Acepte que no podría vivir sin encontrarlo, entendí que estaba destinado a trabajar solo para cumplir con mi idea y empecé a viajar para completar mi búsqueda. En cada lugar que visitaba conocí personas increíbles. En la India, faquires que llenaban su piel de objetos punzantes pero todo terminaba siendo superficial. En Bahréin, hombres en llamas que se quedaban prendidos para demostrar su fortaleza pero no porque se pensaban inmortales. En Norteamérica, avezados pilotos de motocicleta que solo lo hacían por la adrenalina pero cuando se les hablaba de muerte temblaban como un bebe la primera vez que duerme con la luz apagada. Cada uno de ellos ostentaba una voluntad casi infinita pero algo me decía por dentro que ninguno lograría la inmortalidad.
Tuvieron que pasar quince años, muchas personas e interminables dilemas para encontrarlo. En algún lugar de Vietnam me contaron de un personaje que vivía en las costas de Libia, dijeron que solo con la mirada podía dejarte sin palabras pero no solo era así, su mirada tenia la seguridad de alguien que sabe todo, con ella no solo era capaz de resplandecer, también adivinaba pensamientos. Inmenso como una pared de presidio, tenía el cuerpo blindado de músculos, pero el que mas resaltaba estaba en su cara. Su maxilar, que casi le deformaba el rostro, era tan marcado que sin duda era el más desarrollado de todos los demás músculos de su cuerpo. Cuando supe que su mandíbula tenia esas dimensiones porque la ejercitaba apretando los dientes, imagine que solo seria por nervios, aunque estuviese equivocado porque los nervios no existían para el. Luego supe que tenia aquella protuberancia en la cara porque para ponerse una pistola cargada en la cabeza, se tiene que apretar muy fuerte las muelas. Con el tiempo había perdido el miedo a la muerte y adquirido un eterno dolor en bucal que solo le hacían pensar en su próxima visita al odontólogo, sobre todo después de jalar el gatillo en su turno e impávido, ver volarse los sesos a su adversario en el siguiente.
Llevaba la pistola sobre la cien con la tranquilidad enervante que dan los años al hacer siempre lo mismo. Incontables veces tuvo duelos de este tipo y aun seguía con vida. El obtenía triunfos donde las revanchas son imposibles, en el juego de la muerte por excelencia, era invencible en la ruleta rusa.
Se preguntaran ¿Como alguien es capaz de ir por allí disparándose a la cabeza como juego? Por el mismo motivo que un suicidad es capaz de ponérsela para acabar con su vida, la seguridad de que algo ocurrirá. En el era contraria la opción a la del suicidad común, mientras este sueña con olvidarse de su tristeza entregándose a la muerte, el vibraba de algarabía sin temores para encararla y no creer en ella, tenia la absoluta seguridad de que jamás moriría por causa así.
Cuando me dejó tiempo para conocerlo, comprendí al fin lo distinto de su parecer y porque realmente no moriría. Había sufrido demasiado en la vida, la muerte de sus compañeros de escuela, de su tropa y su familia. Todo lo que quería se había desvanecido, solo la máxima tristeza le había hecho comprender que sin duda alguna, morimos porque nos lo creemos. Contaba con 203 años y al paso que iba se convertiría en el primer inmortal, el único ser humano que creía tanto en vivir que retaba a la muerte y la vejez cada vez que podía, sin una pizca de miedo.
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