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Debo de aceptar que en la pubertad, entre tantas dudas, hubo un momento en el que me volví un esclavo del espejo. Me preguntaba ¿como me verán los otros? cuando me veía en él todos los días. Lavaba mis dientes, y hasta me peinaba buscando en el fondo de mi mirada alguna respuesta a todas las dudas que me daba el crecer.
Así fue que un día, luego de bañarme, limpie el vapor del agua en el espejo para repetir el ritual al que estaba acostumbrado. Siempre adoré la calidad de reflejo que daba ese espejo en particular. A veces algunos espejos nos muestran como queremos vernos: despejados, jóvenes y felices. Pero esta vez, me note distinto. No me recordaba así. Mi reflejo no era el que solía ser, me veía raro, como si mi rostro hubiese cambiado, como si no fuera yo el que se analizaba allí.
Pensé que el vapor del agua había estropeado el espejo. Tal vez había engordado o bajado de peso, pero la balanza me hizo entender todo lo contrario. Intente verificar mediante un concienzudo analisis de mi rostro cual era el cambio. En mis ojos, nariz y boca no encontré diferencia. La barba rala y precoz, me mostraba un rostro distinto, pero no era ese el problema; y mucho menos algún nuevo golpe, protuberancia o deformidad se habian apoderado de mi extraña faz.
Entonces me quedé pensando, sin dejar de mirarme. Tocaba mis mejillas y nariz . Estiraba mis orejas y parpados. Y no encontré un motivo para verme tan distinto. Me angustiaba no encontrar una respuesta válida para convencerme. El desgano crecía dentro de mi y se apoderaba de la poca paciencia que me quedaba.
¿Qué había pasado? ¿Cuál era el motivo para no reconocerme?
No supe nunca que pasó conmigo. Tal vez fueron los años que me jugaron una mala pasada, y sin notarlo transcurrieron imperceptibles en segundos. O pudo ser que algún bromista simplemente cambió el espejo del baño. Lo que supe fue que al no encontrar respuestas, algo cambió dentro de mi.
Deje de peinarme y muy pocas veces volví a mirarme, o lavarme los dientes frente al espejo. De algún modo ese cambio hizo surgir mi capacidad de abstracción para dejar atrás las banalidades, y concentrarme en ir en búsqueda de la verdad. Para al fin dejar de preocuparme por idioteces ególatras como solía hacerlo cuando era niño.