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Lo ví revisando su celular una vez más. Lo había hecho cada dos minutos desde hace una hora, y esa era la misma cantidad de tiempo que había esperado por mi café.
En su mirada perdida se notaba la mas pura nostalgia. El tipo se veía necesitado de ayuda. La tristeza lo había vuelto presa de su doloroso modo de comunicarle que la soledad había llegado a su vida. El seguía revisando su celular, esperando un mensaje, una llamada o tal vez cualquier llamada que lo sacara de la soledad en la que se encontraba y que le dijera ¿Nos vemos hoy?. Pero el ingrato aparato no sonaba y la impaciencia iba transformando la cara de nostalgia de aquel triste mozo, por la de enfado.
Demoró tanto en servirme el café, que cambie de opinión sin decirle nada y decidí ir a la barra.
Sorbía una cerveza ahora frente al cantinero y me quedé mirándolo con paciencia. Me puse a pensar en cual seria el verdadero motivo de su taciturno actuar. Recordé sin quererlo mis momentos de soledad en lugares donde no conocía a nadie. Me ví buscando en mi celular números que no existían para finalmente saber si en realidad había alguien que se preguntara que era de mí. Pero luego de tanto tiempo solo, llego el momento en que entendí que iba a seguir así, visitando bares, ocupando bancas en el parque o mirando atardeceres que regresaban a mi trayendo extraños pensamientos de felicidad y melancolía.
Terminé mi cerveza, todavía con las ideas confusas y empecinado en saber porque me fijé en el actuar raro de aquel mozo que tanto demoraba. Voltee curioso a ver si el tipo seguía en lo mismo o si se había acordado finalmente que le había pedido un café.
El café humeaba en su bandeja justo cuando su celular vibró. Era un mensaje. Sus ojos se abrieron como dos girasoles buscando el sol. Sus manos, que llevaban el café con mucha firmeza, ahora lo derramaban ante los nervios. Se detuvo y con las manos casi temblando abrió el aparato con el rostro repleto de esperanza, como si hubiese encontrado un cofre lleno de tesoros. Recorría lentamente con la mirada lo que decía aquel mensaje. Cuando acabó, solo atinó a esbozar una sonrisa entre lágrimas y beberse de un sorbo el café hirviendo que le había pedido. Luego, fuera de si, lanzo con furia el celular y fue tan justo, que el aparato terminó debajo de mis pies.
Recogí el artefacto. Presa de mi gran curiosidad no pude evitar ver la pantalla que aún tenía el mensaje que había recibido. Por un instante creo que entendí su locura de necesidad y fui parte de toda la tristeza y la ira que se veían acumuladas en su rostro, esperaba una señal que le devolviera la vida y en vez de eso había un simple recordatorio de pago de la compañía telefónica.
Demoró tanto en servirme el café, que cambie de opinión sin decirle nada y decidí ir a la barra.
Sorbía una cerveza ahora frente al cantinero y me quedé mirándolo con paciencia. Me puse a pensar en cual seria el verdadero motivo de su taciturno actuar. Recordé sin quererlo mis momentos de soledad en lugares donde no conocía a nadie. Me ví buscando en mi celular números que no existían para finalmente saber si en realidad había alguien que se preguntara que era de mí. Pero luego de tanto tiempo solo, llego el momento en que entendí que iba a seguir así, visitando bares, ocupando bancas en el parque o mirando atardeceres que regresaban a mi trayendo extraños pensamientos de felicidad y melancolía.
Terminé mi cerveza, todavía con las ideas confusas y empecinado en saber porque me fijé en el actuar raro de aquel mozo que tanto demoraba. Voltee curioso a ver si el tipo seguía en lo mismo o si se había acordado finalmente que le había pedido un café.
El café humeaba en su bandeja justo cuando su celular vibró. Era un mensaje. Sus ojos se abrieron como dos girasoles buscando el sol. Sus manos, que llevaban el café con mucha firmeza, ahora lo derramaban ante los nervios. Se detuvo y con las manos casi temblando abrió el aparato con el rostro repleto de esperanza, como si hubiese encontrado un cofre lleno de tesoros. Recorría lentamente con la mirada lo que decía aquel mensaje. Cuando acabó, solo atinó a esbozar una sonrisa entre lágrimas y beberse de un sorbo el café hirviendo que le había pedido. Luego, fuera de si, lanzo con furia el celular y fue tan justo, que el aparato terminó debajo de mis pies.
Recogí el artefacto. Presa de mi gran curiosidad no pude evitar ver la pantalla que aún tenía el mensaje que había recibido. Por un instante creo que entendí su locura de necesidad y fui parte de toda la tristeza y la ira que se veían acumuladas en su rostro, esperaba una señal que le devolviera la vida y en vez de eso había un simple recordatorio de pago de la compañía telefónica.
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