miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sombra Vaga

Una gruesa soga enrollaba su pálido cuello como un collar grotesco. Sus pies desnudos intentaban ladear el banco donde estaban apoyados, pero cada vez que parecía decidida a hacerlo, la angustia la capturaba, y de inmediato, los dedos de sus pies se prendían como garras de aquel banco a punto de caer.
Lourdes Arregui había pasado horas jugando con aquel inestable banco. Sabía que tal vez ese sería su último día con vida. Los malos recuerdos estaban a punto de hacerla sucumbir ante la desesperación y la inestabilidad.
Cada cierto tiempo, pensaba en todo lo que la hizo llegar a esa desesperada situación. Recordaba tristezas que la desesperaban y de inmediato empezaba a jugar con sus pies para que el banco tambaleara y desapareciera toda la estabilidad.
En los segundos que sentía que iba a caer, y la soga empezaba a apretar su cuello, el miedo y los pocos recuerdos alegres afloraban como pidiéndole vivir, y la obligaban a detener su brusco movimiento.
Se preguntaba porque no podía acabar de una vez con todo. Le daba asco sentirse atrapada en ese lugar, con una soga al cuello y de pie ante el triste y desconocido futuro de la mortalidad.
Aquella noche, mientras Lourdes se encontraba en su momento de mayor indecisión, luego de largas horas jugando a morir, apareció una sombra silenciosa y la encontró cara a cara.
Un frio vomitivo inundo su cuerpo de pavor cuando lo vio aparecer. A la altura de sus rodillas, mirándola hacia arriba, aquella imagen borrosa apenas dejaba ver sus ojos tras las sombras.
Lourdes no tuvo reacción al observar los cuencos de los ojos de aquel diabólico personaje completamente vacíos. De pronto vio su vida pasar en pequeños segundos por su cabeza. Alegrías, tristezas, amaneceres, esperanzas, besos, muerte y llantos la tenían tan confundida que no comprendía si al fin había pateado aquel pequeño banco o si simplemente alucinaba ante tan inverosímil aparición.
Solo sabía que jamás sintió tanto temor. Ni siquiera hacía unos minutos cuando jugaba a la vida y la muerte intentando patear aquel banco que la mantenía con vida.
Fueron esos minutos de tensión incomprensible, en los que los dedos de sus pies tomaban el banco con todas sus fuerzas, los que le hicieron entender que la única forma de decidir sería enfrentando a sus demonios cara a cara.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La complejidad de los instantes marchitos

La vida es un cúmulo de instantes, y hay instantes en donde las cosas parecen nos funcionar. A veces son tan pequeños como un parpadeo, y otras, tan largos como el mas frio invierno.
Mientras va pasando el tiempo, esos momentos nos van acosando, incomodando y hasta destruyendo. Porque no sabemos cómo enfrentarlos, ni entendemos como huir de su macabra forma de hacernos sentir raros.
Sucumbimos ante su poder, y nos roban, en tan solo segundos, la estabilidad. Esa estabilidad pasajera y frágil que nos es tan difícil de capturar, interiorizar y acoger. Pero cuando las cosas no van bien, la calma que parecía entrar en nuestras vidas, desaparece en esos pequeños instantes que nos hacen llegar a la más pura desesperación.
Es esos momentos solo dudamos. Pensamos en el futuro y lo vemos como algo triste. Dudamos de nuestra realidad, de nuestras ganas de seguir buscando felicidad. Nos acogemos a la melancolía y esta se vuelve una triste compañera inseparable, de la cual no podemos escapar con tan solo decidirlo.
Pasamos el día intentando mentirnos. Diciendo que estamos bien y tranquilos. Sonreímos sin gracia a cada persona que se nos cruza, a cada chiste que nos cuentan. Tratamos de alejar esa carga pesada que nos envejece y marchita, pero hay cosas en la vida que no se arreglan con tan solo quererlo.
Lamentablemente cuando estamos en esos estados en donde solo nos hundimos, cavamos profundo para seguir cayendo en el abismo que nos invade. Cavamos hasta conocer la melancolía cara a cara. Como si no fuera suficiente el calvario por el que esos instantes nos hacen pasar.
¿Por qué no podemos escapar? ¿Por qué preferimos seguir destruyéndonos?
Porque somos ociosos y es más fácil esperar que intentar. Nos recostamos y divagamos en salidas que jamás aparecerán. Perdemos la noción de lo que vale una sonrisa porque no la encontramos o porque cuando la encontramos no le damos la importancia que se merece. Somos flojos y preferimos no buscar la alegría. La necedad se vuelve nuestra verdad por no intentar dejar la tristeza atrás, para seguir cayendo en aquel abismo que nos quita los años, los sueños y las ganas de seguir viviendo.

martes, 30 de noviembre de 2010

Exámenes Psicológicos

Terminar una carrera en la Universidad no me aseguró un trabajo. Habían pasado dos meses desde mi última clase y aún no lograba conseguirlo. Indague a profesores y compañeros sobre el problema, y me dijeron que sin currículo vitae sería imposible lograrlo.
Así tuve que hacerlo. Escribí de mi vida, logros deportivos, de los clubes a los que pertenecí y de los trabajos que hice. Tuve que mentir en muchas situaciones, porque los entrevistadores de las primeras cuarenta citas solo se fijaban un segundo en mi y luego miraban altaneros como diciendo "el siguiente por favor".
Fue así que llego la desesperación a mi vida por no encontrar trabajo. Mande el currículo a todas partes. Transnacionales y pequeñas empresas. Laboratorios y hospitales. Pero nada ocurría. Me llamaban una vez y luego no volvían a decir nada, solo desaparecían y dejaban una gran angustia destruyendo mis nervios.
Finalmente me llamaron por segunda vez. Era una empresa transnacional de calzados. Me pidieron que vaya temprano al día siguiente. Yo creía que el trabajo era mío. Todos en casa se alegraron, en sus rostros se notaba la felicidad más pura. Al fin podría traer algo a la mesa y así agradecer todo lo que mis padres habían hecho por mí.
Sudaba mientras me colocaba la mejor ropa que tenia. La situación me tenia tenso pero feliz, iba a conocer el lugar que me daría empleo luego de más de seis meses buscándolo.
Cuando llegue, una gran mesa con unas cuarenta personas sentadas y bien vestidas me esperaba. Llenaban algún tipo de formulario o examen. La psicóloga encargada me dijo que era la segunda convocatoria y que aún faltaban cuatro más para decidir a quién contratarían. Era el momento de los exámenes psicológicos.
¿Exámenes Psicológicos? Si yo no estaba loco, porque tendrían que hacerme algún examen de ese tipo. Pues bien, la alegría que tenia por pensar que había conseguido trabajo se volvió angustia. Amargado me senté a resolver aquel examen y lo termine lo antes posible. Entendía que las empresas necesitaban algún tipo de filtro para no tener que contratar a algún desquiciado, pero un examen de ese tipo, que había tirado mis esperanzas a la basura, solo me causaba impotencia.
Termine primero, y de inmediato, molesto y rabioso, me fui a casa a recostarme en cama e intentar escupir todas mis frustraciones al televisor.
¿Cómo fui tan iluso de pensar que ya estaba contratado?. Todavía faltaban cuatro convocatorias en las que seguro pasarían sobre mi nuevamente, intentando seguir filtrando información para conseguir, entre miles de personas, a aquel que los satisfaga. Utilizarían la necesidad de dinero que me tenía atrapado para hacer lo que ellos quisieran con mi información. Estaba seguro que no volverían a llamarme, de todos modos aún faltaban tantas convocatorias que mis ánimos, al tope antes de salir a la entrevista, ahora estaban por los suelos.
De pronto una llamada a mi celular, me decía que había pasado a la siguiente fase. Y yo, como siempre sucumbo ante mi estupidez, volví a sonreír de emoción y esperanza, pensando que esta vez si tenía el trabajo asegurado.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Las batallas de la razón

