- Duerme que ya es tarde. - le dije mientras apagaba la televisión y prendía la tenue luz de la mesa de noche para leer algo. Sabía que no podría dormir por su terrible insomnio e intentaba ayudarla apagando la televisión.
Ella era nerviosa e hiperactiva. Buscaba hacer siempre algo nuevo, porque sentía a todo momento que perdía el tiempo si no era así. Nunca la escuché decirme que tenía sueño. Siempre dormía luego de mí que soy un insaciable soñador, y la mayoría de las veces no lo lograba.
Me encontraba feliz que me dijera eso, porque me demostraba que tenía la capacidad de relajarse junto a mi y al fin descansar como tanto lo deseábamos.
Intente leer pero no lo logré. Mis ojos recorrían las líneas del libro pero no llegaba a comprender absolutamente nada luego de terminar cada párrafo. Mi mente seguía pensando en ella y su dificultad para dormir y descansar totalmente.
Deje el libro y la empecé a mirar. Pensaba que ella había cerrado los ojos solo para aparentar que dormía, como siempre lo hacía, pero esta vez no fue así. Su descanso era tan placentero como el de un niño cansado tras jugar sin parar toda la mañana. Sus grandes pestañas se posaban en la parte superior de su mejilla, y su rostro envolvía con un brillo sereno toda la habitación.
Habían sido muy pocas veces las que la vi dormida, y ahora que podía hacerlo, disfrutaba más que nunca del encantador ruido sigiloso que acompañaba a su respiración mientras lo hacía.
Pasaron las horas y continué mirándola. Tal vez porque nunca la observé dormir fue que me quede atónito al verla tan tranquila y calmada.
Así pasaron los días. Cuando trataba de descansar, recordaba su rostro casi angelical recostado en la almohada y volvía a abrir los ojos para espiar su pacifico sueño. Muy dentro de mí quería entender como había logrado tan increíble hazaña luego de tanto tiempo despierta de noche.
Ninguna pastilla o droga la había llevado a descansar como desde hace un tiempo a ahora. Yo pensaba que era gracias a mi, pero eso no me convencía del todo, al contrario, me mantenía en vilo todas las noches respirando su exquisito olor a frambuesas y lirios.
Fue solo entonces que noté que era yo el que pasaba las noches despierto. De pronto, y sin saber como, me había convertido en el guardián de sus sueños. Era raro, pero estaba feliz por no dormir y a pesar de todo se me hacía imposible decírselo. Sabía que apenas abriera la boca y le contara la verdad, ella no podría volver a dormir, porque sentiría pena por mí, por no dormir por su culpa; y seríamos dos los que quedaríamos atrapados en este interminable y dulce insomnio.
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