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Hoy me desperté aun de madrugada entre golpes que sonaban lejanos y su sonido era como un eco en un túnel infinito acercándose cada vez más. Cuando abrí los ojos cansados aun ante mi soñolienta negación al haber perdido una noche de sueños deliciosos, me asome por la ventana para verificar que era aquello que traía ese sonido espantoso a mis oídos.
No puedo negar que por un momento, antes de llegar a la plenitud de la conciencia estando despierto, jure que podría ser algún tipo de ente imaginario de esos que jamás piensas encontrar pero que sabes muy dentro de ti que algún día enfrentarás cara a cara o los imaginaras al enfrentar la muerte. Son tan desconocidos para nosotros que solo el instinto humano logra alertarnos que es allí, donde un sonido se vuelve miedo, donde esta la muerte.
Cuando note que la sombra que venía trastabillando y casi cayendo era mi perro, sentí esa electricidad extraña que solo aparece cuando se escapaba una vez más a la muerte. Tambaleándose como un ebrio habitual en una navidad solitaria, andaba por el pasadizo sin el mayor aplomo, solo luchaba por demostrar que aun estaba vivo, por querer recompensarse a si mismo diciendo yo puedo seguir, su cuerpo iba ebrio por los arbustos de mi jardín hasta las puertas golpeándolos con toda su humanidad, el intentaba escapar a la muerte tratando estar de pie, siempre para olvidar la realidad por un instante y saber que la muerte lo llevaba.
Empecé a notar que el sonido de sus caídas asemejaba palabras nunca dichas o tal vez pronunciadas alguna vez por un enfermo terminal que no aceptaba que la muerte debe llegarnos a todos. La cabeza golpeaba en la noche cada puerta que se cruzaba en su pausado andar, era como ver una supermodelo luego de la menopausia, intentando recordar “mejores épocas” y ser la mas altiva de todas en su pasarela imaginaria pero no pudiendo serlo porque con los años perdió esa delgadez que la hacia tan deliciosa y el tiempo hizo que su caminar majestuoso ahora linde con la pena y la risa. Sus pasos se entrecruzaban intentando buscar estabilidad y terminaba siempre en algún lugar fuera de su verdadero destino que era el jardín.
El perro solo quería demostrar que a pesar de los años aun podía tener esos modales que un día le enseñaron y que lo hicieron merecedores de los mejores premios y caricias que recibió en su vida. A cada caída respondía una forma de levantarse distinta, cada vez mas cansada y tenue, como diciéndole a la muerte se que estas aquí y que tal vez me lleves pronto pero jamás me quitaras la dignidad que algún día me celebraron y me hizo feliz.
Es así que gracias a mi perro hoy entendí que existen veces que nos aferramos tanto a la vida que no comprendemos que algunas de esas vidas que pasaron a nuestro lado nos hicieron lo que somos, parte de un todo que no llegaremos a entender jamás, solo cuando envejezcamos y queramos demostrar que aun nos queda esa dignidad propia de los seres vivos, esa dignidad que nos dio el paso lento del tiempo y que nos hace pensar en la muerte como nuestra enemiga y no como lo que verdaderamente es algunas veces cuando llegamos a comprenderla: nuestra mejor, única e inseparable compañera.
No puedo negar que por un momento, antes de llegar a la plenitud de la conciencia estando despierto, jure que podría ser algún tipo de ente imaginario de esos que jamás piensas encontrar pero que sabes muy dentro de ti que algún día enfrentarás cara a cara o los imaginaras al enfrentar la muerte. Son tan desconocidos para nosotros que solo el instinto humano logra alertarnos que es allí, donde un sonido se vuelve miedo, donde esta la muerte.
Cuando note que la sombra que venía trastabillando y casi cayendo era mi perro, sentí esa electricidad extraña que solo aparece cuando se escapaba una vez más a la muerte. Tambaleándose como un ebrio habitual en una navidad solitaria, andaba por el pasadizo sin el mayor aplomo, solo luchaba por demostrar que aun estaba vivo, por querer recompensarse a si mismo diciendo yo puedo seguir, su cuerpo iba ebrio por los arbustos de mi jardín hasta las puertas golpeándolos con toda su humanidad, el intentaba escapar a la muerte tratando estar de pie, siempre para olvidar la realidad por un instante y saber que la muerte lo llevaba.
Empecé a notar que el sonido de sus caídas asemejaba palabras nunca dichas o tal vez pronunciadas alguna vez por un enfermo terminal que no aceptaba que la muerte debe llegarnos a todos. La cabeza golpeaba en la noche cada puerta que se cruzaba en su pausado andar, era como ver una supermodelo luego de la menopausia, intentando recordar “mejores épocas” y ser la mas altiva de todas en su pasarela imaginaria pero no pudiendo serlo porque con los años perdió esa delgadez que la hacia tan deliciosa y el tiempo hizo que su caminar majestuoso ahora linde con la pena y la risa. Sus pasos se entrecruzaban intentando buscar estabilidad y terminaba siempre en algún lugar fuera de su verdadero destino que era el jardín.
El perro solo quería demostrar que a pesar de los años aun podía tener esos modales que un día le enseñaron y que lo hicieron merecedores de los mejores premios y caricias que recibió en su vida. A cada caída respondía una forma de levantarse distinta, cada vez mas cansada y tenue, como diciéndole a la muerte se que estas aquí y que tal vez me lleves pronto pero jamás me quitaras la dignidad que algún día me celebraron y me hizo feliz.
Es así que gracias a mi perro hoy entendí que existen veces que nos aferramos tanto a la vida que no comprendemos que algunas de esas vidas que pasaron a nuestro lado nos hicieron lo que somos, parte de un todo que no llegaremos a entender jamás, solo cuando envejezcamos y queramos demostrar que aun nos queda esa dignidad propia de los seres vivos, esa dignidad que nos dio el paso lento del tiempo y que nos hace pensar en la muerte como nuestra enemiga y no como lo que verdaderamente es algunas veces cuando llegamos a comprenderla: nuestra mejor, única e inseparable compañera.
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