Colgó el teléfono y vio su reloj. Eran las nueve de la noche cuando se metió a la ducha y giró completamente la manija del agua caliente. Adoraba sentir el agua hirviendo tocar su piel, parecía como si todos sus problemas se disiparan junto al calor intenso y al vapor del agua que todo lo desaparecía a su alrededor. Pero esta vez no fue así, Mauro sabía que Carolina esperaba y estaba decidido en ir a su encuentro.

Ella odiaba verlo desarreglado y harapiento, siempre quiso a un príncipe azul mas que a un amante virtuoso. El solo quería recostarse durante días enteros en su abdomen, viendo a través de sus celestiales montañas , su rostro angelical.

Era medianoche cuando Mauro Cardona, salió de la ducha, limpió el espejo y se miró en el. Su barba había crecido tanto que logró esconder y transformar su rostro hasta hacerlo irreconocible. Se prometió, hace casi dos años, que no la cortaría hasta que lograra olvidar a Carolina y a ese sentimiento animal que se apoderaba de su cuerpo cada vez que pensaba en ella.

Recordó como ella detestaba esa barba larga y desarreglada de mendigo, y sin pensarlo, decidió afeitarse. Empezó bordeando su rostro con las tijeras hasta desaparecer todo el pelo que lo envolvía, para luego seguir con la navaja hasta dejarlo totalmente limpio. Una vez que terminó, se miró con paciencia y los recuerdos del pasado regresaron para revolverle el estomago de ganas y deseo. Iba a verla de nuevo y a pesar de la seguridad que tenía de recuperarla, no sabía si sería buena idea caer nuevamente en los lazos de su belleza hipnotizante.

El cuarto de baño se había librado en su totalidad del vapor, el teléfono sonaba sin parar, pero Mauro seguía mirándose al espejo. Su rostro ya sin barba no le agradaba, se sentía fuera de él, como si de nuevo hubiese cambiado de forma de ser por culpa de una mujer. Sabía que echarle la culpa a Carolina solo era mentirse, que no duraría mucho tiempo antes de volver a ser el mismo desarreglado de siempre. ¿La quería tanto como para cambiar o eran solo las ganas de volver a quererla y sentir su cuerpo las que lo hacían dudar?. Recién ahora, que estaba a punto de verla, se lo preguntaba y la respuesta de ningún modo era clara. Estaba librando la peor batalla entre la razón y su lado animal.

El tiempo había transcurrido imperceptible, como suele transcurrir cuando las ideas y los sentimientos incesantes no paran de fluir. Ya era la una de la mañana y el teléfono repicaba desesperado por quinta vez. El viento de la puerta abierta enfriaba su cuerpo desnudo y húmedo. La oscuridad de la noche no lo tocaba bajo la luz blanca del baño, y la sola idea de saber que la vería lo tenía atontado mirando en el espejo y de muy cerca el reflejo de su mirada. Intentaba buscar en sus pupilas dilatadas las respuestas que no conseguía. Quería ver si podía encontrar el modo de alejar esa angustia, pero era imposible.

Al fin, contestó el teléfono. Sabía que su instinto animal no podía olvidarla. De nuevo y sin darse cuenta, el embrujo de la belleza inigualable de Carolina había vencido a su razón. Nuevamente estaba envuelto, a pesar de no encontrarse, en su lado animal, un manto oscuro y perfecto de deseo, locura y pasión.

domingo, 24 de octubre de 2010

El tormento del recuerdo

Habían pasado más de cuatro días buscando un lugar donde saciar su sed. El sol de la sabana parecía hacerse mas grande con el pasar de las horas, como si fuese aumentando su volumen cada vez que se hacia un nuevo día.
El calor era tan asfixiante que hasta el verde de los árboles había desaparecido. Los campos se encontraban cubiertos de fuego y cenizas. Ninguna sombra era suficiente ante aquel calor que cuarteaba la piel de los elefantes.
El paso se hacía cada vez mas lento por la falta de forraje y, los elefantes de la manada de Drim iban cayendo uno a uno en la árida pampa. En lo alto se veía a los buitres rondando,esperando al próximo que sucumbiera ante la inanición y la sed.
Cuando caía al suelo moribundo un compañero de su manada, Drim continuaba su lerda caminata sin inmutarse ni voltear. Sabía que allí yacería alguno de sus antiguos compañeros y que no podría hacer nada para cambiarlo.
Mientras se alejaba del cadáver, Drim veía a la muerte convertida en luz llamarlo silenciosamente. Reaccionaba porque la tristeza le abofeteaba la cara por no recordar como encontrar agua para sobrevivir. Derramaba lágrimas secas por el recuerdo vívido que sentía por cada uno. El sentimiento de culpa por no ser un buen líder lo dañaba más que todo el sol de esos cuatro largos días a los árboles incinerados.
No quedaba más que seguir su camino en búsqueda de agua e ir muriendo por dentro al recordar cada instante que departió con el amigo que dejaba atrás. No hay animal en la tierra que recuerde como el elefante y cuando el recuerdo es tan nítido y fotográfico, la tristeza que se siente, siempre es un puñal candente en medio del corazón.
La manada solía estar compuesta por quince elefantes. Quince compañeros inseparables, de los cuales solo quedaban dos. Junto a Drim, seguía con vida su eterna compañera Dari. El sol la había afectado seriamente. Se veía cada vez mas cansada. Sus pasos eran tan lentos que apenas podía seguirlo. Su piel, a pesar de ser tan gruesa, se notaba inflamada y rojiza, y sus ojos casi cerrados y lacrimosos, terminaban por plasmar su pésimo estado.
Desde que empezó la sequía, tenían un pacto intrínseco para reservar sus fuerzas y así poder mantenerse con vida. A pesar de eso, a veces, Drim se ponía detrás de su compañera y la empujaba con fuertes golpes en el trasero para que siga caminando y no se deje vencer por el inclemente sol.
El camino se hacía cada vez más pesado. Drim recordaba no solo a sus compañeros perdidos, sino también que esa ruta solía ser por la que llevaba a la antigua manada a conseguir agua en un manantial escondido, que solo el conocía. Aún le tenía esperanzas de encontrar aquel oasis en medio de la nada.
Su mente recordaba con claridad como llegar al lugar, pero por las pocas fuerzas que les quedaban, la duda de si llegarían se volvía su realidad.
Al fin, cuando ya las fuerzas parecían dejarlos y su cuello cansado se dejaba vencer por el peso de Dari, llegaron al manantial. Vio a Dari entrar en él y sintió la vida volver a su gigantesco cuerpo, al verla salvarse.
Bebieron, jugaron y descansaron en aquel oasis maravilloso que escondido los esperaba para salvarlos.
Cuando se saciaron, Drim, el gran jefe, volteo a buscar a su manada como un acto reflejo. Al no verla, los sentimientos de tristeza lo volvieron a someter. Sentía la culpa de cada muerte y sabia que su vida jamás volvería a ser la misma. El peso y la nitidez del recuerdo de sus hermanos elefantes lo tendrían atrapado por siempre, sobretodo porque conocía el gran don de su especie, la voraz capacidad de recordar.

