Es cierto que nunca fui una persona de tener estereotipos, siempre creí que existían grupos separados dentro de la generalidad y entre estos estaban los que buscan dejar en ridículo a los otros para atraer o llamar la atención, los que no saben donde están parados viviendo sus vidas bajo preceptos predeterminados sin pies ni cabeza, los que intimidan, los intimidados y los neutrales. En algún aspecto me considero dentro de todos estos grupos y es por eso que a pesar de no querer generalizar, intente segregarla cuando la conocí. Pero ella no encajaba en ninguno de estos porque era capaz de decir la verdad desde su cuerpo, sus entrañas y su piel con solo un gesto. Necesitaba salir de un mundo etílico junto a ella, las ganas de conocer la rebeldía sin igual de una mujer que no le teme a nada con tal de darse integra en cada situación habían hecho de mi un cómplice de conjuros tan embriagantes como una mirada dulce, ilimitada e infernal. Habíamos perdido el pudor, el miedo al que dirán y hasta alguna prenda por debajo de la mesa en aquel matrimonio. Las personas no notaban nuestros juegos porque no eran capaces de entrar en aquel mundo de libido y verdad que habíamos creado en tan poco tiempo. Casi no nos conocíamos y solo podíamos pensar en mordernos y acariciarnos con tanta fuerza que por momentos se sentía a la piel y a la ropa desgarrarse.
Con el transcurrir de la noche, los invitados que no comprendían nuestro idilio lograron captar la energía inusual que desprendíamos juntos, el universo de libido que habíamos creado empezaba a ser de los otros también, pero nada puede ser tan perfecto sobre todo cuando uno lo cree, lamentablemente uno de esos invitados fue su madre.
Tan pronto entendió que esa energía empezaría a crear chispas (las cuales no eran convenientes en aquel momento por obvios motivos) la aparto de mi lado para dejarme solo nuevamente en aquella fiesta que había decidido dejar algunas horas antes por su diferente compañía. La vi alejarse mirándome de reojo sin poder escapar de los cuidados maternos sabiendo que la noche jamás acabaría allí.
Tuve la suerte, por primera vez, de lograr unir toda mi locura junto a alguien que la comprendía. Logramos ser empatía pura y supimos inmediatamente que existían personas que aun podían darnos eso que imaginábamos y no habíamos conseguido en todo este tiempo, la verdad que una mirada suele dar y que las palabras y el cuerpo esconden.
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