Estos objetos tienen un valor inigualable para sus poseedores. Algunos son puramente sentimentales. Otros logran rememorar instantes perfectos. También están los que logran ser tan apreciados, que se transforman en amuletos de buena suerte para su inusual adorador.
Es extraño como un simple objeto puede traer a nosotros ese sentimiento tan profundo e inentendible. Es tan puro e intenso el cariño que se siente, que no podemos separarnos de ellos. Sentimos que nos protegen y que nos ayudan a seguir por el buen camino que esperamos nos toque en el futuro.
Una cruz, una pelota, un collar, un anillo, una piedra, una escultura, una camisa, unas zapatillas, unos aretes, una pata de conejo, un herraje de caballo, una estampilla o un lazo, son algunos de los objetos que nos acompañan y que las personas cuidan tan meticulosamente como a su vida misma.
¿Por qué el apego tan cercano a estos? ¿Cómo es que sentimos la necesidad de proteger un objeto con tanta intensidad?
El ser humano es extraño. Pienso a veces que divinizamos algunos objetos por la necesidad de tener algo que nos acompañe y que nos de seguridad. Creo que al divinizarlos, se transforman y se vuelven capaces de enriquecernos y hacer que esa energía vuelva a nosotros cíclicamente.
El problema a veces es encontrar estos objetos. Por lo pronto seria bueno tomarse un tiempo para encontrar alguno y ponerlo en un altar dentro de nuestras cosas favoritas. Tal vez como un amuleto o una ayuda para seguir viviendo esperanzados, y no adorar simplemente a lo primero que nos caiga en las manos.