lunes, 18 de octubre de 2010

Ritos paganos

La espesa bruma invernal no dejaba ver absolutamente nada aquella noche. El peor invierno desde hacía mucho tiempo azotaba la ciudad; y la niebla, que abarcaba todo, apenas dejaba ver los pies de las personas caminando en la calle.
Camila, a pesar de no decirlo, sentía una rara clase de nerviosismo por tener que ir caminando a casa en la lúgubre nocturnidad. Las palabras se le hacían difíciles y el temor se esbozaba en sus sublimes y profundos ojos negros. Los cuales, finalmente, terminaron por convencerme de acompáñala.
Cuando llegamos, al verme al borde de la congelación me dijo que por favor pasara, que era cumpleaños de su abuelo. En otras circunstancias me hubiese negado firmemente, sobretodo por el alboroto que se vivía dentro. Pero en este caso, embrutecido por su mirada y ante la inminente hipotermia a la que estaba expuesto, acepte de inmediato.
Llegue a un gran salón por un pasadizo abarrotado de globos y serpentinas. En el centro, una gran mesa repleta de bocaditos y empanadas. Una torta de tres pisos en el medio de la mesa, con dos grandes velas con el número cincuenta terminaban de adornarla.
Alrededor de la mesa los familiares charlaban y devoraban lo que estaba servido. Don Eugenio se encontraba sentado lejos, en una silla de ruedas al otro lado del salón. Su rostro, arrugado como la piel de un elefante, se veía triste y perdido. Los dobleces de su cara apenas dejaban ver sus ojos, que en algún otro momento debieron de ser tan imponentes como los de su nieta. Yo me encontraba solo y lejos del tumulto familiar. Don Eugenio me miraba fijamente y parecía balbuceaba palabras in entendibles.
Al verme solitario, Camila me trajo comida. Antes de recibir el plato repleto de potajes, mi curiosidad, que siempre me domina, le pregunto, ¿Por qué se le veía tan triste a su abuelo?. Ella, bajando los ojos, me confesó que desde hacía un tiempo no andaba lúcido, y que en estas fechas se ponía insoportable. Odiaba los ritos paganos comoñel les decía.
Ella me dejó solo de nuevo acudiendo al llamado de sus primos. De pronto su abuelo hizo un movimiento con su agarrotada mano para llamarme. Mire a mi alrededor para cerciorarme que era a mi al que buscaba. Dude en ir a su llamado, pero comprendí que al menos por la comida debía agradecerle.
Mientras caminaba a su encuentro, me preguntaba para que me llamaba aquel centenario señor. ¿Qué tendría que decirme a mí, un desconocido, en aquella casa abarrotada de sus familiares, de gente que era sangre de su sangre? Apenas llegué, me tomo de la chaqueta tan fuerte como se le agarra al peor bandido. Me dijo susurrando con voz potente,!sacame de aqui de inmediato!. Me tomó tan de sorpresa su fortaleza y su forma de escupirme aquellas palabras, que sin dudarlo le hice caso.
Todos comían y bebían en la gran mesa. Nadie, ni Camila, se inmuto que escapamos del gran salón en unos pocos segundos. Cuando abrí la puerta, Don Eugenio respiro profundamente mientras miraba la gran niebla que acechaba a la ciudad. Le dijo, vieja amiga estas de vuelta, y con un gesto de su rigida mano me pidió continuar.
Estuvimos paseando por largo rato, sintiendo el viento helado en mi rostro. Me iba hablando a pesar que no lo veía. Parecía como si me dijera las cosas al oído, como si tuviera unos audífonos llevando su voz nítida a mi cabeza. Me hablaba de todo un poco, nunca utilizaba una palabra de más. Era como si las ideas salieran perfectas de su cabeza. Cada idea la desarrollaba magníficamente y eso hacía que todo encajara con claridad en las mía.
En poco tiempo mi capacidad de comprender las cosas había cambiado. Me sentía raro, como si hubiese leído mil libros en una hora, como si en una hora hubiese aprendido lo que antes en un año. Quede ensimismado y aturdido con su conocimiento. Hacía un rato me burlaba de él y de pronto lo escuchaba asombrado como si se me hubiese presentado algún raro Dios.
Tuvo un momento de meditación y pausa en sus sublimes palabras. El silencio de aquella noche helada y tenebrosa me atrapó, y le dije que era mejor que regresáramos. Movió su cabeza en negación de lado a lado. Le pregunte porque no quería regresar, y sin dudar un segundo y como esperando mi pregunta me dijo con voz ronca y rasposa. Ellos son de mi sangre pero no se parecen a mí. Son mi familia pero no les interesa otra vida más que la suya. He pasado años diciéndoles que no quiero celebrar. Pero ellos no escuchan, siguen viniendo año a año a joder. ¿Por qué no entienden que no quiero celebrar? Tengo cien años y solo el tiempo me ha hecho comprender estas vanas y tristes celebraciones. Y sólo el tiempo me hizo comprender lo estúpidos que somos de celebrar un día mas de vida, porque en realidad, y a mi edad, solo celebramos el acercamiento a la muerte. Es como una cuenta regresiva hacia la tumba. Como si cada cumpleaños fuera una gota más que esta a punto de rebalsar el vaso. Cumplir años para mi, es una tortura, créeme, estoy a punto de encontrar la eternidad ¿Como querría morir? ¿Por que tendría que celebrar un día más hacia mi muerte si estoy a punto de tocar la gloria?
Luego de eso, me quede sin palabras, aturdido y ensimismado pensando en lo que dijo. Y seguimos paseando por aquella noche ciega. Yo aprendí en silencio y como nunca antes. Aquel inusitado maestro me enseño, solo con palabras y en el momento que menos lo esperaba, un gran secreto que jamás pensé comprender. Que la única forma de encontrar la eternidad era olvidando juicios previos, banalidades y celebraciones paganas. Que el futuro y el pasado son solo nostalgia de nuestros deseos. Y que la única manera de vivir y encontrar la verdadera eternidad era en el ahora, que es siempre todavía.

