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Cada vez que Mario perdía una vida, comprendía que no era lógico seguir, porque era prácticamente imposible finalizar con vida cada mundo. Luego, dejaba todo e iba a su cama.
Cuando intentaba dormir, al cerrar los ojos secos y adoloridos, recordaba la imagen de Peach, la bella princesa de mirada angelical que vivía apresada y necesitaba ser salvada en el juego. Como todo niño, tenía la gran ilusión de rescatarla para saber que ocurriría al final de la historia.
Se levantaba al alba y retomaba el juego. A pesar de sus increíbles esfuerzos por terminarlo, se le hacía imposible. Pasaba sus mañanas, tardes y noches intentando encontrar la forma de acabar. En el colegio preguntaba trucos para avanzar mundos sin tener que recorrerlos, pero aún así, no conseguía finalizar lo que había empezado hace algún tiempo atrás.
Cada noche dormía menos. Aquel juego se había vuelto un vicio, una droga para el pequeño. Todas sus energías estaban puestas en rescatar a la princesa. Una princesa esquiva que tal vez nunca salvaría.
Al no lograrlo, su carácter empezó a cambiar. Sus notas en el colegio bajaron y la comunicación con sus amigos y familia desaparecieron. Vivía inmerso en un mundo de fantasía, en donde el personaje principal jamás había logrado completar su misión, rescatar a su princesa.
Aquella fijación por terminar se había vuelto un delirio desquiciante. Necesitaba, antes que cualquier otra cosa en la vida, rescatar de las garras del terrible Bowser a la bella princesa.
Trascurrieron los años y no acabar el juego se volvió un estigma incurable para Farías. Le había crecido un gran bigote azabache en su antes lampiña cara. Un gorro rojo, del cual nunca se separaba era su otra compañía indispensable junto al negro mostacho. No tenia amigos, ni familia ni mujer, solo lo acompañaba aquel juego que seguía impecable, como si su consola de Nintendo aún fuese nueva.
No había duda, no haber podido rescatar a Peach de las manos de aquel rechoncho dragón-tortuga hizo que Farías se transformará y desapareciera en el olvido. Nunca se supo nada más de él, solo que cambio su nombre a Mario y se dedico a vagar por el mundo, preparando pizzas y buscando en sus eternas noches de soledad a alguna princesa que rescatar.
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