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Desvanece tu odio si es que puedes darte cuenta a cada paso, de que tus ganas de perder la calma no harán que dejes de pasar noches frías acurrucándote repetidamente en un desquicio entrecruzado de lamentos confusos y llantos internos. La clave sigue siendo tu odio, ese rencor incoloro y taciturno que no se desvanece jamás, que abarca todos tus sentidos no dejándolos escapar a cada movimiento que realizas; aquel que empapa con fugaces ideas tenebrosas cada una de tus salidas y te deja sentado repitiendo una y otra vez ¿por qué?
Es un porque sin gusto, que jamás te llena debido a la poca intención que tienes de llenarte, solo te importa seguir cargándote de impaciencia y juntando mas preguntas sin respuesta; preguntas que te cargan cada vez mas de un recuerdo imborrable, el cual se vuelve casi cíclico, no perdonando jamás tu poca intensión de olvidarlo, al contrario, penetra implacable entre tus sollozos para luego posarse en tus hombros y tenerte atado a ese desvarío inusual que te creo aquel infame hecho o aquella palabra tatuada debajo de tu piel.
Pues que daría yo por tener esa facilidad tuya de atormentarme, de llenarme de tristeza y dolor, de brindarme entero a la pérdida total de mi conciencia y caminar centelleante por las vías del odio y el desvarío. Tu virtud deja de serlo porque aprendes a doler, porque esos avatares van cargándote de sueños traicioneros donde jamás encuentras la forma de despertar.
En cambio, mas pausado ya, me encuentro al otro lado del abismo, sin dolor ni penas que me embriaguen, sin impulsos infinitos que me golpeen el estomago de la rabia, sin ideas nuevas que me hagan tener tu odio a nada. La búsqueda implacable de felicidad solo me trajo la piedad y la ilusión, mas jamás me dio esa virtud de odiar de la cual no puedes escapar, aquella que te empuja lleno de ira al filo del acantilado sin darte respiro un solo día.
Es un porque sin gusto, que jamás te llena debido a la poca intención que tienes de llenarte, solo te importa seguir cargándote de impaciencia y juntando mas preguntas sin respuesta; preguntas que te cargan cada vez mas de un recuerdo imborrable, el cual se vuelve casi cíclico, no perdonando jamás tu poca intensión de olvidarlo, al contrario, penetra implacable entre tus sollozos para luego posarse en tus hombros y tenerte atado a ese desvarío inusual que te creo aquel infame hecho o aquella palabra tatuada debajo de tu piel.
Pues que daría yo por tener esa facilidad tuya de atormentarme, de llenarme de tristeza y dolor, de brindarme entero a la pérdida total de mi conciencia y caminar centelleante por las vías del odio y el desvarío. Tu virtud deja de serlo porque aprendes a doler, porque esos avatares van cargándote de sueños traicioneros donde jamás encuentras la forma de despertar.
En cambio, mas pausado ya, me encuentro al otro lado del abismo, sin dolor ni penas que me embriaguen, sin impulsos infinitos que me golpeen el estomago de la rabia, sin ideas nuevas que me hagan tener tu odio a nada. La búsqueda implacable de felicidad solo me trajo la piedad y la ilusión, mas jamás me dio esa virtud de odiar de la cual no puedes escapar, aquella que te empuja lleno de ira al filo del acantilado sin darte respiro un solo día.
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