martes, 21 de septiembre de 2010

La angustia de la soledad

Solo han pasado 20 minutos desde que partió. Cuando la ví alejándose y haciéndose cada vez mas pequeña en el horizonte, una rara clase de descontrol me inmovilizó. Un estado extraño entre atónito, acongojado y desesperanzado se apoderó de mi. Tan solo atiné a caminar e ir por el puente que cruzaba el rio.
Miraba un punto fijo que no existía en las nubes, buscando respuestas a pesar que seria imposible encontrarlas, porque todo estaba dicho entre los dos.
El tiempo continua tan lento como si viera pasar mi muerte. Han pasado dos horas de su partida y yo sigo en el mismo lugar. El tic tac del segundero de mi reloj se escucha cada vez más fuerte ante la intensa soledad del lugar. El sonido es tan insoportable que decido quitármelo y arrojarlo con furia contra el suelo. Los potentes rayos de luz que el sol le ha dado a este día cálido me dejan ver como los cristales del artefacto explotan, esparciéndose desesperados por todos lados.
Ahora todo esta en silencio de nuevo y solo se escucha el vaivén del agua golpeando las maderas viejas y sueltas de este antiguo puente. Pensé que así lograría encontrar una salida, pero me equivoque. El olor de su perfume no me deja aclararme. El aroma suave del que estaba envuelta, empapa mi ropa y no permite alejar de mí su recuerdo.
La siento tan cerca como si aún estuviese recostada a mi lado. No puedo ir a casa porque todo tiene su olor y su recuerdo. Pareciera como si aún estuviese aquí escondiéndose en algún lugar por algún oscuro motivo.
Mi respiración se agita a cada exhalación. Tan solo la he dejado de ver unas cuantas horas y parece que hasta he olvidado la forma de respirar. La intranquilidad de saber que no la volveré a ver me ha dejado petrificado.
Ya es de noche y, por el modo en que lucho con mis entrañas, se que no podré dormir. Sin saber como olvidar, ni sentir su tacto, su sonrisa y su encanto sublime, me pregunto si seguiré caminando eternamente en este lugar, me pregunto ¿Qué será de mi mañana?

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Guardían de sueños

- Tengo sueño - me dijo mientras frotaba sus pies uno con otro como acurrucándose en la inmensa cama en la que estábamos recostados.
- Duerme que ya es tarde. - le dije mientras apagaba la televisión y prendía la tenue luz de la mesa de noche para leer algo. Sabía que no podría dormir por su terrible insomnio e intentaba ayudarla apagando la televisión.
Ella era nerviosa e hiperactiva. Buscaba hacer siempre algo nuevo, porque sentía a todo momento que perdía el tiempo si no era así. Nunca la escuché decirme que tenía sueño. Siempre dormía luego de mí que soy un insaciable soñador, y la mayoría de las veces no lo lograba.
Me encontraba feliz que me dijera eso, porque me demostraba que tenía la capacidad de relajarse junto a mi y al fin descansar como tanto lo deseábamos.
Intente leer pero no lo logré. Mis ojos recorrían las líneas del libro pero no llegaba a comprender absolutamente nada luego de terminar cada párrafo. Mi mente seguía pensando en ella y su dificultad para dormir y descansar totalmente.
Deje el libro y la empecé a mirar. Pensaba que ella había cerrado los ojos solo para aparentar que dormía, como siempre lo hacía, pero esta vez no fue así. Su descanso era tan placentero como el de un niño cansado tras jugar sin parar toda la mañana. Sus grandes pestañas se posaban en la parte superior de su mejilla, y su rostro envolvía con un brillo sereno toda la habitación.
Habían sido muy pocas veces las que la vi dormida, y ahora que podía hacerlo, disfrutaba más que nunca del encantador ruido sigiloso que acompañaba a su respiración mientras lo hacía.
Pasaron las horas y continué mirándola. Tal vez porque nunca la observé dormir fue que me quede atónito al verla tan tranquila y calmada.
Así pasaron los días. Cuando trataba de descansar, recordaba su rostro casi angelical recostado en la almohada y volvía a abrir los ojos para espiar su pacifico sueño. Muy dentro de mí quería entender como había logrado tan increíble hazaña luego de tanto tiempo despierta de noche.
Ninguna pastilla o droga la había llevado a descansar como desde hace un tiempo a ahora. Yo pensaba que era gracias a mi, pero eso no me convencía del todo, al contrario, me mantenía en vilo todas las noches respirando su exquisito olor a frambuesas y lirios.
Fue solo entonces que noté que era yo el que pasaba las noches despierto. De pronto, y sin saber como, me había convertido en el guardián de sus sueños. Era raro, pero estaba feliz por no dormir y a pesar de todo se me hacía imposible decírselo. Sabía que apenas abriera la boca y le contara la verdad, ella no podría volver a dormir, porque sentiría pena por mí, por no dormir por su culpa; y seríamos dos los que quedaríamos atrapados en este interminable y dulce insomnio.

sábado, 31 de julio de 2010

La ley de Murphy

Entraba en su oficina todos los días y leía un gran banner pegado encima de la puerta de entrada que decía: “MÁS VALE PREVENIR QUE LAMENTAR”. Él mismo lo había colocado allí desde que le dieron la jefatura del proyecto. Esperaba que la gente en el trabajo lo notara y lo volviéra una máxima en sus vidas.
Edward Murphy era un tipo calmado y pesimista. Siempre ordenaba las cosas con total cuidado, e intentaba que su trabajo lindara con la perfección. Sabía, como todo buen jefe, que las probabilidades de que las cosas no salieran bien estaban presente en todo momento.
Fue así, que en un experimento para medir la fuerza g en los cuerpos, encargó a Harris, teniente adjunto, hacer las conexiones necesarias para poder medir el efecto causado por la fuerza g en el ser humano.
Demoraron cinco días en terminar el proyecto. Al sexto día, cuando lo probaron, no funcionó.
Murphy, siempre apacible, pregunto uno a uno a todo el personal sobre porque no había funcionado la medición. Nadie le dio una clara respuesta. Luego de unas horas, encontraron que había otra forma de colocar aquellos medidores, pero estaban contra el tiempo. Les tomaría cinco días mas hacer que funcionara.
El experimento, a pesar de su simpleza, demoró un mes en estar terminado.
Cuando lo superiores conocieron de la demora, a Murphy, ingeniero en jefe del proyecto, lo retiraron del cargo, aduciendo como excusa que era imposible tomarse tanto tiempo en algo que debía de estar hecho en diez días.
Murphy no reclamó, el sabía que el tiempo y las dificultades en la vida a veces son demasiado engañosas. Así fue que tomó las cosas de su escritorio y cuando estuvo listo para irse, leyó con paciencia aquel gran banner que estaba colocado encima de la puerta. Respiró hondo, como recordando sus buenos momentos en el trabajo, y regreso a su oficina.
Estuvo tres horas sentado frente a su computadora, escribiendo sin detenerse bajo la atenta mirada de sus ex compañeros de trabajo. Cuando terminó fue a la impresora y retiró un nuevo banner para cambiarlo por el antiguo. Este decía “TODO LO QUE PUEDA SALIR MAL, SEGURAMENTE SALDRÁ MAL”.
Es así que Murphy se fue entre aplausos, como un alquimista que había descubierto la piedra filosofal. Aquel día se creó el famoso enunciado de la Ley de Murphy, que muy pocos conocen. Ella hizo entender a las personas que era necesario prestar la máxima atención a lo que hacían, sobretodo conociendo el gran problema humano, su falibilidad.
No había duda, gracias a Murphy el pesimismo nunca se volvió a ver desde el lado incorrecto.

