanto así, que vamos dudando de nuestras decisiones. Nos preguntamos millones de cosas. ¿Lo aguantare como mi compañía de toda la vida? ¿Debería de casarme? ¿Soy realmente feliz? ¿Eso es lo que debí estudiar? ¿Cuál es mi mayor virtud? ¿Por qué intento evadir la tristeza?
Y la vida sigue avanzando y olvidamos esas preguntas, y seguimos muriendo de a pocos. Escapamos de ser sinceros con nosotros mismos por luchar contra el tiempo. No aceptamos que la vida y la muerte siempre serán las eternas dudas de la humanidad, y que solo tenemos que aprender a aceptarlas y estar felices de no ser infalibles.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Perdiendo el tiempo
Pero hay días peores aún. Porque cuando apago la luz e intento dormir, para olvidar la incomodidad mediante el sueño y despertar para ver si mañana será un día mejor, no logro hacerlo. Entonces es cuando las cavilaciones y pensamientos llegan a mi mente en ráfagas incontenibles. Llegan con una rapidez tan abrumadora que no me permite recordar ninguna idea que se me ocurra así lo intente.
Entonces abro los ojos en la oscuridad y me pregunto si valdrá la pena perder mi tiempo intentándolo. Me pregunto si solo estoy perdiendo el tiempo. Me levanto de la cama y camino en pequeños círculos. Que luego se van agrandando, y transforman mi pequeño paseo en una gran caminata que no tiene donde acabar.
Empieza a amanecer y sigo igual. En algún momento el cansancio me agobia y caigo dormido en cualquier lugar. Cuando me despierto, parece que hubiera dormido durante días. El cambio brusco de las horas que utilizo para dormir hace que entre en un serio desfase.
Me lamento porque eso haya ocurrido, pero no se como cambiarlo. Me levanto y veo el cuaderno abierto esperándome. Entonces empiezo a convencerme de intentar escribir, pero el temor a mi mismo me lo impide.
Es así, que dejo de escribir por largas temporadas. En ellas solo me queda divagar e intentar encontrar ideas que plasmar en las blancas hojas de mi cuaderno.
Luego de tanto suplicio, llega el día en que recuerdo mis sueños con una nitidez áurea. Y de inmediato me digo ¿Quién puede perder el tiempo si lo único que hace su subconsciente es darle estos deliciosos e inigualables sustos?
martes, 11 de mayo de 2010
Viajando por el dial
Escuche cada emisora una y otra vez. Las escuché tantas veces que tuve que comprar otro control remoto para cambiar el dial. En cada radio se escuchaban todo tipo de canciones, y todas con algo en común, el amor. Salsa, rock, pop, baladas y reggeton; todas al final intentaban decir lo mismo.
Luego de buscar durante casi una hora alguna emisora que pusiera una canción que no fuere tan repetitiva, me di cuenta que sería imposible. Las canciones hablaban de felicidad, de tristeza y de melancolía, pero todas vinculadas con el amor.
¿Por qué todas las canciones hablaban de lo mismo? ¿Por qué casi todos los cantautores o grupos dicen lo mismo?
Es difícil saber las respuestas. La primera conclusión que se me vino a la mente, luego de mi nefasto viaje radial, fue que los seres humanos añoran el amor perfecto. Porque les da la ilusión de felicidad eterna.
La segunda conclusión a la que llegué fue que la mayoría de oyentes no quiere escuchar canciones difíciles que los hagan pensar, sino algo fácil de aprender y entender.
Tuve muchas mas respuestas ese día, pero simplemente preferí no seguir pensando en algo que al final lograría destruir mis nervios. Tuve que aceptar que los músicos son cada vez menos artistas, y que su arte se ha visto consumido por la necesidad de vender. La mayoría solo crea bosquejos de canciones que parecen haber sido hechas en 3 minutos, o esperpentos mentirosos sobre el amor infinito como había escuchado por mi viaje en el dial.
