viernes, 12 de noviembre de 2010

Las batallas de la razón

Colgó el teléfono y vio su reloj. Eran las nueve de la noche cuando se metió a la ducha y giró completamente la manija del agua caliente. Adoraba sentir el agua hirviendo tocar su piel, parecía como si todos sus problemas se disiparan junto al calor intenso y al vapor del agua que todo lo desaparecía a su alrededor. Pero esta vez no fue así, Mauro sabía que Carolina esperaba y estaba decidido en ir a su encuentro.

Ella odiaba verlo desarreglado y harapiento, siempre quiso a un príncipe azul mas que a un amante virtuoso. El solo quería recostarse durante días enteros en su abdomen, viendo a través de sus celestiales montañas , su rostro angelical.

Era medianoche cuando Mauro Cardona, salió de la ducha, limpió el espejo y se miró en el. Su barba había crecido tanto que logró esconder y transformar su rostro hasta hacerlo irreconocible. Se prometió, hace casi dos años, que no la cortaría hasta que lograra olvidar a Carolina y a ese sentimiento animal que se apoderaba de su cuerpo cada vez que pensaba en ella.

Recordó como ella detestaba esa barba larga y desarreglada de mendigo, y sin pensarlo, decidió afeitarse. Empezó bordeando su rostro con las tijeras hasta desaparecer todo el pelo que lo envolvía, para luego seguir con la navaja hasta dejarlo totalmente limpio. Una vez que terminó, se miró con paciencia y los recuerdos del pasado regresaron para revolverle el estomago de ganas y deseo. Iba a verla de nuevo y a pesar de la seguridad que tenía de recuperarla, no sabía si sería buena idea caer nuevamente en los lazos de su belleza hipnotizante.

El cuarto de baño se había librado en su totalidad del vapor, el teléfono sonaba sin parar, pero Mauro seguía mirándose al espejo. Su rostro ya sin barba no le agradaba, se sentía fuera de él, como si de nuevo hubiese cambiado de forma de ser por culpa de una mujer. Sabía que echarle la culpa a Carolina solo era mentirse, que no duraría mucho tiempo antes de volver a ser el mismo desarreglado de siempre. ¿La quería tanto como para cambiar o eran solo las ganas de volver a quererla y sentir su cuerpo las que lo hacían dudar?. Recién ahora, que estaba a punto de verla, se lo preguntaba y la respuesta de ningún modo era clara. Estaba librando la peor batalla entre la razón y su lado animal.

El tiempo había transcurrido imperceptible, como suele transcurrir cuando las ideas y los sentimientos incesantes no paran de fluir. Ya era la una de la mañana y el teléfono repicaba desesperado por quinta vez. El viento de la puerta abierta enfriaba su cuerpo desnudo y húmedo. La oscuridad de la noche no lo tocaba bajo la luz blanca del baño, y la sola idea de saber que la vería lo tenía atontado mirando en el espejo y de muy cerca el reflejo de su mirada. Intentaba buscar en sus pupilas dilatadas las respuestas que no conseguía. Quería ver si podía encontrar el modo de alejar esa angustia, pero era imposible.

Al fin, contestó el teléfono. Sabía que su instinto animal no podía olvidarla. De nuevo y sin darse cuenta, el embrujo de la belleza inigualable de Carolina había vencido a su razón. Nuevamente estaba envuelto, a pesar de no encontrarse, en su lado animal, un manto oscuro y perfecto de deseo, locura y pasión.

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