Pero hay días peores aún. Porque cuando apago la luz e intento dormir, para olvidar la incomodidad mediante el sueño y despertar para ver si mañana será un día mejor, no logro hacerlo. Entonces es cuando las cavilaciones y pensamientos llegan a mi mente en ráfagas incontenibles. Llegan con una rapidez tan abrumadora que no me permite recordar ninguna idea que se me ocurra así lo intente.
Entonces abro los ojos en la oscuridad y me pregunto si valdrá la pena perder mi tiempo intentándolo. Me pregunto si solo estoy perdiendo el tiempo. Me levanto de la cama y camino en pequeños círculos. Que luego se van agrandando, y transforman mi pequeño paseo en una gran caminata que no tiene donde acabar.
Empieza a amanecer y sigo igual. En algún momento el cansancio me agobia y caigo dormido en cualquier lugar. Cuando me despierto, parece que hubiera dormido durante días. El cambio brusco de las horas que utilizo para dormir hace que entre en un serio desfase.
Me lamento porque eso haya ocurrido, pero no se como cambiarlo. Me levanto y veo el cuaderno abierto esperándome. Entonces empiezo a convencerme de intentar escribir, pero el temor a mi mismo me lo impide.
Es así, que dejo de escribir por largas temporadas. En ellas solo me queda divagar e intentar encontrar ideas que plasmar en las blancas hojas de mi cuaderno.
Luego de tanto suplicio, llega el día en que recuerdo mis sueños con una nitidez áurea. Y de inmediato me digo ¿Quién puede perder el tiempo si lo único que hace su subconsciente es darle estos deliciosos e inigualables sustos?