Después solo me quedó apagar la radio. Felizmente no quise seguir con mi extraña forma de esquivar el aburrimiento y la tensión. Es un hecho que si hubiese intentado hacer lo mismo en el AM, probablemente ya no tendría radio.
jueves, 22 de abril de 2010
Infortunios de la vida
Miraba lapida por lapida las inscripciones para poder encontrar la de su madre y entregarle las flores que había arrancado de su propio jardín. Desde muy dentro de su pecho sentía la necesidad de brindarle ese pequeño homenaje a la única persona que lo había querido al extremo de dar su vida por él.
Camilo caminaba con la cabeza gacha y miraba las flores de reojo de vez en cuando. Cada vez que las observaba, recordaba la belleza y brillo incomparables de su madre. El recuerdo nítido le hacia sentir la suavidad de su piel y ver su mirada pacifica y bondadosa como si pudiera tocarla. El recuerdo lo envolvía en una tristeza pesada y lo volvía presa de un dolor que empezaba dentro de su ombligo y se expandía de forma voraz por su pequeño cuerpo.
El pequeño Camilo, con la cabeza gacha, seguía raudo su camino hacia el mausoleo de su madre. Caminaba cada vez más rápido como si el viento se apoderara de sus pies, ya no miraba los nombres en las lápidas. Tal vez pensaba que así encontraría en menor tiempo la tumba de su madre. La mente lo iba traicionando y se preguntaba, al borde de las lágrimas, porque le habia pasado eso a él.
Era un pequeño niño de ocho años y el infortunio se había apoderado de su vida dejándolo completamente solo en el mundo. No tenia padres ni parientes que se preocuparan por el. No tenía un pan que llevarse a la boca. Y por primera vez conocía el dolor, y era tan profundo que no lo dejaba respirar.
Las lágrimas empezaron a brotar a caudales por su rostro. Formaban pequeños riachuelos de barro por sus percudidas mejillas. Sentía que sus pies iban perdiendo fuerza al igual que sus piernas. El dolor y la tristeza de saberse la persona más desafortunada del mundo lo llevó a perder las ganas de seguir con su búsqueda. Sin fuerzas, cayó pesadamente sobre sus rodillas encima de una lapida.
Lanzó lejos el ramo de crisantemos y empezó a golpear la tumba con gran fuerza. Sintió como la rabia iba apoderándose de sus pequeñas y frágiles manos. Sabía que no encontraría la tumba de su madre en ese gigantesco cementerio. Eso lo hacia entristecerse a tal punto, que ya no sentía dolor en sus manos a pesar del sangrado.
Cuando no tuvo fuerzas para seguir golpeando la lápida, ni para seguir llorando, se apoyo sobre ella como para retomar fuerzas. Miró lentamente la inscripción en el nicho sobre el que había descargado toda su furia contenida. Se leía: JULIAN RAMIREZ PINO 2003- 2005.
Leyó de nuevo y lentamente el epitafio. Se limpió del rostro las pocas lágrimas que le quedaban. Luego miró al cielo como buscando nuevamente el rostro de su madre o tal vez simplemente pidiendo perdón. Se levanto y recogió los crisantemos esparcidos en el suelo para continuar con su búsqueda. Las fuerzas de vivir le regresaron al cuerpo como si hubiera descubierto el secreto de existir. Entendió que no era la persona mas desafortunada del mundo.
jueves, 18 de marzo de 2010
Objetos Diversos
Estos objetos tienen un valor inigualable para sus poseedores. Algunos son puramente sentimentales. Otros logran rememorar instantes perfectos. También están los que logran ser tan apreciados, que se transforman en amuletos de buena suerte para su inusual adorador.
Es extraño como un simple objeto puede traer a nosotros ese sentimiento tan profundo e inentendible. Es tan puro e intenso el cariño que se siente, que no podemos separarnos de ellos. Sentimos que nos protegen y que nos ayudan a seguir por el buen camino que esperamos nos toque en el futuro.