jueves, 15 de julio de 2010

Realidad y fantasía

Embrutecido frente a la pantalla del televisor, con los ojos rojos y secos por jugar durante más de ocho horas Mario Bros, fue cuando Adolfo Farías supo que sería mas difícil de lo que pensaba acabar con aquel indomable juego.
Cada vez que Mario perdía una vida, comprendía que no era lógico seguir, porque era prácticamente imposible finalizar con vida cada mundo. Luego, dejaba todo e iba a su cama.
Cuando intentaba dormir, al cerrar los ojos secos y adoloridos, recordaba la imagen de Peach, la bella princesa de mirada angelical que vivía apresada y necesitaba ser salvada en el juego. Como todo niño, tenía la gran ilusión de rescatarla para saber que ocurriría al final de la historia.
Se levantaba al alba y retomaba el juego. A pesar de sus increíbles esfuerzos por terminarlo, se le hacía imposible. Pasaba sus mañanas, tardes y noches intentando encontrar la forma de acabar. En el colegio preguntaba trucos para avanzar mundos sin tener que recorrerlos, pero aún así, no conseguía finalizar lo que había empezado hace algún tiempo atrás.
Cada noche dormía menos. Aquel juego se había vuelto un vicio, una droga para el pequeño. Todas sus energías estaban puestas en rescatar a la princesa. Una princesa esquiva que tal vez nunca salvaría.
Al no lograrlo, su carácter empezó a cambiar. Sus notas en el colegio bajaron y la comunicación con sus amigos y familia desaparecieron. Vivía inmerso en un mundo de fantasía, en donde el personaje principal jamás había logrado completar su misión, rescatar a su princesa.
Aquella fijación por terminar se había vuelto un delirio desquiciante. Necesitaba, antes que cualquier otra cosa en la vida, rescatar de las garras del terrible Bowser a la bella princesa.
Trascurrieron los años y no acabar el juego se volvió un estigma incurable para Farías. Le había crecido un gran bigote azabache en su antes lampiña cara. Un gorro rojo, del cual nunca se separaba era su otra compañía indispensable junto al negro mostacho. No tenia amigos, ni familia ni mujer, solo lo acompañaba aquel juego que seguía impecable, como si su consola de Nintendo aún fuese nueva.
No había duda, no haber podido rescatar a Peach de las manos de aquel rechoncho dragón-tortuga hizo que Farías se transformará y desapareciera en el olvido. Nunca se supo nada más de él, solo que cambio su nombre a Mario y se dedico a vagar por el mundo, preparando pizzas y buscando en sus eternas noches de soledad a alguna princesa que rescatar.

viernes, 18 de junio de 2010

Eternas dudas

El camino de la vida, desde que empieza, siempre es demasiado espinoso. Nacer no es nada fácil, luchamos con millones de espermatozoides para poder fecundar al ovulo que finalmente nos dará vida. Pero la memoria es frágil y no recordamos aquel suplicio por el que pasamos para lograr ver la luz.
Crecer y no saber quienes somos, es aún peor. Buscamos una identidad que nos permita caminar tranquilos y que nos haga sentir reconfortados, pero casi nunca la conseguimos.
Intentamos encontrar en el grupo de amigos la forma de encajar. Pero un laberinto de dudas vuelve a irrumpir en nuestras vidas, al darnos cuenta que buscamos rodearnos de gente para no tener que lidiar con nuestras equivocaciones.
Dudamos día y noche, despiertos y en sueños. Dudamos desde niños cuando no somos capaces de acercarnos a quien nos gusta. Perdemos el don maravilloso con el que vinimos a la vida, por dudar de nosotros mismos.
En la adolescencia las cosas se complican más aún. Los cambios corporales y el miedo a nos saber que pasará, nos hunden en pensamientos sin sentido. Pensamientos que muchas veces solo hacen que nuestra capacidad de raciocinio se vea afectada y sólo volvamos a dudar.
Luego crecemos, y creemos que esas dudas desaparecerán con el reconocimiento laboral o con el dinero. Sentimos que eso hará que nuestras dudas de vivir desaparezcan, y a pesar que eso parece, finalmente nunca ocurre.
Pensamos que casándonos con la primera persona que conocemos encontraremos eso que buscamos en silencio desde que nacemos. Creemos que alguien, en base a cariño, nos quitará las eternas dudas que a veces parecen no querer dejarnos respirar.
Es tanto así, que vamos dudando de nuestras decisiones. Nos preguntamos millones de cosas. ¿Lo aguantare como mi compañía de toda la vida? ¿Debería de casarme? ¿Soy realmente feliz? ¿Eso es lo que debí estudiar? ¿Cuál es mi mayor virtud? ¿Por qué intento evadir la tristeza?
Y la vida sigue avanzando y olvidamos esas preguntas, y seguimos muriendo de a pocos. Escapamos de ser sinceros con nosotros mismos por luchar contra el tiempo. No aceptamos que la vida y la muerte siempre serán las eternas dudas de la humanidad, y que solo tenemos que aprender a aceptarlas y estar felices de no ser infalibles.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Perdiendo el tiempo

A veces me quedo durante horas frente al blanco papel y no soy capaz de escribir ni una sola línea. Definitivamente me siento extraño, como si perdiera mi innata capacidad de entregarme a extrañas cavilaciones. Cuando eso ocurre, y a pesar de mis esfuerzos por lograr lo que deseo, la desesperación y la melancolía me hacen presa de sentimientos que me incomodan a tal grado, que solo me provoca apagar la luz y dormir.
Pero hay días peores aún. Porque cuando apago la luz e intento dormir, para olvidar la incomodidad mediante el sueño y despertar para ver si mañana será un día mejor, no logro hacerlo. Entonces es cuando las cavilaciones y pensamientos llegan a mi mente en ráfagas incontenibles. Llegan con una rapidez tan abrumadora que no me permite recordar ninguna idea que se me ocurra así lo intente.
Entonces abro los ojos en la oscuridad y me pregunto si valdrá la pena perder mi tiempo intentándolo. Me pregunto si solo estoy perdiendo el tiempo. Me levanto de la cama y camino en pequeños círculos. Que luego se van agrandando, y transforman mi pequeño paseo en una gran caminata que no tiene donde acabar.
Empieza a amanecer y sigo igual. En algún momento el cansancio me agobia y caigo dormido en cualquier lugar. Cuando me despierto, parece que hubiera dormido durante días. El cambio brusco de las horas que utilizo para dormir hace que entre en un serio desfase.
Me lamento porque eso haya ocurrido, pero no se como cambiarlo. Me levanto y veo el cuaderno abierto esperándome. Entonces empiezo a convencerme de intentar escribir, pero el temor a mi mismo me lo impide.
Es así, que dejo de escribir por largas temporadas. En ellas solo me queda divagar e intentar encontrar ideas que plasmar en las blancas hojas de mi cuaderno.
Luego de tanto suplicio, llega el día en que recuerdo mis sueños con una nitidez áurea. Y de inmediato me digo ¿Quién puede perder el tiempo si lo único que hace su subconsciente es darle estos deliciosos e inigualables sustos?

