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Los primeros meses fueron por decisión propia; pero luego, cuando quise retormarlo, se volvió imposible. Pasaron seis meses, no reencontraba la hilación en lo que escribía y era por un motivo concreto: las ideas no fluían claras por mi cabeza.
Normalmente escribo para aclarar mi mente y buscar tranquilidad por medio de cada idea que plasmo en el papel; pero se volvió tan difícil conseguir pensamientos que aclararan mi mente con su frescura, que fue preferible no luchar y tirar a la basura todos los lapiceros que aún quedaban regados sobre mi escritorio.
En ese momento, supuse que alguna extraña enfermedad del pensamiento se había apoderado de mis ideas. Temía tomar un papel y no poder escribir en el, porque no encontraba claridad ni esperanza en lo que hacia. Plasmaba oraciones sin pies ni cabeza, ni sujetos ni predicados; una fila de palabras sin conexión que terminaban siendo simples bosquejos surreales. ¿Por qué deje de escribir? ¿Qué paso para que eso ocurriera? ¿Cuál fue el motivo para no lograr conseguir las ideas que buscaba para seguir haciéndolo? Las preguntas se acumulaban en mi cabeza, pero ninguna respuesta concreta ni clara asomaba.
Tuve que dejar pasar los días e intentar hacer que el tiempo disipe mis ansias. Estas, al no poder verse satisfechas, me llenaban de una tristeza tan profunda que se iba transformando muy dentro de mi, en inseguridad.
Escribir era una necesidad que no podía ver satisfecha, porque había llegado el terrible momento en donde mi alma no quería dejar salir las ideas que mi cabeza creaba. Cuando intentaba escribir sobre amor, terminaba escribiendo sobre como vuelan las aves; cuando quería escribir un cuento triste, terminaba escribiendo la receta sobre como hacer algún aderezo de ensaladas. ¿Era la locura lo que me esperaba ya que mi alma y mente al parecer no querían expresar todo lo que sentían y mucho menos interactuar entre ellas para completarme? o ¿era la tristeza que me causaba no poder escribir la que me hizo dejar de intentar?
Entonces, y luego de plantearme infinitas preguntas sin ninguna respuesta, entendí que no era necesario hacer tanto. Solo necesitaba una única y verdadera pregunta que englobe a todas las demás. Una pregunta que me ayude a encontrarme, y regresar a mi habitual forma de conocerme escribiendo sobre el papel. Lo triste fue que para lograrlo no pude hacerlo solo. Necesite mil botellas de cerveza, un espejo para ver mi rostro inseguro y olvidar mis sueños de grandeza para al fin, encontrar la pregunta precisa.
Solo, ebrio y desesperanzado frente al espejo, mirándome como se mira un borracho cuando busca en el fondo de su mirada las respuestas que no tiene, encontré la pregunta que le daría una nueva salida a todo lo que hiciera. Justo cuando mis ojos se cubrían de lágrimas de impotencia luego de tantos meses de no poder expresarme como quería, la opresión de la angustia en mí pecho se traslado a mis labios y me preguntó: ¿Quién eres realmente?
Ahora que me recuperé, estoy seguro que el papel, que todo lo aguanta, me dará la respuesta.
Ahora que me recuperé, estoy seguro que el papel, que todo lo aguanta, me dará la respuesta.
2 comentarios:
No dejes que las musas te avandonen...
Siempre y cuando sigan siendo musas, esperare e intentare que no me dejen de lado.
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