Una cruz, una pelota, un collar, un anillo, una piedra, una escultura, una camisa, unas zapatillas, unos aretes, una pata de conejo, un herraje de caballo, una estampilla o un lazo, son algunos de los objetos que nos acompañan y que las personas cuidan tan meticulosamente como a su vida misma.
¿Por qué el apego tan cercano a estos? ¿Cómo es que sentimos la necesidad de proteger un objeto con tanta intensidad?
El ser humano es extraño. Pienso a veces que divinizamos algunos objetos por la necesidad de tener algo que nos acompañe y que nos de seguridad. Creo que al divinizarlos, se transforman y se vuelven capaces de enriquecernos y hacer que esa energía vuelva a nosotros cíclicamente.
El problema a veces es encontrar estos objetos. Por lo pronto seria bueno tomarse un tiempo para encontrar alguno y ponerlo en un altar dentro de nuestras cosas favoritas. Tal vez como un amuleto o una ayuda para seguir viviendo esperanzados, y no adorar simplemente a lo primero que nos caiga en las manos.
domingo, 14 de marzo de 2010
Batallas perdidas
Por como se escuchaba, los primeros días pensé que el sonido provenía de la calle. Era imposible atrapar al insecto en un lugar tan vasto, sobretodo porque cada vez que iba en su búsqueda, el sonido se detenía.
Entonces pensé tal vez que era alguien del barrio el que hacía aquel molesto ruido. De pequeños solíamos hacernos ese tipo de incomodas bromas. Así que dejé de salir a buscar quien lo hacía. Odiaba pensar que alguien del barrio se burlaba de mí al verme asomar a la calle de noche en pijamas, totalmente desarreglado y buscando desesperado a aquel insomne grillo.
Simplemente intentaba apaciguar mi sueño y buscar algún modo de dormir. Al principio las pastillas ayudaron, pero no lograba entrar en la profundidad del sueño con ellas. Luego fue el alcohol el que me acompañó. Las cosas mejoraron pero aún así no dejaba de escuchar al abominable insecto.
Con el pasar de los días el sonido se intensificó. A veces terminaba mi segunda botella de vino, me encontraba casi ebrio y a punto de dormir, pero el grillo con su estruendo, esta vez mucho más fuerte, me despertaba.
El sonido ya no provenía de la calle, sino desde adentro de mi casa. Tambaleando iba a la sala a buscar el punto de partida de aquel ruido alterante. Prendía la luz y de inmediato el rumor cesaba. Así que regresaba a mi cama de nuevo para intentar dormir.
Apenas me recostaba, el chirrido empezaba. Era tan poderoso el rechinar de sus patas que podía observar al infausto insecto haciéndolo, mirándome con sus inmensos ojos sin vida y sus grandes y asquerosas antenas como diciendo "no te vas a escapar". Intentaba no prestarle atención al ruido pero era imposible. El sonido era tan fuerte, que era como si el maldito bicho estuviese posado en mi oído deleitándose con mi rostro de locura e insomnio.
A partir de allí supe que tendría un enemigo. Prendía la luz y el silencio volvía. Parecía como si el grillo supiera que estaba en su búsqueda, porque cuando me levantaba, el silenciaba de inmediato su diabólico chirrido.
Por algunos días pensé que era mi propio sueño el que me jugaba estas tretas. También volví a salir a la calle a ver si era alguno de mis amigos los que hacían aquel ruido. Hasta llegue a pensar que alguien me observaba por una cámara secreta. Pero al darme cuenta que no poder dormir durante tantos días estaba a punto de volverme loco, supe de inmediato que a pesar de que el rival era insignificante, encontraría en mi vida batallas que jamás podría ganar.
martes, 23 de febrero de 2010
Viviendo por una canción
Pero para algunas personas y a pesar de todo, los días seguían su curso y la vida continuaba.