martes, 11 de mayo de 2010

Viajando por el dial

Ante el aburrimiento y la tensíon que parecían no querer irse, decidí ese día intentar viajar bajo el embrujo sugestivo de la radio y sus 17 emisoras de la FM. A veces la música ayuda a resolver los problemas más descabellados, los que en ese momento se estaban apoderando de mi calma.
Escuche cada emisora una y otra vez. Las escuché tantas veces que tuve que comprar otro control remoto para cambiar el dial. En cada radio se escuchaban todo tipo de canciones, y todas con algo en común, el amor. Salsa, rock, pop, baladas y reggeton; todas al final intentaban decir lo mismo.
Luego de buscar durante casi una hora alguna emisora que pusiera una canción que no fuere tan repetitiva, me di cuenta que sería imposible. Las canciones hablaban de felicidad, de tristeza y de melancolía, pero todas vinculadas con el amor.
¿Por qué todas las canciones hablaban de lo mismo? ¿Por qué casi todos los cantautores o grupos dicen lo mismo?
Es difícil saber las respuestas. La primera conclusión que se me vino a la mente, luego de mi nefasto viaje radial, fue que los seres humanos añoran el amor perfecto. Porque les da la ilusión de felicidad eterna.
La segunda conclusión a la que llegué fue que la mayoría de oyentes no quiere escuchar canciones difíciles que los hagan pensar, sino algo fácil de aprender y entender.
Tuve muchas mas respuestas ese día, pero simplemente preferí no seguir pensando en algo que al final lograría destruir mis nervios. Tuve que aceptar que los músicos son cada vez menos artistas, y que su arte se ha visto consumido por la necesidad de vender. La mayoría solo crea bosquejos de canciones que parecen haber sido hechas en 3 minutos, o esperpentos mentirosos sobre el amor infinito como había escuchado por mi viaje en el dial.
Después solo me quedó apagar la radio. Felizmente no quise seguir con mi extraña forma de esquivar el aburrimiento y la tensión. Es un hecho que si hubiese intentado hacer lo mismo en el AM, probablemente ya no tendría radio.

jueves, 22 de abril de 2010

Infortunios de la vida

MARIA ANDREA DE LA CRUZ ZUBIATE 1945-2009; CONCEPCION RUIZ CANDELO 1963- 2007; SANDRO VALVERDE SEGURA 1935- 2004. Leía el pequeño Camilo Sarmiento en cada tumba del cementerio, mientras buscaba la de su madre. El sonido del viento sobre las hojas de los robles y un ramo de crisantemos eran los únicos que lo acompañaban.
Miraba lapida por lapida las inscripciones para poder encontrar la de su madre y entregarle las flores que había arrancado de su propio jardín. Desde muy dentro de su pecho sentía la necesidad de brindarle ese pequeño homenaje a la única persona que lo había querido al extremo de dar su vida por él.
Camilo caminaba con la cabeza gacha y miraba las flores de reojo de vez en cuando. Cada vez que las observaba, recordaba la belleza y brillo incomparables de su madre. El recuerdo nítido le hacia sentir la suavidad de su piel y ver su mirada pacifica y bondadosa como si pudiera tocarla. El recuerdo lo envolvía en una tristeza pesada y lo volvía presa de un dolor que empezaba dentro de su ombligo y se expandía de forma voraz por su pequeño cuerpo.
El pequeño Camilo, con la cabeza gacha, seguía raudo su camino hacia el mausoleo de su madre. Caminaba cada vez más rápido como si el viento se apoderara de sus pies, ya no miraba los nombres en las lápidas. Tal vez pensaba que así encontraría en menor tiempo la tumba de su madre. La mente lo iba traicionando y se preguntaba, al borde de las lágrimas, porque le habia pasado eso a él.
Era un pequeño niño de ocho años y el infortunio se había apoderado de su vida dejándolo completamente solo en el mundo. No tenia padres ni parientes que se preocuparan por el. No tenía un pan que llevarse a la boca. Y por primera vez conocía el dolor, y era tan profundo que no lo dejaba respirar.
Las lágrimas empezaron a brotar a caudales por su rostro. Formaban pequeños riachuelos de barro por sus percudidas mejillas. Sentía que sus pies iban perdiendo fuerza al igual que sus piernas. El dolor y la tristeza de saberse la persona más desafortunada del mundo lo llevó a perder las ganas de seguir con su búsqueda. Sin fuerzas, cayó pesadamente sobre sus rodillas encima de una lapida.
Lanzó lejos el ramo de crisantemos y empezó a golpear la tumba con gran fuerza. Sintió como la rabia iba apoderándose de sus pequeñas y frágiles manos. Sabía que no encontraría la tumba de su madre en ese gigantesco cementerio. Eso lo hacia entristecerse a tal punto, que ya no sentía dolor en sus manos a pesar del sangrado.
Cuando no tuvo fuerzas para seguir golpeando la lápida, ni para seguir llorando, se apoyo sobre ella como para retomar fuerzas. Miró lentamente la inscripción en el nicho sobre el que había descargado toda su furia contenida. Se leía: JULIAN RAMIREZ PINO 2003- 2005.
Leyó de nuevo y lentamente el epitafio. Se limpió del rostro las pocas lágrimas que le quedaban. Luego miró al cielo como buscando nuevamente el rostro de su madre o tal vez simplemente pidiendo perdón. Se levanto y recogió los crisantemos esparcidos en el suelo para continuar con su búsqueda. Las fuerzas de vivir le regresaron al cuerpo como si hubiera descubierto el secreto de existir. Entendió que no era la persona mas desafortunada del mundo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Objetos Diversos

Cada persona en el mundo posee diversos objetos de los cuales no puede desprenderse. Los aprecia a tal nivel, que perder alguno de ellos es casí como cortarse un brazo a propósitoo. De solo pensar en que podríamos perderlo, un miedo escalofriante, tan igual como el de la misma muerte, nos invade.
Estos objetos tienen un valor inigualable para sus poseedores. Algunos son puramente sentimentales. Otros logran rememorar instantes perfectos. También están los que logran ser tan apreciados, que se transforman en amuletos de buena suerte para su inusual adorador.
Es extraño como un simple objeto puede traer a nosotros ese sentimiento tan profundo e inentendible. Es tan puro e intenso el cariño que se siente, que no podemos separarnos de ellos. Sentimos que nos protegen y que nos ayudan a seguir por el buen camino que esperamos nos toque en el futuro.
Una cruz, una pelota, un collar, un anillo, una piedra, una escultura, una camisa, unas zapatillas, unos aretes, una pata de conejo, un herraje de caballo, una estampilla o un lazo, son algunos de los objetos que nos acompañan y que las personas cuidan tan meticulosamente como a su vida misma.
¿Por qué el apego tan cercano a estos? ¿Cómo es que sentimos la necesidad de proteger un objeto con tanta intensidad?
El ser humano es extraño. Pienso a veces que divinizamos algunos objetos por la necesidad de tener algo que nos acompañe y que nos de seguridad. Creo que al divinizarlos, se transforman y se vuelven capaces de enriquecernos y hacer que esa energía vuelva a nosotros cíclicamente.
El problema a veces es encontrar estos objetos. Por lo pronto seria bueno tomarse un tiempo para encontrar alguno y ponerlo en un altar dentro de nuestras cosas favoritas. Tal vez como un amuleto o una ayuda para seguir viviendo esperanzados, y no adorar simplemente a lo primero que nos caiga en las manos.

