jueves, 22 de abril de 2010

Infortunios de la vida

MARIA ANDREA DE LA CRUZ ZUBIATE 1945-2009; CONCEPCION RUIZ CANDELO 1963- 2007; SANDRO VALVERDE SEGURA 1935- 2004. Leía el pequeño Camilo Sarmiento en cada tumba del cementerio, mientras buscaba la de su madre. El sonido del viento sobre las hojas de los robles y un ramo de crisantemos eran los únicos que lo acompañaban.
Miraba lapida por lapida las inscripciones para poder encontrar la de su madre y entregarle las flores que había arrancado de su propio jardín. Desde muy dentro de su pecho sentía la necesidad de brindarle ese pequeño homenaje a la única persona que lo había querido al extremo de dar su vida por él.
Camilo caminaba con la cabeza gacha y miraba las flores de reojo de vez en cuando. Cada vez que las observaba, recordaba la belleza y brillo incomparables de su madre. El recuerdo nítido le hacia sentir la suavidad de su piel y ver su mirada pacifica y bondadosa como si pudiera tocarla. El recuerdo lo envolvía en una tristeza pesada y lo volvía presa de un dolor que empezaba dentro de su ombligo y se expandía de forma voraz por su pequeño cuerpo.
El pequeño Camilo, con la cabeza gacha, seguía raudo su camino hacia el mausoleo de su madre. Caminaba cada vez más rápido como si el viento se apoderara de sus pies, ya no miraba los nombres en las lápidas. Tal vez pensaba que así encontraría en menor tiempo la tumba de su madre. La mente lo iba traicionando y se preguntaba, al borde de las lágrimas, porque le habia pasado eso a él.
Era un pequeño niño de ocho años y el infortunio se había apoderado de su vida dejándolo completamente solo en el mundo. No tenia padres ni parientes que se preocuparan por el. No tenía un pan que llevarse a la boca. Y por primera vez conocía el dolor, y era tan profundo que no lo dejaba respirar.
Las lágrimas empezaron a brotar a caudales por su rostro. Formaban pequeños riachuelos de barro por sus percudidas mejillas. Sentía que sus pies iban perdiendo fuerza al igual que sus piernas. El dolor y la tristeza de saberse la persona más desafortunada del mundo lo llevó a perder las ganas de seguir con su búsqueda. Sin fuerzas, cayó pesadamente sobre sus rodillas encima de una lapida.
Lanzó lejos el ramo de crisantemos y empezó a golpear la tumba con gran fuerza. Sintió como la rabia iba apoderándose de sus pequeñas y frágiles manos. Sabía que no encontraría la tumba de su madre en ese gigantesco cementerio. Eso lo hacia entristecerse a tal punto, que ya no sentía dolor en sus manos a pesar del sangrado.
Cuando no tuvo fuerzas para seguir golpeando la lápida, ni para seguir llorando, se apoyo sobre ella como para retomar fuerzas. Miró lentamente la inscripción en el nicho sobre el que había descargado toda su furia contenida. Se leía: JULIAN RAMIREZ PINO 2003- 2005.
Leyó de nuevo y lentamente el epitafio. Se limpió del rostro las pocas lágrimas que le quedaban. Luego miró al cielo como buscando nuevamente el rostro de su madre o tal vez simplemente pidiendo perdón. Se levanto y recogió los crisantemos esparcidos en el suelo para continuar con su búsqueda. Las fuerzas de vivir le regresaron al cuerpo como si hubiera descubierto el secreto de existir. Entendió que no era la persona mas desafortunada del mundo.