Víctor Arismendí, un personaje de la nocturnidad, los problemas que enfrentaba la ciudad no le afectaban. El se dejaba llevar noche tras noche, junto al alcohol y la música que inundaban su cuerpo de ritmo. El discjockey había estado tocando Lavoe, algo del gran Combo y un poco de salsa dura desde hacia un buen rato, y cuando Víctor pensó que ninguna canción lo haría bailar con más ganas que las anteriores, empezó a sonar la inigualable voz de Rubén Blades y su Canción del Final del Mundo. Las demás parejas, sin saber que canción era, llenaron la pista de baile casí de inmediato, al sentir el ritmo sin par de aquella maravillosa canción. Cuando escucharon al coro cantándole al final del mundo, los rostros de algarabía empezaron a transformarse, y perdidos, comenzaron a buscar otras miradas que les explicaran que estaba pasando. Tal vez los sucesos que habían estado ocurriendo hasta ese momento los tenían tensos. Tal vez eran las predicciones que se escuchaban en todos lados. Tal vez solo era una estupidez más de aquellos que le temen a todo y que no son capaces de ser felices ni en un lugar de felicidad como aquella pista de baile, y con una canción tan perfecta como esa.
martes, 9 de febrero de 2010
Vomitando avispas
Otras veces la casualidad juega a nuestro favor y conocemos a la persona que nos gustaría tener al lado, pero no encontramos el modo de acercarnos. La miramos, la idolatramos, la amamos en un silencio oscuro que nos hace perder la vida en segundos, pero no logramos decir todo lo que deberíamos para que no se vaya.
Suele ocurrir también que al quedarnos callados tanto tiempo, la rabia empieza a acumularse pura e insensata en algún lugar alejado de la razón. El lugar es secreto y escondido, es por eso que no logramos expulsarla. No entendemos ni nos damos cuenta realmente en donde es que se acumula todo ese odio escondido.
También sucede que buscamos el modo de decir muchas cosas que callamos por temor al que dirán. Pero no encontramos la forma de lograrlo. Así que tomamos una botella de alcohol y empezamos a buscar en el fondo de un vaso las respuestas que no encontramos solos. Y sentimos algo raro en el estomago. Como si este fuera un gran panal de avispas que nos van picando por dentro, y a las que no encontramos la manera de expulsar. El estomago se siente extraño. El dolor a veces pasa desapercibido, pero otras veces es inaguantable. Como si el enjambre picara con la intensa necesidad de defender su panal.
Es raro como a veces preferimos cargar nuestro inmenso panal de abejas laboriosas por avispas asesinas. Estas nos van matando desde adentro y no encontramos el modo de expulsarlas. Preferimos guardar el miedo y la verdad en ese lugar secreto que no conocemos muy dentro de nosotros.
Solo algunas veces escapamos de ese nauseabundo sentir. Pero normalmente aquellas avispas jamás salen. Si logran hacerlo, no pueden escapar pasivas, sino que las vomitamos furiosas. Prefiriendo acabar con una vida, antes de decir la verdad total para liberarnos de eso dolor tan agudo y profundo que se acumula en el estómago por no decir todo lo que deberíamos decir.
domingo, 31 de enero de 2010
Memoria Fugaz
Mientras seguía mi camino, recordé aquella mirada rápida que me entrego aquella chica hacia unos minutos. No lograba recordar de donde la conocía, y aún menos el porque me miro de aquella manera, como esperando que le devolviera el saludo y empecemos una larga conversación.
A cada paso que daba, un recuerdo fugaz volvía, como imágenes que vuelven volátiles luego de una borrachera. Cada recuerdo me acercaba mas a esa mirada que por un instante, pareció que me conocía de toda la vida.
Me puse a pensar en quien podría ser aquella chica y mientras lo hacia, recordaba escenas de sueños que pensé había olvidado. Pequeños cortos de historias inconclusas que no sabía si eran realidad o fantasía.