domingo, 14 de marzo de 2010

Batallas perdidas

Hacía días que no dormía bien. No era un insomnio natural ni mucho menos el llegar tarde a casa lo que no me dejaba dormir como estaba acostumbrado. El ruido lejano y repetitivo de un minúsculo grillo se apoderaba de mi pequeño departamento todas las noches.
Por como se escuchaba, los primeros días pensé que el sonido provenía de la calle. Era imposible atrapar al insecto en un lugar tan vasto, sobretodo porque cada vez que iba en su búsqueda, el sonido se detenía.
Entonces pensé tal vez que era alguien del barrio el que hacía aquel molesto ruido. De pequeños solíamos hacernos ese tipo de incomodas bromas. Así que dejé de salir a buscar quien lo hacía. Odiaba pensar que alguien del barrio se burlaba de mí al verme asomar a la calle de noche en pijamas, totalmente desarreglado y buscando desesperado a aquel insomne grillo.
Simplemente intentaba apaciguar mi sueño y buscar algún modo de dormir. Al principio las pastillas ayudaron, pero no lograba entrar en la profundidad del sueño con ellas. Luego fue el alcohol el que me acompañó. Las cosas mejoraron pero aún así no dejaba de escuchar al abominable insecto.
Con el pasar de los días el sonido se intensificó. A veces terminaba mi segunda botella de vino, me encontraba casi ebrio y a punto de dormir, pero el grillo con su estruendo, esta vez mucho más fuerte, me despertaba.
El sonido ya no provenía de la calle, sino desde adentro de mi casa. Tambaleando iba a la sala a buscar el punto de partida de aquel ruido alterante. Prendía la luz y de inmediato el rumor cesaba. Así que regresaba a mi cama de nuevo para intentar dormir.
Apenas me recostaba, el chirrido empezaba. Era tan poderoso el rechinar de sus patas que podía observar al infausto insecto haciéndolo, mirándome con sus inmensos ojos sin vida y sus grandes y asquerosas antenas como diciendo "no te vas a escapar". Intentaba no prestarle atención al ruido pero era imposible. El sonido era tan fuerte, que era como si el maldito bicho estuviese posado en mi oído deleitándose con mi rostro de locura e insomnio.
A partir de allí supe que tendría un enemigo. Prendía la luz y el silencio volvía. Parecía como si el grillo supiera que estaba en su búsqueda, porque cuando me levantaba, el silenciaba de inmediato su diabólico chirrido.
Por algunos días pensé que era mi propio sueño el que me jugaba estas tretas. También volví a salir a la calle a ver si era alguno de mis amigos los que hacían aquel ruido. Hasta llegue a pensar que alguien me observaba por una cámara secreta. Pero al darme cuenta que no poder dormir durante tantos días estaba a punto de volverme loco, supe de inmediato que a pesar de que el rival era insignificante, encontraría en mi vida batallas que jamás podría ganar.

martes, 23 de febrero de 2010

Viviendo por una canción

Hacía poco un descomunal terremoto había destruido gran parte del país. Las radios y noticias vaticinaban la destrucción total de muchos otros lugares en tan solo pocos días. El pánico azotaba las calles, el caos se había apoderado de la ciudad y el miedo generalizado era la normalidad en la gente.
Pero para algunas personas y a pesar de todo, los días seguían su curso y la vida continuaba.
Víctor Arismendí, un personaje de la nocturnidad, los problemas que enfrentaba la ciudad no le afectaban. El se dejaba llevar noche tras noche, junto al alcohol y la música que inundaban su cuerpo de ritmo. El discjockey había estado tocando Lavoe, algo del gran Combo y un poco de salsa dura desde hacia un buen rato, y cuando Víctor pensó que ninguna canción lo haría bailar con más ganas que las anteriores, empezó a sonar la inigualable voz de Rubén Blades y su Canción del Final del Mundo. Las demás parejas, sin saber que canción era, llenaron la pista de baile casí de inmediato, al sentir el ritmo sin par de aquella maravillosa canción. Cuando escucharon al coro cantándole al final del mundo, los rostros de algarabía empezaron a transformarse, y perdidos, comenzaron a buscar otras miradas que les explicaran que estaba pasando. Tal vez los sucesos que habían estado ocurriendo hasta ese momento los tenían tensos. Tal vez eran las predicciones que se escuchaban en todos lados. Tal vez solo era una estupidez más de aquellos que le temen a todo y que no son capaces de ser felices ni en un lugar de felicidad como aquella pista de baile, y con una canción tan perfecta como esa.
Los cuerpos fueron deteniendo su acalorado baile y el miedo se apodero de las parejas que fueron quedando poco a poco inmóviles.
Víctor seguía bailando, como lo hacía siempre, entregándolo todo en cada paso, como si fuera el último día de su vida. Fue raro porque junto con esa maravillosa canción, sus torpes pasos y su cansada pareja, quedó solo en la pista de baile. Los demás que se habían quedado de pie observándolo con cara de espanto, diciendo para adentro “¿cómo es posible que este tipo baile un oda a la destrucción total como esta?”.
Su pareja asustada, también se detuvo y se quedó mirándolo. En cambio Víctor, que desde un principio sabía lo que ocurría, siguió bailando y cantando solo, disfrutando de aquel instante mágico en donde todos prefirieron quejarse de algo que aún no había ocurrido, como si el planeta fuera a destruirse porque una canción lo decía.
Era claro para él. Esa noche Víctor comprendió que pasara lo que pasara en el futuro, bailando seria el único modo en el que enfrentaría a la muerte sin temor.

