Cuando cumplió los 18 años, regreso a su tierra, luego de haber estado en ciudades lejanas e inhóspitas. Este viaje le abrió los ojos como nunca pensó, porque disfruto de la soledad y junto al silencio comprendió al amor en todas sus facetas. Pero tuvo que regresar y encontró que el retorno a la ciudad había llenado de monotonía su vida, no podía partir nuevamente, así que tuvo que idear alguna salida que le permitiera escapar de la redundancia. Como una luz radiante que entra por la ventana de mañana para acabar con el sueño, una idea resplandeció dentro de su mente y le ayudo a salir de la repetición, hacer bioensayos para tratar de escapar de la reiteración de situaciones diarias que le disgustaban y hacían que deteste haber aprendido tanto del amor solo por regresar a la rutina y la común coexistencia. Estos consistían en hacer cosas ilógicas o que pocas veces se hacen para conseguir entender realmente al tiempo, el modo en que no nos damos cuenta de como lo perdemos y el punto de partida de la impaciencia.
El primer bioensayo constó en lograr aguantar con suma tranquilidad una misa de 2 horas y escucharla pacientemente. Fue difícil pasar esta prueba con la voz pausada del cura y la incomodida de las bancas del local, pero lo logró. Ese día entendió que alguien se había dado cuenta hace mucho, que el verdadero modo de llegar al poder era embaucando a los otros para pertenecer o creer que las religiones son el único modo de salvarnos.
Luego continuaron sucesivos intentos por conseguir el ansiado motivo para escapar de la regularidad. Entre ellos estuvo subir a autobuses sin rumbo establecido. Solo tomarlos y recorrer la ciudad hasta parar en un punto al azar; cabalgar la ciudad sin destino predeterminado hizo que comprendiera que aun habían modos de ver nuevos rostros, nuevas angustias y sobre todo que supiera que su carga no era tan propia sino de todos aquellos desconocidos que subían y bajaban del colectivo con el pesar de saber que seguirían haciéndolo hasta que encontrasen la idea feliz que les diese un cambio a su reincidencia, para poder escapar de las miradas tristes que da la monotonía de repetir lo mismo todos los días. Así, siguió intentando, y cambio los buses por caminatas, las misas por manifestaciones, los políticos por mendigos y la tristeza por esperanza.
Logró comprender que era necesario conseguir algún modo de juntar todo aquello que lo había obligado a cambiar; para al fin lograr el bioensayo que le quitase el peso o la obligación de tener que escapar de la redundancia. Luego de pasar por millones de nuevas experiencias, encontró el medio para escapar de una realidad que le enseñaron, esto consistía en mirar de lado para confundir la forma en la que observaba y extraviar dentro de ese universo inusual su aprendizaje. Donde antes estaba todo horizontal ahora estaba vertical y viceversa.
Para el, tan solo unos cuantos minutos al día bastaban, para des atosigarse del estrés y encarar con una sonrisa la vida. Haber encontrado la felicidad y salir de la regularidad de un modo tan simple es un privilegio único e inconcebible, una perfecta bendición.
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