Fue entonces cuando la duda se apoderó de mí y me dejo en silencio. En un silencio interno del que hasta hoy no puedo escapar y que me repite la misma mirada una y otra vez cuando intento olvidarla, como si esa mirada me enseñara porque a veces, cuando me conviene, solo me importa intentar mentirme olvidando.
miércoles, 27 de enero de 2010
Oscuridad
La falta de luz en el lugar era total. No lograba distinguir nada así lo tuviera al frente de mis ojos. Era como si no conociera en absoluto el lugar.
La realidad empezó a cambiar y mi tranquilidad se transformó en terror. Estaba atemorizado de no poder ver nada en absoluto, de no poder distinguir algo que era tan familiar hace algunas horas, pero que al no poder verlo, me parecía tan desconocido como el rostro de Dios.
Seguía pasmado e inmóvil en la puerta, esperando que mi mano encontrará el interruptor para al fin encontrar la luz que me devolviera la vista y poder transitar por la oscuridad de aquellos pasadizos.
Pero fue imposible, mi mano recorrió todas las paredes cercanas; de arriba a abajo y de lado a lado, pero nada. Parecía como si un ser maligno hubiese desaparecido los interruptores para hacer que la angustia en la oscuridad me tuviese en vilo. La tensión y el miedo me tomaron por sorpresa en esos instantes y me volvieron su presa. Estaba solo en la completa oscuridad. Los sonidos eran como puñales que se clavaban en mi espalda. Jamñas había sentido ese temor al escuchar algún sonido extraño. Encerrado, sin poder encontrar la luz ni la puerta de salida, y a pesar que conocía todo el lugar, la absoluta oscuridad me había vuelto prisionero de un temor que antes no sentí. Un temor tan grande que solo lo interioricé aquella noche luego de pasar horas buscando la luz.
Aquel día conocí el miedo real, y no fue gracias a una muerte, un susto o una amenaza, el miedo de aquella noche se debió a la incertidumbre de no comprender nada a mi alrededor, de escuchar cosas que tal vez no escuchaba, de no pensar por horas en nada absolutamente, tan solo en como encontrar la luz para volver a fluir.
miércoles, 6 de enero de 2010
Televidente
Hasta que un día me di cuenta que me había vuelto un enfermizo televidente, y al sentirme mal conmigo mismo comprendí que algo debía de cambiar en aquella perezosa rutina para dejar de sentirme de ese modo.
Así fue que deje de ver televisión. Pasaba el día idiotizado frente a la caja de imágenes que solo me hacía perder el tiempo e intentar llenar junto a ella, esos vacíos que da la soledad cuando no la soportamos.
Que difícil se me hizo quitarme de la cabeza la necesidad de ver esa caja boba. Empecé a comerme las uñas, a fumar tabaco, a mirar el techo y hasta aprendí realmente que era la gula. Simplemente no sabía como cambiar aquella rutina que me tuvo idiotizado durante tanto tiempo. No encontraba el modo de sacar de mi organismo aquella infernal droga televisiva. Note que se había vuelto una rutina muy poderosa y desastrosa en mi vida, y me mantenía estupefacto frente a la pantalla como un zombie, sin decisión sobre mi vida.
Solo entonces fue que decidí salir a la calle a pensar en como lograr deshacerme de aquel maldito hábito con una larga caminata, y así aliviarme de la pesadez de pasar las horas haciendo nada.
Afuera mientras caminaba volví a sentirme respirar. Recordé como prestarle atención al viento y a las hojas de los árboles revoloteando ante su asombroso poder. Disfruté del olor de las flores, del dulzor del rocío y de un atardecer primaveral recostado bajo la sombra de un gran roble.
Al fin logré sentir de nuevo la vida y me dí cuenta que ella no estaba hecha para correr al televisor y ver un programa o repetir la misma rutina todos los días. Comprendí verdaderamente que aún había muchos caminos por conocer, muchos atardeceres con que soñar, muchos libros por leer, muchas miradas que disfrutar y muchas historias nuevas y distintas que vivir.
Finalmente pude dejar de ser un adicto de aquella droga, que a pesar de no parecer peligrosa, era la que me estaba quitando la vida, programa tras programa, comercial tras comercial.