martes, 9 de febrero de 2010

Vomitando avispas

A veces nos equivocamos, y a pesar que lo sabemos, buscamos el modo de ocultarlo. Así, no tenemos que disculparnos con nadie, a pesar que realmente lo necesitamos, porque el peso de mentir en la conciencia es una carga demasiado difícil de llevar.
Otras veces la casualidad juega a nuestro favor y conocemos a la persona que nos gustaría tener al lado, pero no encontramos el modo de acercarnos. La miramos, la idolatramos, la amamos en un silencio oscuro que nos hace perder la vida en segundos, pero no logramos decir todo lo que deberíamos para que no se vaya.
Suele ocurrir también que al quedarnos callados tanto tiempo, la rabia empieza a acumularse pura e insensata en algún lugar alejado de la razón. El lugar es secreto y escondido, es por eso que no logramos expulsarla. No entendemos ni nos damos cuenta realmente en donde es que se acumula todo ese odio escondido.
También sucede que buscamos el modo de decir muchas cosas que callamos por temor al que dirán. Pero no encontramos la forma de lograrlo. Así que tomamos una botella de alcohol y empezamos a buscar en el fondo de un vaso las respuestas que no encontramos solos. Y sentimos algo raro en el estomago. Como si este fuera un gran panal de avispas que nos van picando por dentro, y a las que no encontramos la manera de expulsar. El estomago se siente extraño. El dolor a veces pasa desapercibido, pero otras veces es inaguantable. Como si el enjambre picara con la intensa necesidad de defender su panal.
Es raro como a veces preferimos cargar nuestro inmenso panal de abejas laboriosas por avispas asesinas. Estas nos van matando desde adentro y no encontramos el modo de expulsarlas. Preferimos guardar el miedo y la verdad en ese lugar secreto que no conocemos muy dentro de nosotros.
Solo algunas veces escapamos de ese nauseabundo sentir. Pero normalmente aquellas avispas jamás salen. Si logran hacerlo, no pueden escapar pasivas, sino que las vomitamos furiosas. Prefiriendo acabar con una vida, antes de decir la verdad total para liberarnos de eso dolor tan agudo y profundo que se acumula en el estómago por no decir todo lo que deberíamos decir.

domingo, 31 de enero de 2010

Memoria Fugaz

Caminaba en la calle apurado sin pensar en nada y una mujer me miró. Sus ojos tenían un brillo especial y como sin querer me decían “a ti te conozco de algún lado”, pero no se atrevió a saludarme. Yo apenas la miré un segundo y seguí caminando raudo, como suelo hacerlo cuando el tiempo se vuelve mi enemigo por el apuro.
Mientras seguía mi camino, recordé aquella mirada rápida que me entrego aquella chica hacia unos minutos. No lograba recordar de donde la conocía, y aún menos el porque me miro de aquella manera, como esperando que le devolviera el saludo y empecemos una larga conversación.
A cada paso que daba, un recuerdo fugaz volvía, como imágenes que vuelven volátiles luego de una borrachera. Cada recuerdo me acercaba mas a esa mirada que por un instante, pareció que me conocía de toda la vida.
Me puse a pensar en quien podría ser aquella chica y mientras lo hacia, recordaba escenas de sueños que pensé había olvidado. Pequeños cortos de historias inconclusas que no sabía si eran realidad o fantasía.
Fue entonces cuando la duda se apoderó de mí y me dejo en silencio. En un silencio interno del que hasta hoy no puedo escapar y que me repite la misma mirada una y otra vez cuando intento olvidarla, como si esa mirada me enseñara porque a veces, cuando me conviene, solo me importa intentar mentirme olvidando.

miércoles, 27 de enero de 2010

Oscuridad

Conocía la casa como la palma de mi mano, pero esa noche, fue como si nunca antes la hubiese estado allí. Era extraño, la casa no había cambiado de estructura y mucho menos de lugar, pero yo no podía dar si quiera un paso porque la oscuridad no me lo permitía.
La falta de luz en el lugar era total. No lograba distinguir nada así lo tuviera al frente de mis ojos. Era como si no conociera en absoluto el lugar.
La realidad empezó a cambiar y mi tranquilidad se transformó en terror. Estaba atemorizado de no poder ver nada en absoluto, de no poder distinguir algo que era tan familiar hace algunas horas, pero que al no poder verlo, me parecía tan desconocido como el rostro de Dios.
Seguía pasmado e inmóvil en la puerta, esperando que mi mano encontrará el interruptor para al fin encontrar la luz que me devolviera la vista y poder transitar por la oscuridad de aquellos pasadizos.
Pero fue imposible, mi mano recorrió todas las paredes cercanas; de arriba a abajo y de lado a lado, pero nada. Parecía como si un ser maligno hubiese desaparecido los interruptores para hacer que la angustia en la oscuridad me tuviese en vilo. La tensión y el miedo me tomaron por sorpresa en esos instantes y me volvieron su presa. Estaba solo en la completa oscuridad. Los sonidos eran como puñales que se clavaban en mi espalda. Jamñas había sentido ese temor al escuchar algún sonido extraño. Encerrado, sin poder encontrar la luz ni la puerta de salida, y a pesar que conocía todo el lugar, la absoluta oscuridad me había vuelto prisionero de un temor que antes no sentí. Un temor tan grande que solo lo interioricé aquella noche luego de pasar horas buscando la luz.
Aquel día conocí el miedo real, y no fue gracias a una muerte, un susto o una amenaza, el miedo de aquella noche se debió a la incertidumbre de no comprender nada a mi alrededor, de escuchar cosas que tal vez no escuchaba, de no pensar por horas en nada absolutamente, tan solo en como encontrar la luz para volver a fluir.

miércoles, 6 de enero de 2010

Televidente

Pasar los días enteros tirado en el sofá mirando la televisión después del trabajo me estaban matando. El exceso de peso y el cansancio se habían vuelto mi rutina diaria. Casi no salía de casa y mi noche se pasaba en un segundo haciendo zapping sin encontrar algo que realmente me gustara.
Hasta que un día me di cuenta que me había vuelto un enfermizo televidente, y al sentirme mal conmigo mismo comprendí que algo debía de cambiar en aquella perezosa rutina para dejar de sentirme de ese modo.
Así fue que deje de ver televisión. Pasaba el día idiotizado frente a la caja de imágenes que solo me hacía perder el tiempo e intentar llenar junto a ella, esos vacíos que da la soledad cuando no la soportamos.
Que difícil se me hizo quitarme de la cabeza la necesidad de ver esa caja boba. Empecé a comerme las uñas, a fumar tabaco, a mirar el techo y hasta aprendí realmente que era la gula. Simplemente no sabía como cambiar aquella rutina que me tuvo idiotizado durante tanto tiempo. No encontraba el modo de sacar de mi organismo aquella infernal droga televisiva. Note que se había vuelto una rutina muy poderosa y desastrosa en mi vida, y me mantenía estupefacto frente a la pantalla como un zombie, sin decisión sobre mi vida.
Solo entonces fue que decidí salir a la calle a pensar en como lograr deshacerme de aquel maldito hábito con una larga caminata, y así aliviarme de la pesadez de pasar las horas haciendo nada.
Afuera mientras caminaba volví a sentirme respirar. Recordé como prestarle atención al viento y a las hojas de los árboles revoloteando ante su asombroso poder. Disfruté del olor de las flores, del dulzor del rocío y de un atardecer primaveral recostado bajo la sombra de un gran roble.
Al fin logré sentir de nuevo la vida y me dí cuenta que ella no estaba hecha para correr al televisor y ver un programa o repetir la misma rutina todos los días. Comprendí verdaderamente que aún había muchos caminos por conocer, muchos atardeceres con que soñar, muchos libros por leer, muchas miradas que disfrutar y muchas historias nuevas y distintas que vivir.
Finalmente pude dejar de ser un adicto de aquella droga, que a pesar de no parecer peligrosa, era la que me estaba quitando la vida, programa tras programa, comercial tras comercial.